PUEDO HACERLES MUCHO DAÑO – NEOLIBERALISMO Y SUBJETIVIDAD

 

Por Fernando Fabris    ***

“Puedo hacerles mucho daño” es la explicitación del significado más profundo del gobierno actual, afirma Fernando Fabris en esta nota. Los globos amarillos se pinchan, la teatralización da lugar a la realidad y la figura central menciona, sin quererlo, las fuerzas psicológicas que podrían acecharlo si el pueblo logra terminar de darse cuenta de la gran estafa de la que está siendo objeto.  

“Puedo hacerles mucho daño”
es la explicitación del significado más profundo del gobierno actual. Hubo que inferirlo en los comienzos, a través de estudios psicosociales y análisis políticos que permitían ver que se había instalado, con el triunfo de Cambiemos, una estructura vincular perversa que implica el abuso sistemático de unos por otros, encubierto en la declaración de una relación especialísima, en la cual las víctimas incautas podrían imaginar que son objeto de un amor único y exclusivo.

El mal que se les haría era solo aparente, ya que la sustracción sistemática sería “por su propio bien”. Se creaba, a través del disimulado ataque, una víctima fragmentada, pasiva,  impotente, melancolizada; punzando sobre la culpa, aprendida en la infancia, de haber disfrutado del fruto prohibido y saberse, por ello mismo, candidatos potenciales a ser la manzana podrida que hay que excluir.

Existe un tipo de personalidad que es especialmente apta para ejecutar estos ataques perversos, que el neoliberalismo necesita, para lograr la vulneración del otro. Son personalidades que pueden llegar a dar lecciones de rectitud que no practican, pudiendo atacar a los más débiles, sin ningún tipo de remordimiento, culpa ni escrúpulos. De apariencia flexibles, emotivos y hasta encantadores. Pero en realidad de emociones mal articuladas, fragilidad subjetiva e ingenuidad maligna. El simulacro oculta una frialdad desesperada, una impostura que encubre un enorme vacío. Van por todos los lugares, porque no tienen ninguno, en el sentido psicológico del término. Sacan provecho de la desgracia ajena, sobre la base de una envidia que se funda en el vacío y motiva la destrucción del otro; porque fracasan una y otra vez en el intento de dejar de percibir la pobreza de la subjetividad que los acecha.

Todos estos rasgos corresponden a un modo de subjetividad que fue denominada, por Marie-France Irigoyen, perversidad narcisista. Término que no refiere a ningún tipo de elección o práctica sexual sino a una cierta experticia en la manipulación y destrucción (planificada). Designa un modo de vínculo que apunta a vulnerar la identidad y dignidad personal. Provoca a la víctima para que reaccione y cuando reacciona la obliga a ser testigo de su propia desestructuración, manteniendo así el trauma activo, a flor de piel. El ataque del victimario es una defensa (cínica) que lo aleja de las perturbaciones que podrían llevarlo (si fallara el ataque) a un derrumbe depresivo, a la psicosis o, directamente, al suicidio.

Hace dos años decíamos: “El pueblo esta perplejo. En su buena voluntad, en el interior de su conciencia desgarrada, no quiere creer que pueda existir tanta perversidad” y agregábamos “Estamos entrenados en descifrar la hipocresía cotidiana, las mentiras y semimentiras. Pero no tenemos defensas ante el cinismo y la perversidad; ante la acción descarada y obscena no tenemos recursos suficientes. Y al igual que del abuso moral y sexual, se sale sólo si se toma distancia y se trasciende la furia.”

Actuaba en gran parte de la población un mecanismo de defensa: la renegación del ataque, del que se es objeto y del que se es sujeto. No es una simple negación. En la renegación, la vulneración es percibida de modo más o menos consciente, pero enseguida es desmentida (si, ya lo sé….pero…). Se trata de un mecanismo riesgoso, ya que la vulneración percibida y enseguida renegada, se internaliza, estabilizando la fragilidad, difusión y fragmentación subjetiva (en la víctima) y consolidando la eficacia del ataque perverso por parte del victimario.

Aquel diagnóstico, realizado en 2016, ya no es enteramente válido. A partir de las grandes manifestaciones de diciembre de 2017 se comenzó a romper el encantamiento y la ambigüedad que se había instalado. A partir de diciembre, se produjeron varias marchas de más de 300.000 personas. La memoria recuerda marchas más grandes o muchas pequeñas, casi diarias. Pero nunca marchas tan seguidas y de tanta gente.  

Los globos amarillos se pinchan y la teatralización da lugar a la realidad. Paso a paso se resquebraja la figura que lo vehiculiza  (“me dijeron que quiere rajarse”, tiró Moyano). La impostura del líder, quien practica un modo perverso y narcisista de vinculación, está a punto de desestructurarse. Y lo anuncia, como lo hace cualquier persona que está por colapsar, en la vecindad de lo explícito y lo implícito, delatando su punto de urgencia. Avisa, sin saber que lo avisa: “Puedo hacerle mucho daño”. Y reconoce, sin reconocer que lo reconoce, que puede volverse loco.

El perverso narcisista habla por sí mismo. Pero también es portavoz de un grupo. Y la maldad que porta es entonces la denuncia ciega de algo que lo trasciende. Percibe las fuerzas psicológicas que internamente lo amenazan (con fragmentarlo y disolverlo) pero sabe también de las fuerzas sociales, políticas, judiciales, represivas (nacionales y no nacionales), que orientadas por la embajada, son quienes podrían hacer, realmente, un gran daño, como lo explica la “doctrina del shock”, aplicada en la Argentina bajo la forma metafísica del “se robaron todo” y “son chorros y asesinos” y por la represión abierta y encubierta a una población que, empobrecida y ya casi rebelada, lucha cada vez más por sus derechos.

La conciencia del daño que los sectores dominantes pueden hacer, tan simbólicas como materiales, es lo único que tiene mansa, aún, a una gran parte del pueblo; lo que le impide terminar de darse cuenta, por miedo al choque abierto, a la represión despiadada, del tipo de la que fue ordenada por De La Rua en 2001. Sabiendo también que, como se dijo con desmesura no carente de verdad: los radicales matan con culpa, pero los oligarcas lo hacen por placer. Por eso el pueblo está cauto y porque no es fácil aceptar, para quienes votaron a Cambiemos, haber sido objeto de una alevosa estafa electoral. Algunos dirigentes políticos de la oposición, aún hoy, hacen cola para mostrar quien es más moderado, arriesgando así la eficacia del conjunto para resolver los problemas actuales y futuros.

Es necesario unirse con inteligencia y decisión, como lo vienen diciendo y haciendo varios portavoces calificados del campo popular. Es necesario avanzar descifrando. El aparentemente vacío de la comunicación gubernamental puede hacer creer que no hay mensaje. Pero puede considerarse también, que sí hay mensaje, y que se trata de un mensaje perverso, que no puede ser aún escuchado del todo. El silencio político de  Cristina es una táctica eficaz – pensamos nosotros-, ya que deja cada vez más desnudo al otro. Es la contracara tácticamente virtuosa del ruido del pueblo, que se hace escuchar, cada vez más. Donde hay perversidad, habrá rechazo. Es una ley de la historia, una experiencia social que tendremos que volver a actualizar.

*** Fernando Fabris – Licenciado y Dr. en Psicología. Psicólogo social

 

 

 

 

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