EL ELEFANTE EN EL BAZAR



Por José Pablo Feinmann   ***

Todo esto ya pasó. Y terminó tan mal como va a terminar ahora. La pena es que hayamos tenido que padecerlo de nuevo. Los de hoy –aunque mataron- no mataron a tantos como Martínez de Hoz y los suyos. Ni como el torpe De la Rúa y su policía desbocada, aunque encarcelaron más. Es triste tropezar tantas veces con la misma piedra.


Imagen: NA

Será vano preguntarse por qué pasó. Pese a que se veía venir, pese a que era evidente que estos niños ricos harían un país para los suyos, que trabajarían para aumentar sus patrimonios y hambrear al resto del país, fueron votados democráticamente y se adueñaron del gobierno.

El poder ya lo tenían. Se dijo: el país atendido por sus propios dueños. Y los dueños del país actuaron con eficiencia para seguir enriqueciéndose y con gran torpeza para gobernar. No les importó mucho de los otros que habitaban este suelo y se dedicaron a ignorarlos o denigrarlos. No tienen un alma generosa porque no tienen alma, ni generosa ni de ningún otro tipo, tienen billeteras. Tienen abultados patrimonios y los depositan fuera del país. Algo más tienen: un acentuado desdén por los pobres. Esos que durante el gobierno anterior, en medio de una fiesta impropia, se creyeron que podían tener televisores plasma y celulares. Pobres infelices, creen que cualquiera tiene derecho a ser rico. Sobre todo esa clase media que los votó y a la que castigaron con crueldad indisimulada. “En la Argentina, el que la hace las paga”, dijo el presidente en uno de sus tantos arrebatos belicosos. ¿Qué hizo la clase media? Quiso ser rica. Y hasta algunos pobres también. Que paguen, que sufran.

Sin embargo, aun para saquearlo, un país debe gobernarse. Tenían una guía para hacerlo. La Guía del perfecto neoliberal. Hay que abrir el país, facilitar las importaciones, exportar lo que el mundo requiere de los países emergentes, traer inversiones, lluvias de ellas, someterse a EEUU, pedir créditos al FMI, ajustar los salarios (que son un gasto), esquilmar a los jubilados, viejos que de nada sirven, tener una policía brava, de gatillo fácil, porque el pueblo es naturalmente bochinchero y hace huelgas y manifestaciones callejeras que entorpecen el tránsito, hacer pactos con Europa, que es el taller del mundo como ya enseñara Adam Smith y nosotros el abundante granero, poner hermosa la ciudad de Buenos Aires, que es de ellos, del país que hicieron, ya que hicieron una ciudad sobre la ruina y la derrota de las provincias, nunca un país, y tienen campos, y son los dueños de la tierra y los que deben gobernar porque son superiores. Eso les dice la Guía del perfecto neoliberal, a la que obedecen casi ciegamente.

Ahora, sin embargo, todo les está saliendo mal. Ellos siguen ricos y con su dinero en los paraísos fiscales que el capitalismo reserva para los ladrones de guante blanco. Pero, en alguna medida, aunque los desprecien, tienen que alimentar al resto de los habitantes, que son muchos. Y no saben. Como en este país ya no hay ejércitos que les hagan la tarea, tienen que instrumentar la justicia para meter entre rejas a los opositores, pero no pueden hacerlo con todos. No pueden evitar la democracia. A la cual, por medio de una fábula absurda, dicen representar. Y tienen que ir a elecciones. Se creen muy vivos. Más vivos que todos. Tienen a un ecuatoriano que es un campeón en cuestiones electorales. Y a un jefe de gabinete que utiliza como un mago a numerosos e injuriantes trolls que deterioran las honras ajenas.

Igual, perdieron por paliza. Macri reaccionó como un niño muy contrariado. Le echó la culpa al pueblo y al kirchnerismo. A los últimos les pidió una autocrítica. Que averiguen por qué el mundo o los mercados (que Macri identifica) no los quieren. Todo inútil. El dólar se les escapa. El riesgo país sube. Las reservas del Banco Central disminuyen. La gente protesta porque no puede comer. Se juntaron los fieles en Plaza de Mayo y el líder salió al balcón. Lo acompañaba su esposa. Dio un discurso a espaldas de la Plaza. Después enfrentó a la multitud y con los puños bien cerrados los arengó furiosamente. Es así: durante los últimos tiempos pierde la templanza agudamente.

Ahora ni el jefe ni sus adictos (se fue el ministro de economía) saben qué hacer. Nadie confía en ellos. Todos compran dólares. El dólar se dispara. Están a un paso del cepo kirchnerista, del que tanto abominaron. Tendrían que durar y gobernar hasta el 10 de diciembre. Pero cada día hacen más daños. Son un elefante en un bazar. Si no rompen más es porque el bazar, gracias a su gobierno, está casi vacío.

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