DE JEANINE A KRISTALINA: EL GOLPE EN BOLIVIA LE CORRE EL ARCO A FERNANDEZ

 

 

por Alejandro Bercovich   ***

Héctor Daer es de los pocos en la cúpula de la CGT que vieron venir la carambola y por eso repudió enérgica e inmediatamente el golpe de estado en Bolivia.

Varios de sus compañeros, como el constructor Gerardo Martínez o el estatal Andrés Rodríguez, llegaron incluso a comentar anteayer en la Unión Industrial que Evo Morales «se lo venía buscando» por haber forzado las reglas de la constitución para postularse a la tercera reelección consecutiva. Pero el líder del sindicato de Sanidad conversó sobre el tema con el propio Alberto Fernández y supo que al presidente electo se le juega en el altiplano bastante más que la suerte de un aliado regional. Si Morales no vuelve a gobernar Bolivia en las próximas semanas, al menos hasta el final del mandato que el domingo interrumpieron los militares, la renegociación de la deuda argentina también sentirá el impacto.


El reflejo conservador de los popes cegetistas, casi calcado del de los animadores televisivos Jorge Asís o Jaime Baily, responde más al anticomunismo genético de la dirigencia sindical tradicional argentina que a una poco probable instrucción del Departamento de Estado.
La preocupación de Fernández y de su alfil Daer, en cambio, es mucho más concreta. ¿Cómo tensar la cuerda con el Fondo Monetario al punto que proponen hacerlo economistas como Miguel Pesce o Emmanuel Álvarez Agis si el Tío Sam es capaz de volver, como dijo el presidente electo, «a las peores épocas de los años setenta, avalando intervenciones militares contra gobiernos populares que fueron elegidos democráticamente»?

Es el hilo que une a la autoproclamada presidenta boliviana Jeanine Áñez con la búlgara Kristalina Georgieva, quien piloteará la más decisiva de las negociaciones que le toca encarar a Fernández. Los escritorios donde se definen por estas horas el futuro inmediato de Argentina y de Bolivia están a pocas cuadras de distancia, todos en Washington DC. Del Departamento de Estado salió la felicitación a los golpistas bolivianos que criticó Alberto y del Tesoro la orden que impartió Donald Trump al Fondo Monetario de no ahogar a la hiperendeudada Argentina post-macrista.

La sintonía que exhibió Fernández con Trump en su charla de dos semanas atrás, cuando el mismísimo jefe de la Casa Blanca le prometió al presidente electo que intercedería ante «su gente» en el FMI para que la negociación sea más amigable, quedó sepultada en el frenetismo de estos días. Hasta el lunes por la noche, el líder del Frente de Todos optó por la cautela y condenó el golpe de estado sin referirse al papel de Estados Unidos. Pero el martes por la mañana, después de librar una sorda pulseada diplomática para que Morales consiguiera llegar con vida a México, dijo lo que dijo. Lo convencieron los titubeos de sus pares de Perú y Ecuador para autorizar siquiera el sobrevuelo de la aeronave. Ninguno quería hacer enojar a Washington.

De Evo al Medioevo

El contexto regional en el que deberá moverse el nuevo gobierno es de una volatilidad no apta para cardíacos. Mientras Sebastián Piñera choca una vez más contra una movilización sin interlocutores con los cuales negociar y se balancea hacia un abismo político inédito, Bolivia se hunde en algo peor: la guerra civil. Y se trata de resultados de dos procesos completamente distintos, acaso opuestos. Tras un mes de movilizaciones, 23 muertos y casi 10 mil detenidos, el mandatario trasandino apostó por más represión (convocó a carabineros recientemente jubilados) y solo consiguió volver a potenciar las protestas. Morales, en cambio, renunció apenas supo que el Ejército se negaba a custodiar a los funcionarios que la policía había dejado desguarecidos frente a los incendios intencionales de sus domicilios.

El problema es la relación con Trump, el accionista mayoritario (y único con poder de veto) en el directorio del principal acreeedor del Estado: el FMI. Hasta ahora, desde que ganó las elecciones del 27, Fernández venía mentando a Chile en tono de advertencia. El subtexto de todas sus menciones era el mismo: cuidado con forzarnos a un ajuste demasiado severo porque acá también se puede pudrir todo. Ahora, por la recíproca, el mensaje subliminal que le envía Bolivia es que ni siquiera un gobierno obsesivo del superávit fiscal está a salvo de ser derrocado. La grieta, ahora, también puede servir para tirar un presidente al vacío.

