Por Dario Pignotti ***
El líder de ultraderecha estrenó su primera “fake news” de Estado, al prometer que Brasil no volverá a vivir bajo el yugo del “socialismo”, un sistema político jamás aplicado en ese país. Brasilia estuvo blindada y la prensa sufrió maltratos.
La democracia parece haber quedado atrás. Sin la presencia de la bancada
del Partido de los Trabajadores (PT), la principal de Diputados, Jair
Bolsonaro juró en el Palacio Legislativo como 38º presidente de Brasil
prometiendo combatir la “ideología”, en escuelas y universidades,
defendiendo la portación de armas y agradeciendo a Dios por haber
sobrevivido al ataque sufrido durante la campaña electoral.
Brasilia fue blindada y los periodistas sometidos a maltratos de los
que no se tenía memoria en ninguno de los gobiernos civiles de derecha o
izquierda que se sucedieron a partir de 1985.
En su discurso
ante miles de seguidores desde el Palacio del Planalto el excapitán
estrenó su primera “fake news” de Estado, al prometer que Brasil no
volverá a vivir bajo el yugo del “socialismo”, un sistema político jamás
aplicado en esta nación que fue la última de América en abolir la
esclavitud y cuya dictadura fue una de las más prolongadas de
Latinoamérica. Tanto fue así que al retirarse del gobierno en 1985 los
militares mantuvieron la tutela de la transición, que no llevó al pais
hacia el socialismo imaginado en la alocución de ayer. “No
podemos permitir que ideologías nefastas vengan a dividir a los
brasileños, ideologías que destruyen nuestros valores y tradiciones, y a
nuestras familias, que son la base de nuestra sociedad, los convido a
iniciar un movimiento en este sentido”.
El flamante
mandatario pidió ante los parlamentarios y las autoridades del Poder
Judicial la aprobación de una legislación que garantice la impunidad de
los policías acusados de matar a sospechosos y aseguró que inaugurará
una nueva era diplomática sin “sesgo ideológico”.
“La política externa retomará su papel en la defensa de la soberanía, en la construcción de la grandeza y en desarrollo”.
El nuevo signo de esa política externa quedó retratado en la lista de presentes y ausentes en los fastos de ayer. Las
estrellas de los actos en el Congreso y el Planalto, y el cóctel
nocturno en la Cancillería, fueron el secretario de Estado
norteamericano Mike Pompeo y el premier israelí Benjamin Netanyahu.
No
quedan dudas sobre el alineamiento casi automático con Washington, a
partir de fundamentos que rompen con la tradición construida durante
décadas por los cuadros del Palacio Itamaraty, donde no predomina la
izquierda.
En uno de los pocos tuits publicados ayer Bolsonaro
agradeció a Donald Trump los elogios sobre su discurso en el Congreso y
anunció que “juntos, bajo la protección de Dios, traeremos más prosperidad a nuestros pueblos”.
El
presidente recibe hoy a Mike Pompeo con quien hablará sobre la política
conjunta frente a Venezuela, Cuba y Nicaragua, según fue anticipado
oficialmente. No se descarta que durante el encuentro se formalice
un convite para una visita a Washington durante el primer semestre del
año.
También estuvieron en la toma de posesión el presidente
chileno Sebastián Piñera y el neofascista Viktor Orbán, jefe de gobierno
en Hungría país donde la proyección de poder brasileña es cero, pero
hay una creciente afinidad ideológica.
No
estuvo Mauricio Macri, una ausencia que alimentó dudas sobre la
relación que mantendrán los dos principales socios del Mercosur.
También faltó el mexicano Andrés Manuel López Obrador, el presidente de
la segunda potencia regional y faro del progresismo antineolberal, pero estuvo el mandatario boliviano Evo Morales, un viejo amigo de Luiz Inácio Lula da Silva.
Desde Curitiba, donde está preso, Lula prometió que “2019 será un año de mucha resistencia para impedir que nuestro pueblo sea más castigado de lo que ya fue”.
Cientos
de militantes se reunieron a metros de la Superintendencia de la
Policía Federal curitibana para desearle feliz año y cantar el himno de
los partisanos Bella Ciao.
En Brasilia Lula fue hostilizado por los “bolsominions” concentrados en la Plaza de los Tres Poderes ubicada frente al Palacio del Planalto, que reunió bastante menos gente que las 500 personas mil previstas por los organizadores. En su mayoría blancos, muchos vestidos con la camiseta de Brasil, los adictos al bolsonarismo llegaron al delirio, incluso al llanto, cuando el “mito” apareció en el balcón presidencial.
