Por Eduardo de la Serna***
Hace 44 años, el 11 de mayo de 1974, en el barrio porteño de Villa Luro fue asesinado Carlos Mugica, un cura comprometido con los pobres a los que llamaba “mis hermanos”.
Se “estrenaba” la Triple A, una suerte de borrador de los grupos de tareas de la dictadura, como también lo fue el rodrigazo o el levantamiento del brigadier Orlando Capellini. El Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) se había disuelto el año anterior; su asesinato frenó todo intento de reunificación. El grupo de Capital Federal publicó un libro, ¿El pueblo, ¿dónde está?, y una obra musical con letra de Mugica “La Misa para el Tercer Mundo” terminaba de grabarse por el Grupo vocal argentino. Ambas obras prácticamente quedaron en cajones o baúles o fueron incineradas.
Pero los pobres de “la 31” primero, junto con aquellos que habían sido y siguieron siendo “relocalizados” (a “Fuerte Apache”, por ejemplo) mantuvieron fresca su memoria, unida a la del grupo de amigos y amigas de Carlos, curas, laicas y laicos. Desde entonces hasta nuestros días muchas obras vuelven una y otra vez a rescatar su figura: la “misa para el Tercer Mundo” fue reeditada, se han publicado biografías, obras y hasta monumentos a su persona. Por supuesto que “negacionistas” hay en todas partes y cada tanto reaparecen algunas escasas y falsas voces que repiten que no fue la Triple A la responsable del asesinato de Mugica.
El grupo de “pastoral de villas”, como se llamaban entonces, también debió enfrentar el avance de las botas: muchas villas fueron sacadas a fuerza de topadoras y fusiles, y muchos curas acompañaron a “sus hermanos villeros” al destierro conurbano, otros lograron oponer resistencia el desalojo.
La 31 resistió una y otra vez; la memoria de Carlos seguía vigente, como cuando el menemismovolvió a intentarlo y varios curas comenzaron una huelga de hambre (1996).
A pesar de provenir de un ambiente aristocrático,
El MSTM se propuso no hablar como grupo de temas “intraeclesiales” (el celibato sacerdotal, uno de ellos, tenía entonces gran trascendencia) porque pretendían expresamente –como se decía– “ser voz de los que no tienen voz” y que sus voces no se confundieran, por ejemplo, como una especie de “sindicato de curas”. Esto no impedía que la jerarquía los cuestionara vehementemente: la conferencia Episcopal, un importante grupo de curas y hasta el arzobispo los enfrentaron decididamente (monseñor Aramburu más de una vez le insistió a Mugica que dejara su ministerio, o incluso le exigió que guardara silencio por dichos que cierta prensa atribuyó a Mugica, aunque este nunca pronunció). Cuando –poco antes de su asesinato- le preguntaron a Mugica si no tenía miedo de que lo mataran, dijo:
Aunque no era ni el vocero ni el delegado del MSTM, Carlos era una de las voces más contundentes del grupo. Era la voz que había que callar; y lo hicieron…pero fracasaron. Su voz sigue resonando “ahora más que nunca”; y el eco de su voz quiere aún hoy seguir siendo acallado;
*** Coordinador del Grupo de Curas en Opción por los Pobres.