Por Fernando Krakowiak ***
El presidente Mauricio Macri reiteró que uno de los errores de su gobierno fue no haber dejado lo suficientemente clara la situación que habían heredado en diciembre de 2015.
Imagen: Leandro Teysseire
“La autocrítica que me hago es que siempre he sido muy positivo. Tal vez puse metas ambiciosas para todos y no dijimos el diagnóstico duro”, aseguró en la reunión de gabinete ampliado que se realizó en el Centro Cultural Néstor Kirchner.
El propio Macri dedicó gran parte de su primer discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso en marzo de 2016 a hablar de los supuestos problemas que le dejó el kirchnerismo.
“Quiero ser claro sobre el punto de partida, ya que venimos de años en los que el Estado ha mentido sistemáticamente, confundiendo a todos y borrando la línea entre la realidad y la fantasía. Así, la credibilidad y la confianza fueron destruidas. Encontramos un Estado desordenado y mal gestionado, con instrumentos de navegación rotos, se ocultó información, faltan documentos, no hay estadísticas, cuesta encontrar un papel”, sostuvo entonces. Incluso en junio de ese mismo año la Casa Rosada publicó en su web un informe de 223 páginas titulado “El estado del Estado” que compila una serie de supuestas irregularidades encontradas área por área.
Esas denuncias permanentes se complementaron con producciones periodísticas de numerosos medios oficialistas que aún hoy siguen hablando más del pasado que del presente y con el accionar de un grupo de jueces federales y camaristas que manejaron las causas contra los funcionarios del gobierno anterior de acuerdo a las necesidades políticas de la Casa Rosada.
En todo momento, se apeló a una versión funcional del pasado para intentar explicar el presente y condicionar el futuro.
También se buscó aprovechar la crisis de Venezuela para mostrar en qué se hubiera convertido la Argentina si Cambiemos no hubiese ganado las elecciones, lo que constituye un ejercicio contrafáctico imposible de ser corroborado.
Ahora la estrategia consiste en seguir hablando del pasado y de Venezuela, pero lo llamativo es que se lo quiere presentar como algo novedoso surgido de una supuesta autocrítica motivada por la reciente crisis cambiaria.
Más allá del relato oficial, el problema es que en los últimos dos años este gobierno tomó deuda por más de 200 mil millones de dólares para financiar fundamentalmente la fuga de capitales, que desfinanció el Estado con la quita de retenciones y la reducción de otros impuestos progresivos, que frenó la construcción de obras estratégicas como Arsat III, Atucha III y la central termoeléctrica de Río Turbio y que ahora vuelve al Fondo Monetario Internacional para seguir hipotecando al país con los préstamos de un organismo controlado por Estados Unidos que suele tratar a sus deudores como si fueran colonias.