EN ARGENTINA, CONSUMIMOS FRUTAS Y VERDURAS ENVENENADAS

Por Norma Estela Ferreyra   ***

El Consejo Nacional de Investigaciones del Conicet y la Universidad de La Plata coincidieron, con un Informe del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) sobre la presencia de plaguicidas, pesticidas, insecticidas, en frutas, hortalizas y verduras de consumo masivo.

Un recurso de amparo motivó que Senasa rompiera el silencio oficial y afloraran algunas informaciones preocupantes. Los principales controles se establecieron sobre el Mercado Central que abastece el consumo de estos alimentos a la mayor parte de los 16 millones de pobladores del área de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires.


Entre 2011 y 2013, se verificó, que el 63% de los alimentos controlados tenían unos 80 agroquímicos, cuatro de ellos, estaban expresamente prohibidos.
Más recientemente (2013/2016), según información oficial, tal envenenamiento se sigue incrementando, en los alimentos, para el consumo humano. El tope aceptable de tales residuos y el hecho que Senasa no considera los efectos de esa acumulación en el organismo. Tenemos la evidencia de que hoy, estamos consumiendo alimentos con residuos venenosos en proporciones indebidas y estos temas, tienen muy escasa difusión en los grandes medios y en el debate político. ¿Serán cómplices y recibirán prebendas? A esta altura de lo hechos nos preguntamos las razones por las cuales estos temas no forman parte de la agenda de funcionarios y gobernantes.

En la Universidad Nacional de La Plata y el Conicet se verificó en un estudio, que en seis de cada 10 frutas, que se venden en verdulerías de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, hay presencia de plaguicidas. Las zanahorias, naranjas y lechugas aparecían como los alimentos más fumigados. En consecuencia, nos enfrentamos con problemas de contaminación, por fumigación, que afecta a toda la sociedad. Ciertamente que un lavado intenso de estos alimentos reduce los riesgos para la salud por contaminación.

El periodista Patricio Eleisegui afirma, en su libro “Envenenados” que “Estamos frente a una bomba química que nos extermina en silencio”.
El proceso que nos llevó a esto, es de larga data, pero se intensificó a partir de 1996. Fue cuando Felipe Solá, como Ministro de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos en el gobierno de Carlos Menem, autorizó el uso de semillas transgénicas.

En aquel momento fue la soja, luego se amplió a maíz y algodón y ahora se está discutiendo respecto del trigo. La semilla transgénica viene acompañada de un paquete tecnológico que es vital para los intereses de ese coloso trasnacional Monsanto-Bayer.

El incremento de alimentos envenenados va de la mano con el crecimiento en el uso de los agroquímicos. En los 90´ se fumigaban nuestros cultivos con unos cinco millones de litros de agroquímicos. Cifra que creció y creció bajo diferentes gobiernos y llegó en el 2017 a los 380 millones de litros. Sus efectos se hacen sentir en la extinción de especies animales; y otros fenómenos como ne las inundaciones, porque el modo que dichos cultivos y esos  químicos afectan los drenajes del suelo. Además de otras nefastas consecuencias, como la forzada migración de poblaciones a las villas miserias; la destrucción de ecosistemas y los graves problemas sanitarios. El Papa Francisco, en su encíclica Laudato, abordó el tema, señalando los riesgos del uso de los transgénicos.

Esa matriz de cultivos transgénicos se ha hecho bajo el manto de conceptos como “Crecimiento sin límites”, “Hambre cero”, “Progreso indefinido” que alimentan esta tragedia de la humanidad. Ella se popularizó como una “revolución verde” que le daría de comer a pobres y hambrientos. Se nos convenció que ésa era la “economía posible”. El país, más o menos, “funciona”; los grandes monopolios llenan sus arcas y el pueblo lentamente se va envenenando.

El negocio de los alimentos químicamente modificados o envenenados con tóxicos, que se fumigan  por áreas cercanas a las agrarias, y por la atmósfera a zonas más alejadas, favorece el incremento de enfermedades que van en aumento, como el cáncer, las alergias y un sin número de ellas , que hacen crecer a la Industria Farmacéutica y a la industria Médica, ya que ponen a funcionar las operatorias médicas, como la quimioterapia y radioterapias, que son mínimamente efectivas en la oncología, pero que hace prosperar a las clínicas a costa de las mutuales y hacen crecer la cuenta bancaria de los médicos. Aunque para ser justos, no todos pertenecen a este círculo vicioso, ni son conscientes de lo que sucede con el protocolo que le obligan a seguir. Vale decir, que no todos son cómplices de este sistema perverso.

Mientras tanto vemos morir a nuestros amigos cada vez más de cáncer, una enfermedad que parece promocionada para disminuir a la población mundial.
¿Tendremos que volver a tener gallinero y a la huerta en los patios?
….. Pensémoslo

normaef10@hotmail.com

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