LA HORA DEL SARGENTO CRUZ

 Por Roberto Caballero   ***

Movió la Dama. CFK no será presidenta en el 2019 por decisión propia. La emboscada de causas y juicios que le tenían preparada lidiará contra una posibilidad fantasmal, mientras Alberto Fernández va a trajinar el territorio convocando al voto ciudadano, libre de cuerpo y persecuciones, asegurando una posible victoria nacional -y algo popular- en octubre. CFK ya no es el problema de la unidad y del país, como decían sus detractores. El problema de la Argentina queda ahora a la vista de todos: se llama neoliberalismo.


Con el sorpresivo anuncio de la candidatura presidencial de Alberto Fernández, la política de la semana pasada quedó vieja. Un solo movimiento de CFK cambió el escenario. Como cuando Juan Perón, respondiendo al llamado del frondicismo a elecciones de marzo de 1962, se postuló a la vicegobernación bonaerense detrás de Andrés Framini, candidatura inesperada que obligó al sistema de poder regenteado desde las sombras por los militares a precipitar una prohibición que acabó con el experimento aperturista. De un solo golpe, el líder en el exilio dejó en evidencia el carácter proscriptivo de la medida y anunció que Framini era el hombre a ser votado por sus bases.

La de Perón fue una jugada de alto impacto.
En un marco objetivo de debilidad, sacó una enorme ventaja. Obligó a sus adversarios a jugar una pieza que no querían usar. ¿Qué tipo de democracia podían garantizar los que continuaban con la persecución al mayor líder opositor, inaugurada con el golpe del ‘55?  Sacó de la galera una genialidad imprevista. La fórmula finalmente quedó integrada por Framini y Marcos Anglada. Fue a elecciones bajo el sello de la Unión Popular. Las ganó, pero nunca los dejaron asumir. Frondizi terminó eyectado del poder. Perón demostró que el problema de los militares no era sólo con él, sino con la democracia de verdad.

A diferencia de Perón, CFK no está “legalmente” proscripta. No hay decreto 4161 en el horizonte. Lo que sí existe es un mecanismo judicial y mediático que cotidianamente la saca de la cancha de los liderazgos admitidos por el sistema. Es un formato invisible, aunque poderoso. Electoralmente, responsable de lo que en la jerga se conoce como techo negativo. Todo el dispositivo estuvo orientado a consolidar una mala imagen, irremontable, que la alejara del caudal de votos necesario para ser reelecta como presidenta por tercera vez.

CFK se debe haber preguntado si, realmente, como sucedió con Perón, este dispositivo la iba a terminar aceptando como candidata. Ya no si la iban a dejar ganar, sino si le iban a permitir su candidatura de cara a octubre. Viendo lo ocurrido en Ecuador o en Brasil, donde las instituciones fueron manipuladas hasta el extremo para clausurar las posibilidades del lulismo o del correísmo, tomó una decisión que dejó a sus adversarios a la intemperie. El renunciamiento a su candidatura casi cantada y la entronización de Alberto Fernández -una “extravagancia” a juzgar por Joaquín Morales Solá o el “nuevo cajón de Herminio” para Eduardo Duhalde- produjo un escenario para el cual el macrismo, los medios y el partido judicial que la persiguen, no tiene hoy un contraataque efectivo.

Salvando las obviedades publicadas (“AF es Cámpora y CFK es Perón”), del mismo modo que los paralizó la sorpresa cuando ella se convirtió en best-seller de la noche a la mañana, no hay hasta ahora una respuesta de parte del oficialismo meditada, seria, que refleje un cambio de estrategia ante el nuevo escenario. CFK sigue manteniendo la centralidad política, pero ahora ya no será la candidata a presidenta. ¿No querían esto último, acaso?

La fabricación de un extremo centro, que deje a Macri y su pésima gestión a la derecha del espectro y a CFK en el otro extremo, gritando “oposición o muerte”, también entró en crisis. Alberto Fernández es, en esencia, un representante real de ese centro, que el establishment está tratando de construir para asegurarse que no retorne el populismo en su versión más radical. Si los gobiernos kirchneristas fueron de alianza entre sectores nacionales y populares, su incursión viene a validar el reingreso a esa alianza de poder del empresariado nacional que huyó cuando el cristinismo acentuó sus políticas distribucionistas para terminar apoyando, aún contra sus intereses, al macrismo y al neoliberalismo a destiempo.

