Por Alfredo Grande ***
En 1984 Pablo Giussani publicó “Montoneros: la soberbia armada”. Libro que fue elogiado por Jacobo Timerman y Ernesto Sábato, entre otros y otras. Realiza un análisis político de la guerrilla montonera, que entiendo tiene aún hoy, la suficiente importancia para ser discutida.
Sin embargo, no es mi propósito, al menos en este texto, realizar su exégesis. Pero quiero incluir, porque me parece central para esta propuesta, resaltar un párrafo: “de uno u otro modo, en términos de morbosidad activa al principio y de morbosidad pasiva al final, se estaba subrayando la excepcionalidad montonera. No era ya el viejo canto de “duro, duro, aquí están los montoneros que mataron a Aramburu”. Pero era el mismo “aquí están” autoexaltatorio, con el acento de excepcionalidad, desplazado de la violencia perpetrada a la violencia sufrida”.
Lo que me interesa es utilizar el significante
“soberbia” como analizador de la subjetividad por mandato que construye
la cultura represora. La humildad, la esperanza pasiva, la sencillez, la
mesura, la discreción, los medios tonos, ser temeroso de Dios, y a
veces temeroso de Freud, el no te muevas del rincón donde empezó tu
existencia, ser cordero de dios y no animarse a ser el lobo del diablo, son todos mandatos para construir, con prisa y ninguna pausa, una subjetividad doblegada. Pero sin conciencia de su doblez. Incluso orgullosa de sus buenas costumbres. Y de su sentido común.
Todo
esto que menciono modela los entramados pre electorales, la fuente de
toda razón y justicia para la mayoría de la dirigencia política, incluso
la que se auto referencia como opositora de paladar negra. Para los
mantras represores, la docilidad y la sumisa conciencia, son virtudes
teologales y de la buena ciudadanía. Donde la lucha de clases es desalojada por el consenso y la mediación jerárquica.
Las
medidas de acción directa son cuidadosamente y cruelmente reprimidas.
La tercerización de la protesta social es lo máximo permitido, al menos
por el momento. Algunos llaman a esta tercerización partidos políticos. De
tal modo que todo intento de enfrentar la servidumbre consentida, tanto
la servidumbre impuesta como la servidumbre asumida, sufre el anatema
del sujeto peligroso. Y produce el vellocino de oro de la inseguridad,
coartada perfecta para legitimar el modo represor y exterminador. Desde el delirio de la Resistencia Ancestral Mapuche hasta la baja de la imputabilidad. Sueño filicida del cual Scioli también participó cuando pudo.
Todo
está armado para que nos mantengamos en la queja, nos asomemos a
algunas protestas, por ejemplo, la marcha de las antorchas, ni una
menos, las luchas por la legalización del aborto, pero aún no planifiquemos el combate.
Con la patética excepción del combate en las urnas con armas de papel o
electrónicas para abrevar en las trincheras de la democracia. Algunos
llaman a esto elecciones. Es necesario asociar la publicidad con el
formateo de una subjetividad sometida. Y humillado.
El ciudadano degradó a consumidor, y el consumidor a contribuyente. Los
impuestos al consumo fuerzan la recaudación del impuesto denominado
IVA: invisible valor agregado. Y la invisibilidad es un paso superior al
de lo líquido: todo lo sólido se desvanece.
Cuando Giussani critica y reprocha el “aquí están”, a mi criterio está interpelado por otro paradigma: el de la visibilidad, que también es diferente al de la transparencia.
La visibilidad es necesaria para poder ver, sentir, tocar, oler, donde
están nuestros enemigos. Las sociedades anónimas son, en realidad,
sociedad invisibles. El “aquí están” es la afirmación contundente de la
necesariedad cultural y política de ser visible. La visibilidad es
hermana de la soberbia. Pero no de cualquiera.
Para
Nietzsche la soberbia es una virtud elevada, propia de hombres
superiores, la cual conduce a una honestidad absoluta consigo mismo (lo
cual hace imposible cualquier trampa o acto deshonesto), valentía y
superación constante siempre buscando estar por encima de los demás y no
ocultarlo ante nadie en aquello y en todo.
También la soberbia
está atravesada por la lucha de clases. La soberbia del represor que
desprecia, humilla, degrada a sus víctimas no es la misma soberbia del
guerrillero y el guerrero que enfrenta a los amos imperiales. La
soberbia del revolucionario y el orgullo del militante. En la novela
biográfica “El último Tren”, Sebastián Giménez hace un estremecedor
recorrido por la vida militante de José Luis Nell. Este libro fue
presentando en el espacio “Trinchera Cultural” con la presencia del
autor y de Eduardo Soares. Nell tuvo dignidad revolucionaria, aun en el
pantano de las paradojas del movimiento peronista.
En una
comunicación personal, Soares escribe en relación a Juan Jacinto Burgos,
combatiente montonero en Mar del Plata: “No tuve el honor de militar
mucho tiempo con Juan, porque a los pocos meses fui detenido. Lo que me
lleva a escribir esto tiene relación con la dignidad y la soberbia, con
la altivez, con la frente alta ante el enemigo, con la convicción de por qué se lucha, porque se cae en cana y porque se muere”.
La soberbia revolucionaria, el orgullo de la militancia, la dignidad del combatiente, irritan y exasperan a los y las que construyen la humillación colonizada.
Cuando la oposición, cualquiera que ella sea, acepte el cambio de mando
de las manos de la administración (fraudulenta) actual, estará haciendo
una contribución monumental a la consolidación de la humillación
colonizada.
Porque
el mantra de esperar / desesperar cuatro años para cambiar el rumbo, es
la patética rendición a los poderes de turno completo. No fui
guerrillero y no fui sometido a torturas salvajes. Me falto convicción,
coraje o ambas cosas. Pero me sigue conmoviendo la soberbia de los que
dicen “aquí estamos” y en su propio cuerpo lacerado ratificaron la
dignidad de luchar por la patria, las patrias, hasta la más bella
expresión de la vida, que es ofrendarla a la muerte.
Que no es otra cosa que la inmortalidad política y cultural.
Estoy seguro que volverán y más seguro que nunca, que serán millones.
https://www.pelotadetrapo.org.ar/de-la-soberbia-armada-a-la-humillaci%C3%B3n-colonizada.html