Uno
de los cánticos escuchados en la plaza fue “la bandera brasileña nunca
será roja”, en alusión a la frase que dijo ayer Bolsonaro. Entre los
personajes venerados en la concentración amarilla estuvo el fallecido
coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el torturador más emblemático de la dictadura.
Hubo
amenazas contra los periodistas, y una reportera de la TV Globo fue
impedida de hacer un despacho. Pero la verdadera intimidación provino de
las autoridades que obstruyeron el trabajo periodístico con el pretexto
de aplicar medidas de seguridad nunca vistas.
La presidenta de la Federación Nacional de Periodistas, Maria José Braga teme que se avecinen días “difíciles” para la prensa. La Asociación Brasileña de Periodismo Investigativo criticó el trato “antidemocrático” dado a los comunicadores “confinados” en salas de donde se les prohibió salir. Cuatro periodistas extranjeros optaron por irse de la Cancillería porque fueron obligados a permanecer en una habitación virtualmente encerrados.
En la concepción de los ideólogos del nuevo orden a ser implantado por el gobierno cívico-militar la prensa, tanto la independiente como la dominante, es uno de los objetivos a ser alcanzados en la “guerra” cultural en curso. “Los periodistas son los más grandes enemigos del pueblo sea en Estados Unidos o Brasil”, dijo hace una semana Olavo Carvalho, que es considerado la eminencia parda que está por detrás de los nombramientos del canciller Ernesto Araújo y el titular de Educación Ricardo Vélez Rodriguez.
Mentor de aseveraciones como que Obama fue financiado por Bin Laden o que el Foro de San Pablo es una logia que gobierna la región, Carvalho también ejerce influencia en el clan Bolsonaro del que son parte sus tres hijos y la nueva primera dama Michelle.
Ayer la bonita evangélica de 38
años, 24 menos que su marido, hizo su lanzamiento político durante la
ceremonia en el Palacio del Planalto cuando alterando el protocolo se
dirigió al público y millones de televidentes con un discurso en
lenguaje de señas para sordomudos.
“Agradezco a Dios poder ayudar a los que más lo necesitan, como primera dama voy a poder ayudar a todos los brasileños”, dijo
Michelle con un vestido que prometió donar el cual fue realizado por
una de las diseñadoras más solicitadas de Rio que dijo haberse inspirado
en los vestidos de Grece Kelly y Jaqueline Kennedy.
El lado menos angelical de Michelle saltó hace un mes cuando se descubrió que un ex policía, sospechado de vínculos con las “milicias” parapoliciales, depositó dinero en su cuenta.
El “clan” de los Bolsonaro surge como uno de los polos de poder del nuevo régimen: los otros son Fuerzas Armadas y los superministros Sergio Moro, de Justicia y Paulo Guedes de Economía. La convivencia entre estas facciones no ha sido armoniosa desde la creación del gobierno de transición y nada indica que lo será de aquí en más.
El diputado Eduardo Bolsonaro, el más votado del país, es el miembro más notorio del grupo de poder familia. Además de ser un devoto del gurú Carvalho se mueve como un operador todoterreno de su padre, especialmente en la agenda internacional. A poco de la victoria presidencial de octubre Eduardo inició una gira por Estados Unidos, Colombia y Chile, y fue el anfitrión de un encuentro de agrupaciones de ultraderecha en Foz de Iguazú.
El otro miembro destacado de la familia presidencial es el concejal Carlos Bolsonaro, a quien se atribuye un talento especial para lanzar ataques y formular campañas sucias a través de las redes sociales, en las que su padre se maneja como pez en el agua.
Carlos ocupó ayer el asiento trasero del Rolls Royce en el que su padre y su madrastra desfilaron por la avenida principal de Brasilia.
Ese lugar de privilegio de Carlos Bolsonaro en el vehículo descapotado se prestó a varias interpretaciones, una de las cuales sostiene que pese a no ocupar ningún cargo en el nuevo gobierno será uno de los consejeros del jefe de Estado posiblemente en la política de medios donde el objetivo es formar un nuevo imperio junto a la cadena evangélica Record, para eclipsar al grupo Globo que es el dominante.
Se trata de un proyecto central
para la fundación de un nuevo orden ultraconservador que acabe con lo
“políticamente correcto”, como dijo ayer el presidente en su discurso
desde el Planalto con la bandera brasileña entre las manos.
https://www.pagina12.com.ar/165640-asumio-bolsonaro-y-la-pesadilla-se-hace-realidad