MADUREZ/INMADUREZ

por Noé Jitrik    ***

¿No es acaso de una inmadurez en estado puro de maldad   todo, TODO, lo que se propone el engendro que se llama Cambiemos en sus desmesurados propósitos de llenar los bolsillos de sus familiares y amigos?

Witold Gombrowicz cayó un poco por casualidad en Buenos Aires en 1939 y se quedó 24 años, sin perder ni un instante su conexión sentimental con su Polonia natal. Ya era un escritor muy conocido en la incipiente vanguardia segada poco después por la invasión alemana, lo que no es de extrañar porque en esa época  el ímpetu que los nazis tenían arrasaba con casi todo lo que caminaba por el mundo. Gombrowicz se salvó y, lo que quizás no fue una gran ganancia, la suerte le deparó esto que nosotros vivimos todos los días, o sea una experiencia argentina que fue bastante singular para él, pese a que Polonia y Argentina no se parecen demasiado, ni hablar en el idioma y en la comida pero evidentemente en la idiosincrasia.

En algo, sin embargo, se parecían, según lo registró el sarcástico polaco: en la inmadurez. Gombrowicz se pasó la vida registrando ese fenómeno, por no llamarlo defecto: ya lo había detectado y señalado en sus libros polacos y lo detectó y señaló en lo que veía y detectaba en la Argentina.

Pero, ¿qué es la inmadurez? Supongo que ha de ser aquello que no está en sazón, que no ha llegado a completar su forma. Lo inmaduro, tanto en materia de frutales como de actitudes, es incomible y, al contrario, lo maduro es apetecible aunque pende sobre su cabeza la amenaza de la pudrición si se trata de frutos y hasta de sociedades, habría que hablar de esto.

Para Gombrowicz era una obsesión, veía la inmadurez por todas partes. En uno de sus viajes por el interior, por ejemplo, observó que las muchachas eran muy bonitas, graciosas y agradables pero que parecían no tener nada en la cabeza. No las culpaba ni se burlaba de ellas pero el que ellas actuaran como si tener ese vacío fuera un mérito y, en consecuencia, un objeto de ostentación, le parecía una expresión muy clara de inmadurez. Machismo se diría pero quizás no, quizás lo que pedía era que fueran más completas y mejores seres humanos, que eso es la madurez.

¿Será que las sociedades pueden ser inmaduras? Me está pareciendo que es evidente si uno considera cómo empiezan a formarse y cómo sigue el proceso y si hay un punto de llegada que permita considerar que han madurado y, si es posible, bien. ¿Habrá madurado bien la Argentina después de tantos tanteos? ¿Cómo medirlo?

Para considerarlo, suponiendo que quien lo considera está personal y objetivamente maduro para hacerlo, yo por ejemplo, tendría que recorrer la historia argentina desde sus comienzos hasta el presente, momento por momento, sobre todo los momentos en que predominan las decisiones sobre las rutinas.

Es fácil decir sobre la Revolución de Mayo que las decisiones de romper con la Madre fueron aceptablemente maduras pero, dejando de lado el convulso período de las guerras internas que se produjeron porque en realidad no se podía pedir mucho más, no lo es tanto acerca de los golpes militares que se sucedieron después de 1930. Sobre eso no tengo dudas: los golpes militares, incluido el nefasto de 1976, son una prueba flagrante de inmadurez, rayana, con mayor o menor fuerza, en la criminalidad, la entrega y, mal todavía peor, la estupidez. Tampoco se puede negar que en cada uno de ellos, menos en el último, hubo algunos atisbos de relativa madurez, por ejemplo cuando se le encargó a Aldo Ferrer que defendiera la industria nacional o cuando Lanusse se las arregló para que Perón volviera del exilio, corrigiendo la inmadura decisión de la llamada Revolución Libertadora de obedecer la estúpida consigna forjada por Rivera Indarte cuando dijo a propósito de Rosas “ni el polvo de tus huesos la América tendrá”. A su vez, Perón no dio muestras de excesiva madurez cuando designó Vicepresidente a Isabelita y le dio el poder a López Rega. De lo que pasó después, como consecuencia de ese paso inmaduro, ni hablar, para qué recordarlo.

Habría mucho que decir sobre esta ecuación si se admite que puede ser un punto de partida para echar luz sobre diversos procesos y avatares políticos; puede explicar un poco más allá de las intenciones que pueden tener sus protagonistas, en algún caso buenas, como por ejemplo ocurrió cuando Rivadavia creyó que estas provincias podían ser como Inglaterra o Illia que podía ganarles la batalla a los laboratorios, o malas, como fue cuando a Galtieri se le dio por recuperar Las Malvinas con un ejército corrompido por la represión, o a Menem cuando regaló multitud de bienes nacionales.

