MACRI Y EL VIRUS GALLEGO


Por Andrés Ferrari Haines   ***
En los años ‘90, a medida que se extendía rápidamente el uso de computadoras personales, se vivía con temor de abrir un archivo enviado por e-mail. Un virus podría destruir todo lo que teníamos guardado. La creatividad popular inventó la historia del virus gallego, que llegaba con el siguiente texto: Hola! Soy el primer virus gallego. Como los gallegos no tenemos experiencia en programación, este virus trabaja basado en un sistema basado en la palabra de honor. Por favor, borre todos los archivos de su disco duro manualmente y envíe este mensaje a todos los miembros de su lista de correo. Gracias por su cooperación. Manolo”.

Pues bien, Galicia actualmente es vanguardia en informática pero aquel Manolo permite entender hoy la lógica económica de Macri en función de la estrategia internacional de Donald Trump.

Estados Unidos y el mundo antes de Trump

Más allá de sus formas que puedan hacer creer lo contrario, la política externa de Trump cuenta con numerosos apoyos intelectuales y políticos. Su revisionismo de las prácticas de inserción internacionales adoptadas por Estados Unidos desde fines de la Segunda Guerra Mundial refleja creencias arraigadas desde su formación. De hecho, resulta aceptado que la filosofía de las relaciones externas de la recién fundada nación fue establecida por George Washington en su discurso de despedida como su primer presidente cuando advirtió que “la influencia extranjera es uno de los enemigos más perniciosos del gobierno republicano”. Thomas Jefferson luego expresaría: “El comercio con todas las naciones y la alianza con ninguna, debe ser nuestro lema.”

Estas palabras, así, delinearon una evolución que configuraría lo que en Estados Unidos entienden constituyó su aislamiento del mundo hasta la Primera Guerra Mundial. No obstante, el rechazo del Senado a que sea parte de la flamante Liga de las Naciones, ideada por su propio presidente Woodrow Wilson, luego del conflicto bélico es entendido como el retorno del su aislamiento – hasta la Segunda Guerra Mundial en 1941. A su fin, Estados Unidos abandona efectivamente esta visión y, por el contrario, reordena todo el mundo occidental en el marco de la disputa global de la Guerra Fría.

Las razones aducidas para este cambio resultaban a los oídos estadounidenses coherentes con la visión que tenían de sí mismos, que los hacía una nación excepcionalmente superior a las demás: la defensa de la libertad y de la democracia. Este entendimiento también retornaba a los Padres Fundadores que habían justificado su Declaración de Independencia de Gran Bretaña en esos términos. Defender esos valores, afirman, los hacía un pueblo moralmente superior a los otros que se movían persiguiendo intereses estrechos y mezquinos. Diría el propio Wilson: “Algunas personas me llaman idealista. Bueno, así es como sé que soy estadounidense. Estados Unidos es la única nación idealista del mundo”.

A lo largo de la Guerra Fría, Estados Unidos –el otrora país ‘aislado’—se envolvió en conflictos en todos los continentes con la Unión Soviética. Tras la caída de ésta, que se veía amenazaba la ‘libertad en el mundo’, Estados Unidos quedó como única superpotencia mundial. No obstante, no retornó a su tradicionalismo de aislarse de los asuntos mundiales, si no, por el contrario, continuó adoptando políticas de expansión global. Tras el ataque a las Torres Gemelas en 2001, lo hizo más misionariamente para asegurar “la libertad y la democracia en el mundo”, reafirmando el aspecto moral de su pueblo y de su política externa. George W. Bush afirmaría: “la supervivencia de la libertad en nuestra tierra depende cada vez más del éxito de la libertad en otras tierras”. Barack Obama justificaría esta visión en su discurso al agradecer el Premio Nobel de la Paz en diciembre de 2009: “los Estados Unidos de América han ayudado a garantizar la seguridad mundial durante más de seis décadas con la sangre de nuestros ciudadanos y la fuerza de nuestras armas… No hemos soportado esta carga porque buscamos imponer nuestra voluntad. Lo hemos hecho por nuestro propio interés ilustrado, porque buscamos un futuro mejor para nuestros hijos y nietos, y creemos que sus vidas serán mejores si los hijos y nietos de otros pueden vivir en libertad y prosperidad. Así que sí, los instrumentos de guerra tienen un papel que desempeñar en la preservación de la paz”.

