ATRÉVANSEN A DECLARAR EL CAPITALISMO MUERTO ANTES DE QUE NOS ARRASTRE A TODOS CON ÉL



Por George Monbiot   ***

El sistema económico es incompatible con la supervivencia de la vida en la Tierra. Es hora de diseñar uno nuevo.

El patrón oro formó la base financiera de la economía internacional de 1870 a 1914 (Imagen de Northwestern Litho. Co, Milwaukee – Dominio público, Wikipedia)

Durante la mayor parte de mi vida adulta me he opuesto al «capitalismo corporativo», al «capitalismo de consumo» y al «capitalismo de amigos». Me tomó mucho tiempo ver que el problema no es el adjetivo sino el sustantivo. Mientras que algunas personas han rechazado el capitalismo con gusto y rapidez, yo lo he hecho lentamente y sin entusiasmo. Parte de la razón era que no veía una alternativa clara: a diferencia de algunos anticapitalistas, nunca he sido un entusiasta del comunismo de estado. También me inhibió su estatus religioso. Decir «el capitalismo está fallando» en el siglo XXI es como decir «Dios está muerto» en el siglo XIX: es una blasfemia secular. Requiere un grado de autoconfianza que yo no poseía.

Pero a medida que he ido creciendo, he llegado a reconocer dos cosas. En primer lugar, que es el sistema, más que cualquier variante del sistema, lo que nos conduce inexorablemente hacia el desastre. Segundo, que no hay que producir una alternativa definitiva para decir que el capitalismo está fracasando. Esta afirmación es independiente. Pero también exige otro esfuerzo diferente, para desarrollar un nuevo sistema.

Los fracasos del capitalismo surgen de dos de los elementos que lo definen. El primero es el crecimiento perpetuo. El crecimiento económico es el efecto agregado de la búsqueda de acumular capital y extraer beneficios. El capitalismo se derrumba sin crecimiento, pero el crecimiento perpetuo en un planeta finito conduce inexorablemente a la calamidad ambiental.

Quienes defienden el capitalismo sostienen que, a medida que el consumo pasa de los bienes a los servicios, el crecimiento económico puede disociarse del uso de los recursos materiales. La semana pasada un artículo en la revista New Political Economy, de Jason Hickel y Giorgos Kallis, examinó esta premisa. Descubrieron que, si bien en el siglo XX se produjo un desacoplamiento relativo (el consumo de recursos materiales aumentó, pero no tan rápidamente como el crecimiento económico), en el siglo XXI se ha producido una recuperación: el aumento del consumo de recursos ha igualado o superado hasta ahora la tasa de crecimiento económico. El desacoplamiento absoluto necesario para evitar la catástrofe medioambiental (una reducción del uso de recursos materiales) nunca se ha logrado, y parece imposible mientras continúe el crecimiento económico. El crecimiento ecológico es una ilusión.

Un sistema basado en el crecimiento perpetuo no puede funcionar sin periferias y externalidades. Siempre debe haber una zona de extracción -de la que se extraigan los materiales sin pago completo- y una zona de eliminación, donde se vierten los costes en forma de residuos y contaminación. A medida que la escala de la actividad económica aumenta hasta que el capitalismo afecta a todo, desde la atmósfera hasta el fondo del océano profundo, el planeta entero se convierte en una zona de sacrificio: todos habitamos en la periferia de la máquina de hacer dinero.

Esto nos lleva al cataclismo a tal escala que la mayoría de la gente no tiene forma de imaginarlo. La amenaza de colapso de nuestros sistemas de soporte vital es mucho mayor que la guerra, el hambre, la peste o la crisis económica, aunque es probable que incorpore a los cuatro. Las sociedades pueden recuperarse de estos acontecimientos apocalípticos, pero no de la pérdida de suelo, de una biosfera abundante y de un clima habitable.

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El segundo elemento definitorio es la extraña suposición de que una persona tiene derecho a una parte tan grande de la riqueza natural del mundo como su dinero pueda comprar. Esta confiscación de los bienes comunes causa otras tres dislocaciones. En primer lugar, la lucha por el control exclusivo de los bienes no reproducibles, lo que implica violencia o truncamiento legislativo de los derechos de otras personas. En segundo lugar, el empobrecimiento de otras personas por una economía basada en el saqueo tanto en el espacio como en el tiempo. Tercero, la traducción del poder económico en poder político, ya que el control de los recursos esenciales conduce al control de las relaciones sociales que los rodean.