Alberto Fernández tiene, además, la mayor parte de los atributos que se les pretende inventar desde los medios a Sergio Massa o a Roberto Lavagna: gestión nestorista ante la crisis (fue jefe de gabinete de Néstor Kirchner), capacidad de diálogo (habla con todo el mundo, nadie lo puede negar), no es camporista (no reniega de Clarín, más bien abjura de la ley de medios), fue crítico de CFK (ahí está el archivo) y es el único que, de verdad, consiguió el objetivo que ni Massa ni Lavagna podían garantizar según los sondeos: en los hechos, si se lo ayuda a ser presidente, garantiza ciento por ciento que CFK no lo será.

Lavagna y Massa, a esta altura, son anécdota. Le van a sacar más votos a Macri con Alternativa Federal que a ésta fórmula: la de Cristina, que no la tiene de candidata a presidenta, sino de vice.

A su vez, con su papel de Sargento Cruz en esta historia, Alberto Fernández cumple con un requisito clave para conquistar la adhesión kirchnerista que CFK le ofrece con gran generosidad. El Sargento Cruz estaba a cargo de la persecución de Martín Fierro. Hasta que se convence de que Fierro estaba siendo víctima de una gran injusticia y decide pasarse de bando. Así, con una decisión parecida, Fernández se puso en situación de capitalizar el cariño que millones de personas le dispensan a CFK. Eso, en materia de votos, es casi todo.

La jugada de CFK es la más arriesgada desde que Perón se autonominó con Framini. Produce un descalabro en las filas del adversario que precipita los acontecimientos. ¿Alguien puede asegurar que Macri, ahora que su estrategia de polarización entró en discusión, llega como candidato al 22 de junio? ¿Los grupos empresarios nacionales (los Rocca, los Pagani, los Eurnekian), a quienes Macri a través de su justicia adicta pretendió encarcelar con la causa de las fotocopias, están en condiciones de rechazar la oferta que CFK les está haciendo, en su tránsito de reina de dragones a vice hervíbora?

La pregunta es qué gana CFK con este movimiento.
En principio da una señal muy clara: en un país donde nadie resigna nada, ella se pone por encima de todos y cede su protagonismo, algo que en la política pero también en el deporte y hasta en la vida social de todos los días, parece estar contraindicado. Un gesto extraordinario para destrabar una situación extraordinaria, donde grupos de poder local y gobiernos extranjeros sostienen un veto sobre su figura que no hay encuesta que pueda revertir. Un proceso electoral viciado que podría, incluso, terminar en una imposibilidad fáctica a su asunción, forzando los límites del ya bastante vapuleado estado de derecho.

La Argentina tiene presos políticos. Un sector del Poder Judicial actúa como grupo de tareas persiguiendo opositores. Los servicios de Inteligencia están descontrolados. La economía la maneja el FMI. Los medios hegemónicos mantienen de hecho una proscripción invisible contra todo lo que huela a kirchnerismo puro. Nada conspira más contra la gobernabilidad democrática que el irresponsable ánimo de venganza que anima al gobierno macrista y sus socios. Lo que sucede es una bomba siempre a punto de estallar. Alguien tiene que cortar el cable indicado, antes de que ocurra lo peor y el caos se eternice.

CFK hace lo que está a su alcance para contribuir a la pacificación de los ánimos. No la quieren como presidenta, bueno, no lo va a ser. Pero no se desentiende de las cosas, no se va a su casa. Con la elección de Fernández construye un centro propio, real y concreto, capaz de recrear una alianza, que no es otra que la alianza original que llevó al kirchnerismo al poder en 2003. La situación que atraviesa el país es grave, su grado de fragilidad externa producto del endeudamiento y la parálisis del mercado interno, son cosas inauditas en un mundo donde suceden cosas todavía más graves. Hoy la “unidad”, está diciendo, debe ser “nacional” para enfrentar las acechanzas. No es sólo un problema de patrón de ingreso mal distribuido: es que la Argentina está de rodillas frente a un peligro de tsunami. Para distribuir en serio, primero hay que crecer, y para crecer, antes que nada, el neoliberalismo macrista debe ser derrotado en las urnas.

Los empresarios nacionales deben invertir, conservar los trabajos que hay, crear nuevos, generar riqueza y estar dispuestos a aceptar regulaciones y mediaciones que la hagan derramar sobre la sociedad en la que viven. Cuando jugaron a la política, en 2003, asustados por el desplome del neoliberalismo cavallista, se sumaron a la gesta que les propuso Néstor Kirchner. No era una revolución: simplemente, construir “un país en serio”. Allí estuvieron, hasta que el patrón de distribución del ingreso alcanzado durante el primer gobierno de CFK, los volvió a asustar. Massa es un invento de su miedo. Y Macri, un intento por bajar los salarios: lo lograron, al punto que hoy no tienen mercado interno y sus balances están en rojo.