La política externa de Trump

Jefferson había afirmado que Estados Unidos era “el único depositario del fuego sagrado de la libertad y el autogobierno, a partir de ahí se iluminará en otras regiones de la tierra”. Estas palabras eran coherentes con el entendimiento que se tenía que Estados Unidos debería ser un ejemplo para que el mundo siga, pero preservando su aislamiento. La lógica de Trump es que debe volver a ser así. Por eso en su discurso de pose en 2017 afirmó: “no buscamos imponer nuestro modo de vida a nadie, sino dejar que brille como un ejemplo para que todos lo sigan.”

En su libro analizando la Doctrina “América primero” de Trump, Danny Toma, que fue funcionario del servicio exterior de su país por 21 años, explica cómo se perdió ese camino original: “en lugar de un faro brillante en una colina que inspiraba a las naciones, corríamos el peligro de convertirnos en una versión occidental de la Unión Soviética, exportando nuestra nueva revolución secularista a las masas no iluminadas por la fuerza…El hecho de que tengamos más poder y más recursos (y, diría, corazones más grandes) que otros países no significa que podamos resolver todos los problemas en todas partes a veces, con todas las buenas intenciones del mundo, nos equivocamos al involucrarnos donde no necesitamos estar”. El analista Robert Jervis afirma el apoyo electoral de Trump porque “la vieja razón para el profundo compromiso de Estados Unidos con el mundo, que surgió a raíz de la Segunda Guerra Mundial y persistió durante la Guerra Fría, ha sido rechazada por muchos estadounidenses, quienes se preguntan por qué el Tío Sam necesita jugar de forma tan grande y, con demasiada frecuencia”.

Esto se relaciona con la tremenda desigualdad en la distribución del ingreso y de la riqueza en EE.UU. Thomas Piketty, afirma que el ingreso del 50% más pobre en Estados Unidos desde 1980 se estancó, mientras que el crecimiento del 1% más rico creció a punto de pasar a ser 81 veces más en 2014 que el de los primeros, cuando en 1980 era de 27. En ese período, el 40% del “medio” tuvo un aumento de ingreso de 42%, y el 10% más rico, 121%. Pero si se considera el 1% más rico únicamente, el aumento fue de 205%, y concentrándose cada vez en lo más alto de la pirámide, se llega a que el 0,001% más rico tuvo un aumento en sus ingresos de 636%. Según datos de la CIA, en base al Índice de Gini, entre 157 países, Estados Unidos, en base a datos de 2007, era el 39° del mundo. Trump asocia el sufrimiento económico de la población con el costo de la política externa “internacionalista”. Por eso, se define como “nacionalista económico” y afirma: «Los globalistas destruyeron a la clase obrera estadounidense y crearon una clase media en Asia”.

El problema que encuentra Trump es que también pretende “América Primero”. Es decir, dice que Estados Unidos debe comportarse como toda nación, en base a su interés nacional, pero al mismo tiempo debe ser la primera. Esto significa que las determinaciones internacionales que existan y que las políticas nacionales de cualquier otra nación no pueden ser contrarios a su interés nacional –ya que, caso contrario, la pueden ofuscar. Como un mecanismo esencial para que una nación acepte las determinaciones de otra es la presión militar, es que ese gasto no procura disminuir. Las guerras comerciales y sanciones económicas pasan a ser las formas para obtener este resultado.

