DE LA RÚA FUE EL SÍMBOLO DE UNA FRUSTRACIÓN

 

Por Washington Uranga   ***

Para quienes vivieron de manera activa la vida política durante los apenas dos años en los que, a partir de 1999, Fernando De la Rúa gobernó el país, la imagen del ahora fallecido ex presidente quedará indefectiblemente asociada al caos, a las 39 muertes ocurridas durante la represión del 19 y 20 de diciembre de 2001 y al helicóptero partiendo desde la azotea de la Casa Rosada . Significantes que sintetizan una historia política que, con la Alianza, se construyó como una esperanza y culminó como una enorme frustración para una buena parte de los argentinos y las argentinas.


De la Rúa durante la campaña presidencial de 1999.
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Imagen: Télam
En medio quedó la renuncia nunca suficientemente aclarada de Chacho Álvarez a la vicepresidencia, el ajuste, el megacanje, el «blindaje » y la tablita de José Luis Machinea siguiendo, igual que ahora, instrucciones del Fondo Monetario, también entonces protagonista como hoy de la vida política argentina. Para seguir con los paralelismos no habría que olvidar que De la Rúa contó con el apoyo de George W. Bush (padre) de la misma manera que hoy Donald Trump recomienda a su amigo Mauricio Macri. El entonces Presidente de Estados Unidos calificó a De la Rúa como «un líder muy fuerte» y le manifestó su «aprecio por el esfuerzo que está haciendo para superar las dificultades económicas que ha encontrado» al asumir su mandato.La «banelco» de Alberto Flamarique para empujar la reforma laboral fue otro ingrediente de la escena política de esos tiempos. Pero también la reducción del salario de los empleados del Estado, el recorte de los haberes previsionales, el antes menemista Domingo Cavallo rescatado como el mago salvador de la economía y Patricia Bullrich como Ministra de Trabajo para seguir ajustando a los trabajadores. Y una tasa de desempleo que en apenas un año, entre 2000 y 2001, trepó del 14,7% al 25%.

Lo demás es apenas anecdótico. Hasta el «dicen que soy aburrido» ideado por el publicista Ramiro Agulla para la campaña en la que De la Rúa garantizó «terminar con esta fiesta para unos pocos» adjudicada al menemismo, y prometió un país basado en el «respeto», «las reglas claras», la «dignidad», trabajo, educación y «encarcelar a los delincuentes y corruptos». Y como si fuera poco, sentenció que «al que le aburra, que se vaya», porque «no quiero un pueblo sufriendo mientras algunos pocos se divierten, quiero un país alegre, quiero un pueblo feliz».

Formal y con escaso carisma para las masas, Fernando De la Rúa encarnó la vertiente más conservadora de su partido y sus lazos con el establishment económico, que existieron desde siempre, quedaron en evidencia de inmediato al asumir el gobierno y tiñeron toda la gestión contradiciendo de manera abierta y directa las promesas hechas en la campaña de la «Alianza para el trabajo, la justicia y la educación» que le habilitaron el triunfo sobre Eduardo Duhalde en los comicios de 1999.

Las apariciones públicas del ex presidente ahora fallecido fueron escasas con posterioridad a su huída de la Rosada y varias de ellas forzadas para atender causas judiciales derivadas de su gestión, especialmente por las muertes generadas por la represión de diciembre de 2001. Indefectiblemente alegó no solo su inocencia, sino un desconocimiento poco creíble de hechos de los que inevitablemente fue protagonista central.

Pero su periplo formal como ex presidente lo cerró Fernando De la Rúa aceptando la invitación que Mauricio Macri le hizo para participar en la gala del teatro Colón con ocasión del encuentro del G20 el año anterior en Buenos Aires. Allí tuvo la oportunidad de compartir con dos de sus ex colaboradores: Hernán Lombardi y Patricia Bullrich.

El paso de Fernando De la Rúa por la política argentina y por la presidencia simbolizó para muchos argentinos y argentinas el veloz tránsito de la promesa del cambio a una dolorosa, trágica y angustiante frustración.

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