Con una posición de principios, elementalmente democrática, el próximo presidente se paró junto a los actuales de México y Uruguay y en abierta confrontación con el Grupo de Lima. La debilidad que encierra esa estrategia es que en los demás países se resigna a construir lazos exclusivamente con las oposiciones. Por más potencialidades que tengan, como en el caso de Lula en Brasil, son liderazgos sin la botonera del poder institucional. Y para peor, el ciclo del Frente Amplio en Uruguay también amenaza con llegar a su ocaso. La teoría de las oleadas, que tan bien esquematizó el ahora exiliado vice boliviano Álvaro García Linera.

La autoproclamación de Jeanine Áñez como Presidenta con la Biblia en la mano y la arenga del golpista cruceño Luis Fernando Camacho para que «nunca más la Pachamama vuelva al Palacio Quemado» forman parte del mismo fenómeno político y cultural que en Brasil empujó el golpe palaciego contra Dilma Rousseff y encaramó a Jair Bolsonaro a lo más alto del poder: el crecimiento de las iglesias evangélicas protestantes. Es un avance silencioso pero incesante en los últimos años, de tal magnitud que ya no hay país donde no influya decisivamente.

¿Hará bien el progresismo argentino en ningunear a los evangélicos como grupo de presión?
¿No fueron esas más de 15 mil congregaciones sin dirección centralizada las que reforzaron decisivamente el año pasado las movilizaciones callejeras contra la legalización del aborto donde la Iglesia católica ya se había resignado a ser menos numerosa que la marea verde? ¿No fue acaso el Vaticano el primero en tomar nota de ese avance pentecostal en los barrios más pobres del subcontinente con más católicos, razón por la cual eligió a un argentino en aquella última fumata blanca? ¿Fue casual que el canciller Jorge Faurie recibiera por estas horas a Amalia Granata, artífice del batacazo de Macri en Santa Fe en las elecciones del 27?

Vil metal

La economía argentina, mientras tanto, sigue en coma inducido. Aunque la mayoría de los cronistas de la transición daban por hecho ayer que Guillermo Nielsen será el ministro de Economía, Matías Kulfas el de Producción, Mercedes Marcó del Pont la jefa de la AFIP y Miguel Pesce el presidente del Banco Central, esos nombres para esos cargos están lejos de haber sido confirmados. Nielsen incluso se ocupó de desmentir la versión durante las últimas 48 horas ante distintos interlocutores del mercado.

Nada está definido. Lo más probable, según los recién mudados del búnker de la calle México al comando de transición en Puerto Madero, es que Kulfas oficie de superministro -a Roberto Lavagna- y que de él dependan secretarías de Agricultura, de Industria, de Finanzas y de Hacienda. Cecilia Todesca y él son los únicos autorizados para usar el segundo despacho más grande de ese piso en Juana Manso y Rosario Peñaloza.

Todos oscilan entre la cautela extrema y el pesimismo liso y llano. Complejidad, dificultad, herencia, desfiladero y estrechez son las ideas que más repiten cuando los micrófonos se apagan y aceptan brindar un diagnóstico off the record. La única moderadamente optimista es Marcó del Pont, quien en privado se mostró convencida de que la brecha entre el dólar oficial y el paralelo no va a escalar hasta el 50% del último kirchnerismo gracias a que la clase media y las empresas están «sobrestockeadas» de divisas compradas antes del supercepo.

Álvarez Agis, a quien Fernández escucha con atención en materia de deuda, lleva adelante por estas horas discretos contactos con inversores en Nueva York. En el reporte de esta semana de su consultora -PxQ- advirtió que los vencimientos de deuda de los próximos 13 meses (en pesos y dólares) totalizan US$ 56.448 millones. Con las reservas brutas del Central en 43.414 millones y las reservas netas en menos de 11.000 millones, un default abierto y sin excepciones luce inevitable. El propio Agis, quien había dicho que la deuda con los privados no era problemática, escribió en ese informe que «hoy el problema de Argentina es de liquidez, pero si se dilata corre riesgo de evolucionar en un problema de solvencia».

Salvo que aparezca el Tío Sam, por supuesto. Y que auspicie el pacto social que impulsa Fernández con una refinanciación incondicional de los vencimientos que operan ante el Fondo. Era el triunfo agónico que el presidente electo aspiraba a lograr dos semanas atrás, con el riesgo de chilenización de la Argentina como jugada preparada. Hasta que la policía amotinada y el ejército de Williams Kaliman hicieron su «sugerencia» a Evo Morales para que renuncie. Y le corrieron el arco.

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