IDIOTA UTOPÍA


Por Noé Jitrik   ***

Hay recuerdos de infancia persistentes y otros frágiles. Sobre éstos poco se puede decir, suelen desaparecer o bien, si son evocados, tienen poca consistencia, mientras se los evoca van diluyéndose, no importan a quien los escucha, dejan de importar a quien los evoca.

Los otros tienen otra suerte: por algo, que hay que desentrañar, se obstinan en persistir, a veces hasta la muerte, incluso cuando las vidas son tan abrumadoramente largas que bien podrían haber naufragado. En grandes momentos de las películas de Bergman se puede advertir ese extraño fenómeno; es inolvidable en El ciudadano Kane, de Orson Welles, la palabra “Rosebud”, ¿qué fue para Kane, un trauma, un afecto, una esperanza, una decepción?

Sea lo que fuere, el recuerdo, en ese caso, no sigue la economía general de la memoria que procede ordinariamente encapsulando o borrando, en una dinámica a veces incomprensible: ¿cuántas veces me sentí asediado por una tontería y otras con enormes dificultades para recuperar un momento emocionante? No hay forma de calificar los recuerdos, vienen o no quieren venir sin que uno pueda hacer nada al respecto. Pero hay algunos persistentes, más notables si se han originado en la infancia y uno carga sobre sus espaldas numerosas décadas de experiencias de toda índole. Uno de ellos tiene origen en la fiesta de fin de año, en la escuela primaria, cuando estaba terminando mi primer grado.

Los rasgos de la maestra se me borran pero el hecho definitivo es que sentí por ella una adoración que no sé si marcó mi vida pero sí, involuntariamente, mi destino. Con una propensión incontrolable a la poesía pensó que sus niños debían aprender algunos “versitos” para rubricar el duro año de aprendizaje; a mí me pasó uno que terminé por deglutir pero que me hizo sentir, cuando me tocó el turno de vomitarlo, un “trágame tierra” que un empujón de la maestra resolvió. El versito, no lo olvidé, decía más o menos esto: “Mi padre quiere que sea un general/ mi madre un abogado famoso/ y yo lo que quiero es ser un señor confitero”.

Ese fue mi ingreso a la poesía y al mismo tiempo mi salida: tuve que esperar hasta la llegada a mis manos de un volumen de Rubén Darío para creer que la poesía, esquiva, y encantadora, no me rechazara del todo. Quizás, ese empujón previó mi destino, no lo puedo saber pero, sin duda, debe haber una congruencia en alguna parte, uno va siempre a un lugar, por más impreciso que sea, por más detenido que uno esté o creyendo que está atrapado, inerte y que no hay futuro.

Y el verso, si lo miramos bien, presenta tres temas posibles y todos muy importantes no sólo para mí sino para todo ser social: la vertiente de la vocación, el deseo paterno y materno de éxito en la vida y, el que más me interesa, el de un objetivo a perseguir. Como se puede comprender, no es cualquier cosa como sin duda no faltarán algunos que lo piensen.

¿A qué viene todo esto? Por empezar lleva a afirmar que todo ser humano está atravesado por estas tres líneas; para unos la vocación será determinante; para otros lo importante es el mandato familiar pero para todos el objetivo estará ahí acompañándolos, guiándolos o dejándolos solos. Lo que parece evidente es que las tres líneas no se conjugan siempre, es raro que suceda, la primera  y la segunda se alternan en su presencia pero sea cual fuere la ecuación la tercera no falta, todo ser humano tiene un objetivo para su vida, sépalo o no. Por supuesto, la vocación es clara en algunos, los artistas, los escritores, los científicos, algunos profesionales, médicos o arquitectos, así como artesanos y obreros aunque es enorme la masa de quienes o no tienen vocación o no pueden satisfacerla. El influjo paterno/materno es muy notorio en abogados, médicos, contadores y hasta en algunos que no tienen más remedio que continuar lo que los padres han iniciado. Creo que ese mecanismo es aplicable a la mafia, la familia ante todo, es raro que algún miembro se resista a ese mandato.