A este esquema caótico le hace falta equilibrio. Un orden que establezca nuevas prioridades. Eso les viene diciendo CFK cada vez que habla. Su propuesta del Contrato Social para una Ciudadanía Responsable es eso. No hay país desarrollado que no tenga empresarios en condiciones de liderar un proceso de recuperación económica y social, pero para eso, primero, se tienen que hacer cargo de las cosas. Y dejar de pelear contra sus propios fantasmas.

Alberto Fernández, ya en su rol de candidato, hablando el lenguaje que entienden los factores de poder, le volvió a tender una mano al Grupo Clarín desde la fórmula que comparte con CFK. Les pidió desde un reportaje en Página 12 que abandonen el “periodismo de guerra”, que está pasado de moda, le dijo. Los comparó con los soldados japoneses perdidos en una isla que varias décadas después del final de la guerra seguían con su combate imaginario. Más claro, imposible.

El Grupo Clarín, el monopolio Clarín, hoy más monopolio que nunca gracias a Macri, es la jefatura política del empresariado nacional. Una jefatura política que no va a elecciones, pero que por volumen disciplina al conjunto. No es chiste: Clarín tiene quórum propio en Diputados, Macri no. Las cosas hoy están así, ya habrá tiempo de cambiarlas. Como primero está la patria, después el movimiento y por último las mujeres, según CFK, alguien al otro lado de la grieta debería aceptar que la sensatez es un buen negocio para sus accionistas. El futuro será otro, ahora es ahora, y todo lo que hay que entender es que las cosas que nos constituyen como Nación están en peligro de extinción.

La militancia kirchnerista, la encuadrada y la que no lo está, no recibió las noticias con desazón. Quizá, algunos, con cierta incomodidad, eso es cierto. Pero hay una confianza estratégica hacia CFK que parece disipar las resistencias. Alberto Fernández cumple con la parábola del hijo pródigo. Vuelve y recibe súbitamente el regalo del perdón. Nadie le va a reprochar que haya estado casi una década criticando a CFK. Eso ya pasó. Se fue y volvió al redil. Ya saldó las cosas con ella, que lo ungió como su representante en esta hora difícil. No hay mucho más que decir, hasta dentro de un tiempo. A tamañas decisiones se debe responder extremando la prudencia.

Su tarea ahora será monumental. Gastar toda la saliva del mundo en explicar que la guerra interna por la distribución regresiva del ingreso debe cesar cuanto antes, porque si no vamos camino a la disolución. Que las amenazas externas son superiores a los intereses sectoriales. Que el kirchnerismo está haciendo un aporte gigantesco a la unidad nacional. Que el ministerio de la venganza es una pavada. Que los patios militantes, la ley de medios, la batalla cultural y todos los íconos de la última CFK entran en paréntesis momentáneo hasta que pase el estado de peligro actual.

Si el establishment le cree, Argentina tiene una oportunidad. Habrá gobernabilidad para timonear la crisis. Si la guerra sigue, Alberto Fernández recibirá pronto el mismo trato que CFK. Por ahora, lo siguen invitando a los programas donde la figura de CFK es maltratada con idénticas dosis de machirulismo e ideologismo barato, y todavía logra, con su astucia habitual, que le den espacio para que argumente en favor de ella y sus estrategias. Nadie pierde a sus amistades de un día para otro, podría decirse. Es una ventaja que otros no tienen.

Movió la Dama. CFK no será presidenta en el 2019 por decisión propia. La emboscada de causas y juicios que le tenían preparada lidiará contra una posibilidad fantasmal, mientras Alberto Fernández va a trajinar el territorio convocando al voto ciudadano, libre de cuerpo y persecuciones, asegurando una victoria nacional (y algo popular) en octubre. Los barones del peronismo, tan reacios a acatar la conducción de una mujer, se quedarán sin excusas.

CFK ya no es el problema de la unidad. Aunque siga gravitando, ella se corrió de la candidatura a presidenta voluntariamente. Habrá que hablar de otro renunciamiento histórico en el peronismo.

El problema de la Argentina queda ahora a la vista de todos: se llama neoliberalismo y dentro de unos meses tiene que ser pasado.

Es la hora del sargento Cruz.

***  Roberto Caballero – Periodista. Director de la revista Contraeditorial. Conduce el programa Caballero de Día por Radio del Plata.

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