PARA INTENSIFICAR PROCESOS EMANCIPATORIOS: DEMOCRATIZAR LA DEMOCRACIA

por Francisco René Santucho   ***

Cuando una situación económica y política entra en un proceso de crisis, el desorden y caos que ello suscita, genera efectos que se manifiestan más claramente,  en el entramado social.

Esto produce una especie de desmembramiento del cuerpo social. La fuente de Trabajo que se pierde o el riesgo a perderlo, profundiza la vulnerabilidad del pueblo trabajador, en tanto organizador y dinamizador de la sociedad. Pero fundamentalmente, atenta contra la moral de los sectores asalariados y los más postergados, y en consecuencia actúa sobre el estado de ánimo general.

El neoliberalismo es la fórmula que conduce a la infelicidad. Por lo tanto la felicidad es una categoría política. Y un pueblo infeliz, adormecido por la brutalidad de la crisis, demora su reacción en la búsqueda por salir de esta.

En los sectores dominantes, provocadores cíclicos de crisis, que drenan a sus arcas el flujo exorbitante de capital,  su eficacia radica, en la vertiginosidad y virulencia para consolidar la transferencia de riqueza. Es decir, cuanto más tiempo dure la no reacción, es la garantía del éxito. Saben que los sectores organizados y movilizados son la chispa que puede hacer arder y modificar la situación política. Por ello recurren a tretas, y todo artilugio ilícito con el fin de mantener la “gobernabilidad”.

De allí su afán por pretender desalentar y desacreditar mediante el engaño; inmovilizar con la persecución y represión o intentar neutralizar una potencial reacción de los sectores populares. Dueños de los medios hegemónicos de comunicación  y demás dispositivos de control y disciplinamiento, los grupos del poder real logran eventualmente la distracción y desorientación de amplios sectores.

Otro efecto, y en este caso opuesto en relación al anterior, suele ser la acción rebelde de actores individuales, pero que en definitiva tales actos de sublevación, no hacen mella al régimen que lo provoca ni mucho menos logra quebrantar sus propósitos.

La tajante división que formulara Ricardo Masetti, en el apotegma “los que luchan y los que lloran”, para diferenciar el espíritu de los sectores oprimidos,  en esta nueva contingencia recobra actualidad. Sobre esta dicotomía, luchar o resignar, se configura el ejercicio de la democracia y la creación de nuevas formas de participación y protagonismo social. Los caminos, sin duda, para enfrentar la crisis y pensar nuestro futuro con y desde el protagonismo popular parten de la acción política. ¿Cuál entonces?

Pensar y construir una verdadera democracia social, como palanca para la ampliación de poder popular.

La burguesía, en el proceso histórico, en distintas etapas va viendo afectada su acumulación desmedida de capital. En los marcos de la democracia, “cuya estructura jurídica que protege un sistema determinado de organización económica para beneficio del capitalismo extranjero y nativo” (J. W. Cooke), queda entrampada en sus propios contornos. Y es así que históricamente subvierte su propio orden establecido. Las dictaduras militares, a lo largo del siglo XX, que subvirtieron el orden constitucional cíclicamente, en 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976, son la demostración más cabal de su naturaleza. Como conoce de sus propias limitaciones, paradójicamente actúa por fuera de las propias leyes legisladas a su medida.

La burguesía es antidemocrática.
Se sale de sus márgenes legales bajo el amparo de la impunidad. Y por ello, cuando les desborda su ilegalidad sacan de la manga la remanida invención de las crisis, como alternancia para salvaguardar el latrocinio.

Sobre la Democracia -entonces- es dable repensarla. “La democracia y la libertad están definidas a partir del mundo de valores liberal burgués (J.W.C.)”

Un aspecto sobresaliente emerge en estos tiempos críticos. La misma democracia se torna insuficiente, por reduccionista al mero acto electoral. Convertida a esta altura en un camino estrecho, la democracia tradicional, que mediante sus mecanismos mínimamente debería garantizar derechos, no lo hace, contrariamente los avasalla o lo permite.