Me da la impresión de que el entrecruzamiento de esas líneas genera una red social, y narrativa, intrincadísimo pero, aunque es difícil establecer todos los casos interpretables por ese lado, permite, cuando se presenta una situación particular, comprenderla y aun describirla. Supongamos el caso particular de la familia Macri: el padre, gran hacedor de dinero, vocacionalmente consagrado a ese noble objetivo, quiere que, no obstante su temor a que no garantice la continuidad de esa línea, su hijo prosiga y éste, a lo mejor, después de resistirse un poco, termina por aceptar pero tiene vuelo propio; su genio consiste en que al convertir el mandato en vocación aspira a otra cosa, superior cualitativamente, y lo logra, logra un poder político que no debía ser su vocación inicialmente pero que ahora lo es y todos contentos.

Es un caso, pero son tantas las situaciones que más vale no insistir. Más interesante es la tercera línea, la del objetivo que persigue todo ser y toda vida. También, obviamente, una clasificación de las innumerables situaciones es una utopía, imposible hacerla; en cambio se pueden trazar grandes líneas: por un lado, la de los que no saben qué objetivos persiguen o se contentan con las metas que se les proponen; por el otro, la de quienes saben lo que buscan y se preparan para llegar: pueden llegar, felicidad completa, o no, frustración dramática.

No es mi propósito mostrar cuál es el objetivo que pude querer lograr; estoy lo suficientemente confundido como para dejar este punto inconcluso, con la idea, quizás falsa, de que habrá oportunidad, habrá tiempo para tener alguna claridad. Más interesante es lo que concierne a los integrantes de ese proyecto que, desde el aparato estatal, se están mostrando enigmáticamente: creo que todos queremos saber quiénes son, adónde se dirigen, con los límites que eso implica pues sólo tenemos, y no es fácil interpretarlo, lo que hacen, muy definidamente, y dicen, confusamente; aunque mucho no se sabe acerca de su pasado, sí se sabe que ocuparon funciones en grandes empresas, que estudiaron en lugares exclusivos –pero no por su nivel académico sino por el costo de las colegiaturas–, algo sobre casamientos y divorcios pero poco acerca de vocaciones, mandatos y objetivos.

Por supuesto que están en una especie de vidriera y se los juzga constantemente. Unos dicen que son ineficaces: no suscribiría ese juicio; si por ejemplo han conseguido capear el temporal que se levantó por los depósitos en el esmaltado mundo del  Caribe no se les puede negar eficacia. Otros, almas puras, creen que son insensibles; tengo dos posibilidades para considerar este juicio: o bien nunca supieron lo que era la sensibilidad o bien quienes piden que sean sensibles estiman que son seres humanos, que son los únicos, que yo sepa, capaces de ser sensibles. También están los que los consideran cínicos: no está mal este juicio pues resisten toda clase de críticas y de vituperios sin que se les mueva un pelo; se dice, igualmente, que tienen un precario manejo del lenguaje y, entre otros juicios, que poseen una envidiable impavidez para oponerse a los dictados de la realidad. Más severos, unos cuantos los consideran, lisa y llanamente, lacayos del imperialismo, un juicio duro, sin duda, pero que pasan por alto casi con orgullo. Pero no se puede no mencionar que mucha gente admira la elegancia de las mujeres que los acompañan y otros, en la misma línea, se rinden ante la fortuna hábilmente ligada al poder.

Lo que no se puede dejar de considerar es lo que llamaba el “objetivo”, esa meta, ese deseo que todo ser humano tiene de llegar alguna parte que le sería propia y aun destinada. ¿Cuál sería para este grupo? Admito que cada uno de sus integrantes puede tener la suya pero lo que ante todo parece como objetivo principal es el deseo de acumular mucho dinero y cuidarlo. Sin embargo, como el dinero, decían los sabios antiguos, no da la felicidad, la buscan en lo que el dinero la proporciona y que reside en un lugar que es como el Walhalla para estos guerreros de la plata: Wall Street; llegar a ese emblemático sitio, formar parte de los actores de la épica que se escribe allí, mostrarle al mundo que se ha sido aceptado y, por añadidura, que se tiene mucho que decirles a los semejantes que se reúnen en esa gruta para urdir los modos de usar gobiernos y destruir economías y, con ello, dominar conciencias, ése es el objetivo, claro, luminoso, ahí va todo.

¿Para qué? Para eliminar de la tierra todo lo que queda de un mundo contradictorio en el que el ser humano era el objeto central y crear las condiciones para una amorfa utopía tecnológica, robotizada e idiota, sin principio ni fin. ¿Ése es el objetivo que persiguen estas personas?

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