¿Se ha establecido entre todos esos momentos fatales una cadena que indica o revela que éste es un país inmaduro pese a que todo indicaba, en los sueños de muchos protagonistas de nuestra historia, que podía llegar a ser maduro? ¿Se ha heredado la inmadurez que se repite incesantemente sin que los que la expresan se den cuenta o lo reconozcan o desconfíen de lo que hacen? Ambas cosas son observables en diversos planos de la vida nacional, en la cultura, en la sociabilidad, en la política.

Pero, ¿de qué podemos hablar? Mi primera tentación es referirme a lo que tengo más cerca, el discurso universitario en el que registro, con abrumadora frecuencia, el apoyo, por medio de las no menos abrumadoras citas, de pensamiento gestado en otro lugar, no digerido: sostenerse en las ideas de otros sin haberlas asimilado prueba una inmadurez que la institución avala, también inmaduramente, en forma de “prueba de conocimiento y desarrollo de investigación”. Esta reflexión es extensible a otros campos y se resume en esa nefasta y tediosa oposición, compra o préstamos en lugar de producción que caracteriza el inmaduro pensamiento, si no es exagerado designarlo así, de quienes opinan sobre tecnología sin tener idea sobre lo que eso implica.

Es lo que también pasa en el terreno de la economía en este momento del país en el que la inmadurez rige comportamientos y actitudes hasta la fatiga. Llenar las alforjas de parientes y socios o tirar las reservas por el inodoro de los prestamistas foráneos es eso mismo, inficionado, desde luego, con latrocinio y saqueo de los bienes del estado. La inmadurez, se va viendo, no es sólo la irresponsabilidad de los niños a quienes les da lo mismo destripar un muñeco que un gato sino una manera de vivir y ver las cosas creídos de saber cómo son las cosas y lo que hay que hacer ignorando que se las ignora.

¿No es acaso de una inmadurez en estado puro de maldad   todo, TODO, lo que se propone el engendro que se llama Cambiemos en sus desmesurados propósitos de llenar los bolsillos de sus familiares y amigos?

Escuchemos, con esfuerzo, a tres importantes señoras, las Tres Gracias o, más bien, Las Tres Parcas, que rodean cálidamente al Presidente Macri, que tiene lo suyo en materia de inmadurez verbal y política, no económica, donde se mueve como un lince, jamás pierde un peso. Una, arriba en el escalón superior de la inmadurez, es Gabriela Michetti, no es necesario que diga dónde está sentada; otra es Elisa Carrió, capaz de improvisar deficiencias conceptuales con una impavidez que envidiaría una de las brujas que predijo la caída de Macbeth; la tercera viene a ser Laura Alonso, cuya astucia la lleva a ignorar el decente sentimiento de culpa que cualquier tendría después de haber hecho lo que ella hizo y sigue haciendo. Las intervenciones de la primera son, como lo diría ella misma, de “tipo” hilarante; las de la segunda son como vueltas de calesita, imposible encontrarle la sortija; las de la tercera son, otra vez empleo la feliz expresión de Michetti, de “tipo” fuga, o sea que van y vuelven sin que nadie logre divisar otro argumento razonable, más que el central, que es cuidarle las espaldas –económicas y financieras- a la familia Macri.

Por supuesto que ninguna de esas expresiones de inmadurez les es exclusiva: el equipo macrista entero, incluso muchos de los que fueron ejectados, posee las mismas características. Pero, para evitar confusiones hay que decir que tapan y disfrazan la inmadurez con el aprovechamiento, la codicia, la crueldad, la mediocridad, que es lo que se siente, se ve y se juzga y lleva a tomar tardíamente distancia a muchos que permitieron con su apoyo que la inmadurez tradicional se potenciara y se volcara también sobre ellos, que seguramente, inmaduramente, no se lo esperaban, y, de paso, sobre todos los demás.

¿Quiénes son? Pues, son los que lo votaron, parte de eso que no se equivoca nunca, o sea el sagrado pueblo, púdicamente respetado hasta por los más perjudicados por el macrismo pese a que ocasionaron con ese inmaduro voto el dramático carnaval de entrega que el macrismo en el poder nos regala cada día. ¿Se sentirán bien con lo que decidieron?

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