DIOSES Y SACRIFICIOS



Por Rubén Emilio García   ***

En 1492 Cristóbal Colón salió del Puerto de Palos en busca de una ruta que lo llevara a la India. Perdió el rumbo y chocó con un pedazo de tierra que al final sería otro continente.

Entendiendo primigeniamente que arribó al territorio de los hindúes denominó indios a los nativos que salieron a su encuentro; y como consistía de una expedición económica no había cura alguno en ninguna de las tres carabelas. Por ese motivo y como los indígenas no conocían a Cristo, debían ser catequizados y convertirlos como propugnaban los Reyes Católicos. Reyes de por sí muy envalentonados por haber echado a los últimos moros de España tras 700 años de dominio musulmán.

Así fue que el descubrimiento del nuevo mundo coincidió con la liberación total de España; y como resultado de aquella gran victoria de siglos, los españoles creyéndose los elegidos por ley divina testificaron su mística en la fe católica como destino manifiesto,​ ​usando de emblema la cruz y por supuesto esgrimiendo la espada como medio de persuasión. Esta binaria concepción se convirtió en bandera de cara al futuro en todas las tierras conquistadas. Por eso en su segundo viaje Colón trajo consigo al sacerdote Fernando Boyl, quien ofreció la primera misa en estas tierras que tiempo después, y sin que jamás Cristóbal lo supiera, se conocería como América.

Detrás de esta primaria avanzada siguieron los funcionarios con mandato para gobernar en nombre del rey, colonizadores para hacerse de la tierra, conquistadores atraídos por las versiones de la abundancia del oro y la plata, y la pléyade de sacerdotes para cristianizar al nativo. Todos ellos, con la creencia generalizada de que los aborígenes eran buenitos y sumisos. No fue tan así. Muchos fueron tremendamente belicosos y hasta deglutían a seres humanos como al pobre Solís, el avanzado que descubrió el Río de la Plata. Además, se dieron cuenta que los caribeños, antropófagos por excelencia, se masticaban a sus enemigos como dieta alimentaria, pues necesitaban proteína y de esa manera la tenían en abundancia. Otros creían que el espíritu del comido le transmutaría sus fuerzas y energías, e inclusive lo cuidaban, alimentaban y hasta le daban alguna que otra muchacha para que se despidiera de este mundo asistido por una mujer. Menos suerte tenían los castrados. Les extirpaban las criadillas para volverlos sebosos y tiernos como a los novillos actuales. Pero sin duda, los más violentos resultaron los feroces aztecas que sacrificaban pueblos enteros en honor al dios sol. Dios que se reciclaba con la sangre de inocentes para salir con fuerza y alumbrar con mayor intensidad cada nuevo día. Tal es así, que en una sola jornada les arrancaron el corazón a centenares de víctimas infelices.

Lo bueno, es que todas estas antropofagias y sacrificios atroces fueron desterradas por los conquistadores, que no obstante mataban a los indomables, y los curas católicos en su expansión por la nueva y deslumbrante tierra. Loado sea por terminar con la costumbre de comerse al prójimo, pero a cambio trajeron consigo y dejaron como herencia el terrible dios creado en Europa por la naciente burguesía capitalista: El Dios de la Corrupción. Cuyos adoradores son los corruptos del mundo, que continuamente y de cualquier manera dejan sus ofrendas como les sea posible. Los ejemplos típicos acá en nuestra Argentina fueron los siniestros de los 51 muertos y 700 heridos del ferrocarril Sarmiento; otros tantos hermanos carbonizados en Cromañón y los muertos de hambres de los barrios marginales. Clara demostración que la corrupción como un Dios, en sutil e inveterada antropofagia cobra víctimas fatales.

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