En el New York Times del domingo, el economista Nobel Joseph Stiglitz trató de distinguir entre el buen capitalismo, al que llamó «creación de riqueza», y el mal capitalismo, al que llamó «apropiación de riqueza» (extracción de rentas). Entiendo su distinción. Pero desde el punto de vista medioambiental, la creación de riqueza es la apropiación de riqueza. El crecimiento económico, intrínsecamente ligado al uso creciente de los recursos materiales, significa aprovechar la riqueza natural tanto de los sistemas vivos como de las generaciones futuras.

Señalar estos problemas es invitar a un aluvión de acusaciones, muchas de las cuales se basan en esta premisa: el capitalismo ha rescatado a cientos de millones de personas de la pobreza – ahora se las quiere empobrecer de nuevo. Es cierto que el capitalismo, y el crecimiento económico que impulsa, ha mejorado radicalmente la prosperidad de un gran número de personas, a la vez que destruye la prosperidad de muchos otros: aquellos cuyas tierras, mano de obra y recursos fueron confiscados para impulsar el crecimiento en otros lugares. Gran parte de la riqueza de las naciones ricas fue – y es – construida sobre la esclavitud y la expropiación colonial.

Al igual que el carbón, el capitalismo ha traído muchos beneficios. Pero, como el carbón, ahora causa más daño que bien. Así como hemos encontrado medios para generar energía útil que son mejores y menos perjudiciales que el carbón, también necesitamos encontrar medios para generar bienestar humano que sean mejores y menos perjudiciales que el capitalismo.

No hay vuelta atrás: la alternativa al capitalismo no es ni el feudalismo ni el comunismo de estado. El comunismo soviético tenía más en común con el capitalismo de lo que los defensores de ambos sistemas querían admitir. Ambos sistemas están (o estaban) obsesionados con generar crecimiento económico. Ambos están dispuestos a infligir niveles asombrosos de daño en la búsqueda de este y otros fines. Ambos prometieron un futuro en el que sólo tendríamos que trabajar unas pocas horas a la semana, pero en cambio exigiendo un trabajo interminable y brutal. Ambos son deshumanizadores. Ambos son absolutistas, insistiendo en que el único Dios verdadero es el suyo y sólo el suyo.

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¿Cómo luce un sistema mejor? No tengo una respuesta completa, y no creo que ninguna persona la tenga. Pero creo que veo que está emergiendo un marco aproximado. Parte de ella es proporcionada por la civilización ecológica propuesta por Jeremy Lent, uno de los más grandes pensadores de nuestra era. Otros elementos provienen de la economía de las rosquillas de Kate Raworth y del pensamiento ambiental de Naomi Klein, Amitav Ghosh, Angaangaq Angakkkorsuaq, Raj Patel y Bill McKibben. Parte de la respuesta está en la noción de «suficiencia privada, lujo público«. Otra parte surge de la creación de una nueva concepción de la justicia basada en este sencillo principio: cada generación, en todas partes, tendrá el mismo derecho al disfrute de las riquezas naturales.

Creo que nuestra tarea es identificar las mejores propuestas de muchos pensadores diferentes y convertirlas en una alternativa coherente. Dado que ningún sistema económico es sólo un sistema económico, sino que se inmiscuye en todos los aspectos de nuestras vidas, necesitamos muchas mentes de diversas disciplinas -económicas, medioambientales, políticas, culturales, sociales y logísticas- para que trabajen en colaboración para crear una mejor manera de organizarnos que satisfaga nuestras necesidades sin destruir nuestro hogar.

Nuestra elección se reduce a esto. ¿Paramos la vida para permitir que el capitalismo continúe, o paramos el capitalismo para permitir que la vida continúe?

*** George Monbiot es un columnista de The Guardian

Traducción del inglés de: Antonella Ayala

Reproducido con la amable autorización del autor
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