UNA LECTURA DE «SINCERAMENTE»


Por Sofía Rutenberg   ***

La autora cruza psicoanálisis y feminismo a partir de una evaluación del poder ejercido por la ex presidenta y el libro de su autoría y reciente aparición. Cómo se caracterizó su gestión (y sus gestos) en tanto mujer.


Imagen: AFP

Mucho se ha opinado sobre las políticas de Cristina Fernández de Kirchner, y ha sido criticada por no ser feminista ni legalizar el aborto. Debemos decir que a Eva Perón también, en su tiempo y en el nuestro, se la ha tildado de antifeminista.

Sin embargo, en el gobierno de Cristina hubo políticas públicas que favorecieron a las mujeres fundamentalmente de sectores populares, entre ellas, la Asignación Universal por Hijo, la Ley 26.485 de Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, la Ley 26.743 de Identidad de Género, la Ley 26.844 de Régimen Especial de Contrato de Trabajo para el Personal de Casas Particulares, o la jubilación para las amas de casa. Posiblemente, al igual que muchas mujeres intelectuales, Cristina haya sido feminista antes de saberlo: una mujer presidenta (con a), ejerciendo el poder, tomando decisiones propias aun estando rodeada de hombres diciéndole qué tiene o qué tendría que hacer, siempre corrigiéndola, queriendo ponerla en “su lugar” y, sobre todo castigándola públicamente por ejercer el poder político siendo mujer.

El feminismo es una posición ética y política, pero también es un significante vacío, es decir, un significante sin significado. Esto no quiere decir que el feminismo no tiene sentidos, sino que requiere de la conciencia del propio género, que no es impuesta ni forzada, sino que se va construyendo a medida que las mujeres advierten sobre las renuncias y prohibiciones a las que están sometidas por el sólo hecho de ser mujeres. No se nace feminista, sino que el feminismo es un movimiento, un devenir, se llega a serlo. De este modo, el feminismo como significante vacío, tomando a Ernesto Laclau, implica una construcción política que pueda darse de la mano de una líder capaz de incluir diversas demandas, que pueden ser contradictorias, de diferentes sectores incluso antagónicos, con la posibilidad de articularlas.

Podríamos decir que antes de hablar de feminismo en su discurso como senadora en el 2018, momento en el cual votó a favor de la despenalización del aborto, y antes de decir “machirulo” por Twitter, el feminismo de Cristina se expresó espontáneamente a lo largo de su mandato, no sólo porque muchas de sus medidas políticas fueron para beneficiar a las mujeres, y sus discursos estaban dirigidos e incluían a las mujeres, sino porque trató públicamente las implicancias y los inconvenientes de ser mujer al mando de un país, es decir, de una mujer ejerciendo poder.

La psicoanalista Emilce Dio Bleichmar considera que existe un feminismo espontáneo en la histeria freudiana que se trata de la reivindicación de una feminidad que no quiere quedar reducida a la sexualidad, que supone poder privilegiar el pensamiento, la inteligencia, la acción, las convicciones, y no quedar atrapada en la belleza del cuerpo. Cristina fue y es “juzgada” desde el sentido común por su condición de mujer siendo sus políticas muchas veces desconocidas por la mala comunicación de los medios que siempre ponían el ojo en los zapatos, el pelo, las carteras de marcas extranjeras y, después de la muerte de Néstor, en supuestos noviazgos; lo que estaba en el centro de la cuestión era ¿quién es el hombre detrás de Cristina? No se soporta que una mujer pueda ejercer el poder ella misma, sin necesidad de que un hombre la dirija o proteja.

Fue la desinformación sobre lo que estaba sucediendo en el país mientras gobernaba lo que la llevó a hablar en las cadenas nacionales
. Más allá de las consideraciones personales sobre esto, lo que verdaderamente molestaba era que detentara su poder, y que se viera públicamente a una mujer con formación política y, además, evidenciando su capacidad intelectual: no casualmente ahora mismo se pone en duda su autoría y pluma en Sinceramente.

Loca, histérica, orgásmica
También, desesperada por el poder…
Son algunas de las formas peyorativas y agresivas en que se nombró a Cristina siendo presidenta de la Nación. La tapa de la revista Noticias salía con un dibujo de ella teniendo un orgasmo como un modo hostil de atacarla y ofenderla, degradando también a todas las que pertenecemos a su género, porque la idea de que el orgasmo femenino es la representación de la lujuria, la imprudencia, la deshonestidad e impudicia, es una significación que insiste en nuestra sociedad. El goce sexual de una mujer sólo se legaliza a través de un marido, de un hombre que lo legitime con el fin de la procreación. De este modo, las tapas de la revista con Cristina orgásmica –y fuera de una edad reproductiva– considera a una mujer poderosa como algo obsceno, en tanto el poder es “naturalmente” el terreno de los hombres. Por esto, a Cristina se le exige que si quiere ejercer el poder tiene que enmascararse en una “señora bien”, no levantar la voz, no maquillarse demasiado, no usar linda ropa, no ser elegante y ser tutelada por uno o varios hombres. El mandato principal de toda mujer es gustar y para gustar tiene que eliminar todo lo referente al poder.

