Por Gustavo Veiga ***
Jair Bolsonaro dispara interpretaciones en varias direcciones. Algunas son unívocas, forman parte de un mismo ideario. Es ultraderechista, xenófobo, misógino, homofóbico y ultramontano.
Pero además estimula comparaciones que lo colocan en un territorio donde solo se pueden cosechar incertidumbres. Impredecible, se dice que es. Un
presidente fuera de control, tal vez. La analogía con Hitler surge
inevitable en algunas voces. José Pepe Mujica lo comparó con el genocida
más grande del siglo XX. Una exageración, salvo porque utiliza una
buena porción de su dialéctica hace tres décadas, cuando ingresó al
Congreso brasileño. Siempre se pronuncia contra los otros, los humillados. Los negros, las mujeres, los pueblos originarios. Como Hitler lo hacía contra los judíos, gitanos y discapacitados.
Está bien que se alerte sobre el huevo de la serpiente sin cometer anacronismos o juicios hiperbólicos. Porque hay similitudes entre la marea fascista de la década del ’30 y el reverdecer de esa ideología en el siglo XXI. Por empezar, el sujeto histórico donde prendieron esas ideas, las capas bajas y medias. Pero también hay diferencias: no existe hoy una fuerza revolucionaria organizada y de magnitud con un Estado detrás. La
Unión Soviética desapareció por sus propios desaciertos. El enemigo es
otro, siempre se construye un otro, como lo explicó muy bien Georges
Duby en su célebre libro Año 1000, año 2000, la huella de nuestros
miedos.
Ese otro es la militancia del PT, del Movimiento sin Tierra, los negros, las mujeres feministas, los espacios colectivos de gays, lesbianas y transexuales, las minorías en general. Bolsonaro se convirtió en el catalizador de un sentimiento colectivo y en ascenso de rechazo a las consecuencias proyectadas por gobiernos neoliberales ilegítimos como el de Michael Temer. También de repudio a los errores, transformaciones inconclusas y desencanto por la corrupción de los gobiernos progresistas del PT y de la mayoría de los partidos políticos.
Sus seguidores o votantes refractarios al Partido de los Trabajadores, lo apoyaron en las urnas en primera y segunda vuelta porque querían un cambio. No les importó medir las potenciales consecuencias. Tanto como que hacen la mímica de ese gesto que el presidente patentó – de disparar con los dedos, como si tuvieran un arma – en un país que tiene 63 mil homicidios por año.
Luiz Alberto Gómez de Souza, un académico cristiano prestigioso escribió la semana pasada en Carta Maior, un conocido portal de izquierda: “Lo más escandaloso es, en este momento, la ausencia de una estrategia del lado progresista que está medio perdido, y con el PT cerrado en torno al problema de Lula, no de Brasil. Todo está en la mano de la derecha, que va a intentar controlar a Bolsonaro o derribarlo”. Su artículo se titula Perplejidades. Son tantas en Brasil por estas horas, que el próximo ocupante del Planalto empezará su mandato sacudido por denuncias de corrupción. Incluso antes de asumir. Lo que proyectado podría dejarlo en semejantes condiciones jurídicas a las que imputó a sus rivales del PT, con el ex presidente Lula a la cabeza.
Bolsonaro es una
incerteza. Que además tiene crías. Tres de sus cinco hijos serán
legisladores o funcionarios del área de comunicación del gobierno: Eduardo, Carlos y Flavio.
El primero, quien es policía en activo, resultó elegido como el
diputado más votado en la historia de Brasil por el Estado de San Pablo.
El clan encabezado por el presidente no es el principal ni el único
problema. Sí los intereses que representa condensados en una Armada
Brancaleone donde convivirán en delicado equilibrio el lobby de las
armas estadounidense-israelí, las iglesias electrónicas evangélicas, el
bloque agroexportador de los hacendados, los militares que reivindican
sus crímenes en la dictadura y el establishment económico como
titiritero de un espacio que remite a los intereses de clase del pasado.
Un pasado brasileño de Orden y Progreso como sostiene su bandera.
Aunque si fuera por su nuevo presidente, subiría también al podio a las
insignias de EE.UU e Israel, los países con los que alineará su política
exterior. A los que ya les rinde pleitesía. La devolución de gentilezas
no demoró en llegar. Benjamín Netanyahu declaró: “Es un gran cambio el que Bolsonaro lidera”.
gveiga@pagina12.com.ar
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