¿Nos encontramos pues, ante una democracia liberal burguesa devaluada?

Por lo menos pone en duda una efectiva y eficiente funcionalidad.
Lo que es una verdad irrefutable es que se encuentra encorsetada y hostigada.

Los constantes sucesos objetivamente dejan ver la disfuncionalidad de la actual democracia, y la no capacidad para contener el despotismo del poder, ante un sistema conductual de actos de gobierno que la perforan de modo autoritario. Como resultado de políticas, en muchos casos inconstitucionales, que socavan  el Estado de derecho. La duda, recae sobre si esta democracia es viable en sus viejas formas. En función de acontecimientos concretos, por mencionar solo algunos: corrupción; presidente y los altos funcionarios todos procesados; manipulación y procesos electorales fraudulentos; Justicia dependiente, Golpes suaves desde el Poder Judicial, La Justicia corporativa accionando sobre el ejecutivo, medidas de gobierno antipopulares que evaden el Congreso Nacional, injerencia corrosiva del FMI en asuntos internos, denostación infame a nuestra soberanía, etc., etc., demarcan una escuálida silueta de las instituciones qué, “pilares en la funcionalidad de la democracia tradicional” muestran permanente deslegitimación. Con la afirmación, que con la democracia se educa, se come y se cura, ya nos encontramos ante la evidencia de esa incapacidad.

Al mismo tiempo es esa duda la que toma centralidad en el escenario político, y en la subjetividad de quienes ven atropellados diariamente sus derechos y garantías. Sumado el bastardeo al que se somete a la Constitución Nacional. Pero a su vez es la duda en sí misma la que activa y genera movimiento al pensar y repensar la democracia. A partir de allí, la búsqueda y la acción política disputan nuevos y amplios espacios.

La duda es potencia. Y es potencia que, siempre que preexista cuanto más no sea, una situación embrionaria de organización convierte a ésta en impulsos para la acción.

Las masas populares ante una democracia restringida, cuando ésta se vuelve abiertamente represiva, la traspasan con más acciones colectivas.  Avanzan sobre los marcos de la democracia tradicional, para superarla. Inicia ese avance decidida, creando y ampliando el territorio en disputa contra los agoreros del establishment. Pensar la democracia social es pensar en una mayor amplitud de las libertades por conquistar.

Empujan sus bordes, en el ejercicio democrático de la participación directa y creadora.

Vemos entonces, cómo formas de organización van gestándose y renovándose. Las que se corresponden al aquí y ahora, con avances y retrocesos, de lo pequeño a lo grande, hasta recrear el modelo de organización política que el pueblo considere oportuna para el momento histórico. Así el protagonismo conquistado por la lucha antipatriarcal y feminista, con la apertura a nuevas estrategias ha permitido ir moldeando los contornos de una democracia social. En clave  dialéctica de la historia, estas luchas y otras van ampliando la base democrática social y participativa.

La construcción de democracia social participativa es una tarea para el devenir de nuevos tiempos.

Democratizar la democracia es ir construyendo nuevas libertades. A veces correr los bordes o quebrar su rigidez es el dilema para la conquista de los derechos. Cuando el pueblo radicaliza la democracia es cuando conquista los derechos. Pues estos no salen de la firma de un despacho, o por la voluntad de un magnánimo Juez, sino que son conquistados por la lucha de los de abajo cuando se van organizando. Y si bien radicalizar la democracia contribuye a conquistar los derechos, también significa saber defenderlos cuando la derecha avanza en todos los terrenos, y no sólo económicos, sino políticos, culturales y sociales. Y para construir nuestro futuro, para no quedar en el conservadurismo que es el lugar donde decanta cuando la burguesía se ha apropiado de las viejas conquistas liberadoras, debemos alcanzar una democracia social y la forma organizativa acorde para construir un nuevo proyecto político transformador, que intensifique la emancipación de los pueblos de nuestra América y el mundo.

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