Es que el segunda problema es conciliar que, efectivamente, las intervenciones externas de Estados Unidos se han debido a sus grandes corazones y no a su interés nacional. Y que, de hecho, además, se mantuvo “aislado” hasta las guerras mundiales. La historia de EE.UU. no avala ninguna de estas visiones. Desde la expansión al Pacífico y al Sur (al Norte a Canadá intentaron sin éxito, aunque sí le comprarían a Rusia Alaska), Estados Unidos no ha dejado de expandirse y entrar en conflictos bélicos. Un país que reiteradamente manifiesta desear la paz en el mundo, desde 1775 hasta hoy ha estado involucrado en, al menos, un conflicto armado en más del 90% de los años de toda su historia. Esta incesante combinación de expansionismo y conflicto armado hace que actualmente tenga presencia militar –como describe bajo el título “Estados Unidos está militarizando el globo” en noviembre pasado The Nation. Algunos cálculos afirman su presencia en más de 130 países, y con más de 100 mil tropas. Esto significa que, en la práctica, una política de aislamiento tendría costos muy profundos para Estados Unidos. Concretamente, que los demás países pasen a definir nuevas relaciones entre ellos, y, en especial, con sus competidores, China y Rusia.

Es que la estrategia de Trump, en el fondo, significa que Estados Unidos modifique su inserción internacional, pero con el deseo que los demás no actúen de forma alguna en manera contraria a este “interés nacional”…soportando el costo que esto les signifique. Mientras las inversiones chinas y su megaproyecto de la “Nueva Ruta de la Seda” se constituyen en imanes  cada vez más fuertes en Asía Central y Medio Oriente. Y, parece, también en Europa. Italia acaba de sumarse y, dos días después de criticarla, también Alemania manifestó su deseo. El New York Times sostiene que expresa el creciente peso chino a medida que se reduce el de su país.

Llega el virus gallego.

El peso de la economía argentina en el mundo es muy pequeño. Sin embargo, como expuso la Doctrina Monroe en 1823, para no decir antes, pertenece al continente que Estados Unidos considera su zona de influencia casi exclusiva, aunque en la práctica representa más una realidad iniciada en el siglo pasado. En la última década, las crecientes relaciones económicas chinas con Argentina y otros países en la región constituyen un inédito desafío para Estados Unidos. Como también lo es, y más firme, el reciente envío de ayuda de Rusia a Venezuela a pesar de que Trump ultimara a Putin no hacerlo. Por eso, pasa a ser más que conveniente que cada país por decisión propia adopte y mantenga –a todo costo– políticas que mantengan la región como esfera estadounidense. Como le señalara a los rusos, con palabras que recuerdan la Doctrina Monroe, el funcionario de Seguridad Nacional de EE.UU. John Bolton: “Les hacemos una advertencia enérgica a los actores externos al Hemisferio Occidental.”

El FMI ha comprometido casi US$ 57 mil millones en la Argentina. Una cifra astronómica para mantener una política que difícilmente posibilitará retornarlos. Pero para la capacidad económica de Estados Unidos es de poca monta. Y además ha afirmado que mantendrán la región en la esfera estadounidense. Para eso, se encontraron en el flamante Prosur en el que, como explicó Juan Gabriel Tokatlian en Página/12, cada miembro imagina lograr “la quimiera de una presunta ‘relación especial’ individual respecto a Estados Unidos”. Mientras afirman que será un “espacio libre de ideologías”, tanto The Economist cuanto el Financial Times auguran su fracaso porque es tan ideológico como el Unasur que critican, pero de derecha.

Trump afirmó que apoyaba a su amigo Macri por el “muy buen trabajo por la Argentina”. Dijo: “Apoyo su visión para transformar la economía de su país”. Es que este alineamiento acrítico a Estados Unidos exige autoaniquilarse como pide el virus gallego.

*** Andrés Ferrari Haines Profesor de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, Brasil. @argentreotros. Colaboró Betina Sauter.

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