CON ACENTO EN LA E

Por Mariana Carbajal   ***

 El debate por el uso del lenguaje inclusivo.

En el discurso público de activistas feministas y de la diversidad sexual florece la “e” como manera de abrir el lenguaje a un universo inclusivo. La novedad también florece en el mundo académico, y el debate crece. ¿Puede la militancia cambiar el idioma?

Para Dora Barrancos, “en un momento de la historia ya no serán necesarios el lenguaje femenino ni el masculino”.

La irrupción del “todes” en el discurso público de activistas feministas y LGBTTI, sobre todo entre jóvenes y adolescentes, se va colando en ámbitos académicos. Lo que se discute son las fórmulas más apropiadas para avanzar con un lenguaje no sexista, que reemplace el genérico masculino que históricamente invisibilizó a las mujeres y a otras identidades de género. Se discute su pertinencia en pasillos y aulas, desafiando a la Real Academia Española, que no acepta ni la x, ni la @ y mucho menos la “e”. La privada Universidad Diego Portales, de Chile, anunció que incorporará el lenguaje inclusivo en actividades de pre y pos grado, en pruebas escritas, interrogatorios orales, defensa de tesis y documentos oficiales: fue uno de los acuerdos tras la toma feminista en el país trasandino. En Canadá, en febrero y después de dos años de debate, el Parlamento aprobó modificar una frase del himno nacional en su versión en inglés, para hacerlo más inclusivo. La palabra “hijos”, que aparece en la primera estrofa, será remplazada por “nosotros”, un término neutro. En francés no necesita modificaciones, ya que no hace distinciones de género. La discusión se instaló en el país, al bramido de la ola verde. Hasta la Academia Nacional de Letras tuvo que salir a pronunciarse. ¿Cuál es su punto de vista? ¿Qué opinan otras voces del mundo académico, de la lingüística, del feminismo y el activismo trans?

Desde los feminismos, a partir de las décadas del ‘60 y ‘70 se empezaron a denunciar los sesgos machistas de la lengua española. Una argentina, Delia Suardíaz, fue pionera en la tarea. Y puso la lupa sobre los usos del lenguaje que invisibilizaban a las mujeres, las degradaba con definiciones sexistas, con sentidos peyorativos. Más recientemente, se dio una batalla lingüística para que la RAE admitiera el término “presidenta”, aunque todavía hay quienes se resisten a adoptarlo. Aun en España ciertas profesiones se nombran en masculino: se dice “la juez”. Aquí mismo llama la atención que exista la Asociación de Mujeres Jueces de Argentina. En 2008, en España se levantó polémica cuando la entonces ministra socialista de Igualdad, Bibiana Aido, osó decir la palabra miembras. El mismo torbellino causó la portavoz de Podemos en el Parlamento, Irene Montero, al nombrarse como “portavoza”. Y este año la RAE aceptó la denominación de “Consejo de Ministros y Ministras”, a partir de la flamante composición mayoritariamente femenina de ese órgano del nuevo gobierno español. Hasta ese momento era siempre, Consejo de Ministros, aunque incluyera alguna mujer. El lenguaje está en movimiento. Y ahora se sacude al ritmo feminista.

“Lo que no se nombra no existe”,
dice la activista trans Aradia García. El lenguaje, no hay dudas, contribuye a profundizar situaciones de desigualdad, a solidificar jerarquías arbitrarias, apunta la doctora en Lingüística Silvia Ramírez Gelbes. El “todas y todos” y otras fórmulas como la x y la @ llegaron para empezar a saldar el uso sexista del lenguaje. Son búsquedas. La discusión se amplió con la expansión del “todes”.

El primer paso, dice la filósofa feminista Diana Maffía, es reconocer que hay un problema, al considerar el genérico masculino como universal. Pero no es el único: ¿cómo resolver el problema de la inclusión y el binarismo? ¿Qué soluciones son las mejores? Una rescritura, sin dudas. Hay opciones que son más complicadas porque la X y la @ no son identificadas en teclados para no videntes, por ejemplo. Aparecen entonces, otras alternativas, como la “e” y la “i”, que son “paraguas más amplios”.