Ahora bien, detrás y junto a Cristina hay y ha habido varones. Ese no es el problema, sino más bien el sistema patriarcal, reproducido por los medios de comunicación hegemónicos, que la sentencia como la culpable de la agresión de los otros. Ella por ser mujer tiene la culpa de su propia persecución política y mediática, de la violencia y hasta de las decisiones del actual Presidente. Este mecanismo de poder sobre las mujeres constituye y conforma al género femenino. Freud ha contemplado la idea de que en el inconsciente la mujer es culpable porque al no tener pene, el niño varón cree que hizo algo malo y por eso se lo cortaron. La niña en cambio cree que su madre la trajo al mundo mutilada y que por lo tanto ella y su madre –es decir su género– tienen la culpa de su inferioridad. Sin embargo, el inconsciente se configura dentro de relaciones de poder, y a las mujeres se las odia como condición para acceder al poder, porque los hombres tienen (lo que sea) siempre y cuando las mujeres no lo tengan.

Cristina también fue perseguida por su dinero, porque el dinero es equivalente al poder y el poder es masculino.
Muchas mujeres de la edad de Cristina se casaron no necesariamente por amor, sino que el hombre era un sustituto del padre que las mantenía y proveía. Las mujeres que trabajaban sólo aportaban una ayuda al hogar, pero sus sueldos no les alcanzaban para mantenerse. Primero la dote, luego la herencia, eran las formas en que recibía dinero una mujer. Siempre dinero de un hombre. En este sentido, una mujer que gana trabajando lo suficiente o más es considerada corrupta, porque no es posible pensar que una mujer con su saber y su inteligencia pueda usufructuar de su profesión y ganar el mismo dinero o más que un hombre. La mujer que desea algo que se supone masculino es una usurpadora, pero si no pertenece a la clase alta burguesa y ¡y encima es peronista! es una chorra. María Eugenia Vidal es virginal e impoluta, Cristina es yegua y ladrona.

El feminismo espontáneo de Cristina siempre fue interpretado como soberbia o locura. Tal como Cristina lo escribe en su libro, su condición de mujer es un agravante.

El amor vence al odio

«Mientras nosotras amábamos, ellos gobernaban”
es una frase célebre de la feminista Kate Millet, quien consideraba que el poder en mano de los hombres era posible porque las mujeres eran engatusadas con la idea de que entrar en contacto con el poder y la política las vuelve corruptas, sucias y malas. Sin embargo, Cristina gobernó teniendo al amor como política, como bandera. Lejos de la imagen demoníaca, enojada, histérica y loca que hicieron creer a la sociedad, Cristina se emociona cuando el pueblo la abraza, cuando ve niños felices, que tienen para comer y pueden ir a la escuela. Educar a los niños y niñas es un verdadero acto de amor.

Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo luego de décadas de impunidad en las que se buscaron desesperadamente justicia para sus hijos y la recuperación de la identidad de sus nietos se convirtieron en “las madres del pueblo” con el gobierno de Néstor, que continuó y se afirmó con en el de Cristina. Teniendo en cuenta que el número de nietos recuperados al finalizar su mandato fue de 119, lo que también dejó esta política de derechos humanos es la democratización de la maternidad, que instituye una maternidad politizada, que la corre de algo meramente íntimo o privado. Democratizar la maternidad quiere decir que lo que aparentemente es lo más personal también es político, y por lo tanto plausible de ser transformado en un saber hacer colectivo.

Las políticas públicas de Cristina se constituyen a partir del amor, pero no de un amor romantizado, sino del amor que molesta porque rompe con lo instituido, con los privilegios de unos pocos, con la idea de que si no te tocó en suerte algún beneficio tenés que romperte el alma hasta conseguirlo por tus propios méritos, porque si alguien te ayuda, eso es trampa. Pero el amor es dar lo que no se tiene, no lo que te sobra: Juliana Awada dijo en un programa de televisión que ella era solidaria porque donaba a los pobres los retacitos de tela que le sobraban.

Cristina es espontáneamente feminista, es sorora, rompió con el mandato de que una mujer no puede amar y gobernar a la vez, o mejor dicho, instituyó una política irreversible que es la de amar al otro, escucharlo, ayudarlo y que esas personas se merecen también vivir sin penurias y con derechos. Pero sobre todo estableció que se puede gobernar amando. Esto último porque es peronista, y por peronista es que se hizo feminista.

*** Sofía Rutenberg – Psicoanalista.

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