JOSÉ ARTIGAS EN SANTA ANA

Por Oscar Daniel Cantero   ***

Quien hoy visita el cerro Santa Ana, convertido en un importante atractivo turístico tras la inauguración de la Cruz, no puede dejar de maravillarse ante la imponencia del paisaje que se puede ver desde las alturas. Una imponente sucesión de campos y arboledas que se extiende hacia el infinito, con diferentes tonalidades de verde. Ya cerca de la línea del horizonte, el azul del cielo se mezcla con el río Paraná que se ve a lo lejos. Pocos de los visitantes saben que en ese lugar estuvo el último campamento de José Artigas en 1820 en territorios de la Liga de los Pueblos Libres, antes de ir al exilio en el Paraguay del que ya no regresaría.

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Probablemente el Protector, pese a lo apremiante de la situación y de la angustia que debía sentir después de tantas derrotas, tragedias y traiciones, no habrá podido dejar de sentir también esa misma sensación de admiración frente a la exuberancia del paisaje misionero que todavía hoy deslumbra al visitante.

En 1815 la Liga de los Pueblos Libres había alcanzado su momento de máxima extensión territorial, incorporando a Santa Fe y Córdoba a las provincias ya aliadas de la Banda Oriental, Misiones, Corrientes y Entre Ríos. También conoció su mayor radicalización social, con la aplicación del reglamento de tierras en la Banda Oriental y el arribo de un guaraní, Andrés Artigas, al gobierno de Misiones. Pero desde 1816 se inició un rápido declive causado, en gran parte, por la necesidad de llevar adelante una guerra en dos frentes de manera simultánea, contra la invasión portuguesa y contra las fuerzas directoriales que atacaban al Litoral. En ese contexto, no tardaron en aparecer tensiones internas producidas por lo difícil que resultaba sostener la compleja alianza social que hizo posible el proyecto confederacionista.

A principios de 1820, la derrota definitiva parecía inminente, sobre todo tras el contundente revés de Tacuarembó (22 de enero) en el que perdió la vida Pantaleón Sotelo, Comandante General de Misiones. Tras verse obligado a abandonar la Banda Oriental, Artigas entrevió una nueva esperanza: el 3 de febrero sus aliados, Estanislao López y Francisco Ramírez, gobernadores de Santa Fe y Entre Ríos respectivamente, habían obtenido una victoria aplastante sobre las fuerzas directoriales en la batalla de Cepeda. Sin embargo, la ayuda esperada nunca llegó y los antiguos aliados se mostraban cada vez más distantes, e incluso firmaron el Tratado de Pilar con Buenos Aires pasando por encima de la autoridad del Protector.

Artigas acusó de traición a Francisco Ramírez, reunió a los aliados que todavía le eran leales en el Tratado de Ávalos e inició una ofensiva contra Entre Ríos. Pese a las victorias iniciales, los refuerzos porteños con los que contaba Ramírez y la adhesión que obtuvo del Comandante General misionero Francisco Javier Sití determinaron que Artigas se viera derrotado en un rosario que combates que lo empujaron más y más al norte, hacia los confines de la provincia de Misiones. Tras bordar el estero del Iberá, el Protector llegó al corazón de las antiguas reducciones en los primeros días de septiembre de 1820.

Se supone que la intención de Artigas era cruzar al Paraguay, por lo que lo esperable era que acampara en las cercanías del paso de Candelaria. Sin embargo, según el informe del comandante correntino de Caa Cati, Luis Vergara, el lugar elegido fue el cerro Santa Ana. Este dato fue luego confirmado por Amado Bonpland, quien visitó el lugar un año después y dejó constancia en su diario de que “es en este cerro donde el famoso Artigas había establecido su campamento, después de haber sido destruido por los portugueses y que el general Ramírez le hiciera una guerra ofensiva”.

Esto podría deberse a que el cerro era fácilmente defendible y proporcionaba una amplia vista de la zona circundante que evitaba el riesgo de ser sorprendido por el enemigo, como poco antes le había sucedido en Ávalos. También podría haber otra importante razón: posiblemente Artigas buscaba del Paraguay auxilio militar para continuar su lucha. Quizá esperaba que la revuelta organizada por Fulgencio Yegros en Asunción lograra deponer al dictador Gaspar Rodríguez de Francia, y le brindara apoyo. De ser así, ese proyecto también quedó trunco: los conspiradores fueron descubiertos y encarcelados, por lo que el poder del Dictador seguía firme. En esas circunstancias, no le quedó otra alternativa que solicitar asilo político.

El 5 de septiembre de 1820, Artigas cruzaba el Paraná por el paso de Candelaria, rumbo a un ostracismo obligado que con los años se tornaría voluntario. Cuando años después el gobierno de la flamante República Oriental del Uruguay le ofreciera retornar, el cansado caudillo se negaría alegando que ya no tenía patria.

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