–¿Qué opina del uso del todes?
–le preguntó Página/12 a Ramírez Gelbes, docente universitaria y directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad San Andrés.

–Se está proponiendo un cambio monumental como nunca existió en la lengua española. Se puede decir todes, pero ¿se pueden reemplazar todas las formas en plural que aludan a seres sexuados de distintos géneros? ¿Estamos seguros de que quienes queremos emplear el lenguaje inclusivo somos capaces de evitar siempre el masculino genérico? Yo creo que no. Creo que sí, que hay situaciones que podemos llegar a evitar una forma sexista. Por ejemplo, en lugar de decir “los que”… podemos decir, “quienes”… o “cualquiera”. En vez de “los estudiantes”, podemos decir, “el estudiantado”. Pero ciertamente, y esto lo he notado en quienes intentan de manera intencional emplear el lenguaje inclusivo es muy difícil usarlo siempre. En todo caso, si el cambio se da, va a tardar décadas hasta que se asiente.

Aradia García es estudiante de la carrera de Comunicación Social de la UNLP y activista de Otrans de La Plata. Ella dice:

–El uso del todes y todis, porque en algunos países se usa la i, viene a dar cuenta, en relación a la diversidad sexual, de un proceso de entendimiento de las identidades emergentes. Por lo menos, del colectivo trans, están emergiendo personas que rompen el binomio hombre/mujer. ¿Cómo nombras a alguien de género de fluido, a alguien bigénero? Para eso está el todes.

Desde el Twitter de la Real Academia Española dieron su visión del tema, ante una consulta: “El uso de la @ o de las letras ‘e’ y ‘x’ como supuestas marcas de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario, pues el masculino gramatical cumple esa función como término no marcado de oposición de género”. Ninguna sorpresa, viniendo de una institución tan arcaica, y de tradición misógina, donde actualmente hay solo 8 mujeres contra 36 varones.

–La RAE no está a la altura del movimiento feminista ni de las luchas sociales –replica García–. Aceptan términos tan ridículos como mahonesa, por mayonesa, y cuando hablamos de una cuestión de género, identitaria, hacen oídos sordos a nuestros reclamos. Cuando hablamos, cuando comunicamos, estamos construyendo un sentido.

La ensayista Ivonne Bordelois, autora, entre otros, de los libros La palabra amenazada y Preguntas al lenguaje, se define como feminista. Pero piensa que para que haya un cambio verdadero del lenguaje, el uso de la “e” debería ser espontáneo. No la convence la propuesta.

Mientras adolescentes lo van incorporando con naturalidad, el debate se instaló en aulas universitarias, confirma Ramírez, profesora en la UBA y San Andrés. También en la Facultad de Lenguas, de la UNC, donde es profesora Ivana Alochis. “Desde la cátedra de Lengua Castellana I y de Lexicología y Lexicografía, todo el tiempo incentivo la temática de género y hablo con mis alumnos de que esto permita que la lengua sea una herramienta de emancipación y no de sometimiento. Ya no hay vuelta atrás. Mi propuesta es que siga habiendo todo tipo de léxico y cambios incomodantes de modo que haya menos discriminación, menos invisibilización y mucha más emancipación”, apunta Alochis, licenciada en Lengua y Literatura y doctora en Género.

García cuenta que en el curso de ingreso de la Facultad de Periodismo tuvo una fuerte discusión con una docente, porque le decía que no podía usar la “e” en un trabajo formal. A lo que ella le contestó:

–El lenguaje es sumamente político, somos sujetos políticos, lo tenemos que poner en tensión, romper los estándares protocolares arraigados en una sociedad patriarcal.

Ramírez no está tan segura de aceptarlo en un paper académico, pero celebra la discusión, igual que Alochis.

Para Dora Barrancos, historiadora feminista e integrante del directorio del Conicet, “tiene que haber una “demolición” de las antiguas fórmulas del lenguaje en todas las instituciones. “Habrá un momento en la historia de la Humanidad en que ya no serán necesarios el lenguaje femenino ni el masculino –imagina–, porque sobrevivirá a todas estas experiencias jerarquizadas diferenciales horribles, una suerte de androginia cultural”.

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