DEMOcRACKzIA

 

Por Cristian Secul Giusti y Cecilia B. Díaz

La democracia neoliberal celebrada por Cambiemos tiende a trastocar el sentido del Estado-Nación y lo integra a un universo corporativo-empresarial en crisis con una democracia plural e inclusiva.

Ante la discusión del carácter democrático del gobierno de Cambiemos surgen diferentes posturas que ubican a este espacio político en zonas de derecha, “nueva derecha” y hasta de “centro derecha gradualista”. En estos términos,

su linaje conservador, patronal, empresarial y reaccionario coloca en crisis la posibilidad de hablar de una democracia plural e inclusiva.

Desde este plano, es posible pensar al Macrismo en una clave de democracia neoliberal que se presenta como una Democrackzia ya que vacía de sentido las nociones fundamentales de ese término -tales como la igualdad y la libertad, por aludir a dos conceptos asociados- y las sitúa en una apropiación tramposa para el campo nacional y popular. Por tanto, en esta disputa, el anarcocapitalismo financiero lleva un margen de distancia en presentar a la democracia como un sentido suturado donde la libertad económica ocluye la igualdad.

En efecto, la democracia neoliberal celebrada por Cambiemos tiende a trastocar el sentido del Estado-Nación y lo integra a un universo corporativo-empresarial cuyas instancias configuran subjetividades. Así, lo vuelve parte de una maquinaria que instala las lógicas de competencia, meritocracia y existencialismo que constituye el estar en sociedad como una imagen netamente mercantilizada.

En esta línea, la filósofa Wendy Brown explica que el neoliberalismo ha transformado a los principios de democracia, política y justicia en parámetros economicistas. Así, tanto la ciudadanía democrática como la soberanía popular se hallan en una trama difusa y corrida de eje. El neoliberalismo puntualiza en los aspectos financieros e individualistas, en pos de concretar un orden solidificado en un consenso artificial entre sujetos moldeados por el discurso positivo y los mecanismos eficientes.

Ahora bien, ¿cuál es la particularidad de los recientes gobiernos de derecha elegidos por la voluntad popular? ¿Cómo se erosiona la potencialidad de la democracia? ¿Para qué pueblo gobierna? ¿Y si éste no es pueblo?

Esta Democrackzia funciona con un demos que toma forma de mayoría electoral, pero logra ser un pueblo. Fuera del periodo de campaña se vuelve un conjunto de perfiles de consumidores sensibles a las imágenes mediáticas y a las narrativas sensacionalistas.

La incapacidad de pensarse como colectivo desencadenan un demos cortado, fragmentado y solo susceptible de entenderse mediante estudios de mercado. En consecuencia, la mercantilización trastoca el papel de la ciudadanía y empuja para que se la piense como “capital humano”, vinculado al consumo, el pensamiento clientelar y el contrato económico. Sin embargo, la política -o simplemente la pregunta por el bien común- no puede ser medida en rendimientos o procesos porque tal ilusión supone un orden impuesto que pretende adueñarse del devenir. Esto implica la irradicabilidad del conflicto que el neoliberalismo promete anestesiar con espiritualidad, promesas de realización a corto plazo -que no llegan- y un sistema de recompensas morales -represión y todo tipos de penalidades sobre intentos de transgresión al orden- que también establecen los límites a la amenaza de lo heterogéneo.

A esto se suma el valor de la transparencia de lo público como ideal político que incentiva la desconfianza con el otro y delega en el individuo el deber de “aportar con su granito de arena” para el bien de todos, con sus gestos y comportamientos. Sin ir más lejos, por este motivo resulta más que significativo el slogan “en todo estás vos” del gobierno porteño. A partir de ahí, es posible distinguir que el neoliberalismo, en su trama y disposición político, económica y social, busca eliminar la noción de “demos” de la propia Democracia.

Crisis y shock

La noción de crack integra una consideración incierta de quiebre, vértigo y urgencia ligada a una estética financiera y hasta bursátil. En esa trama, la democracia se reduce a las proporciones brindadas por el mercado y su cuidado acumulador. En ella, los ciudadanos son incorporados como individuos en serie, enlazados con una estética de oferta y demanda. Así, se consolida la ruptura de los lazos comunitarios que teje el Estado en sus servicios, por ejemplo. De este modo, el ciudadano es considerado como un producto configurable y destacado, según un deber moral patrocinado por el mercado o por su propio destino contextual de vida.

En ese cierre del pacto solidario, el crack de lo común y lo certero se presenta en forma de shock. Tal como lo indica Naomi Klein, se vuelve una verdadera doctrina apoyada en situaciones traumáticas tales como un atentado, una guerra, catástrofe natural o el develamiento de un escándalo que tiende a difuminar las diferencias para erigir el consenso. En esta operación, el neoliberalismo aplica su paquete de medidas en nombre del diálogo, el fin de la confrontación y la eficiencia frente a la lentitud del aparato burocrático estatal. En la ruptura y en la fragmentación, reina la incertidumbre y el “sálvese quién pueda”.

La racionalidad de la razzia
En la transformación del sentido, ya no solo las palabras son permutadas, sino también las instituciones. Por esta razón, el Estado se vuelve un obturador de conquistas populares y simulacro en la manutención de derechos. Siguiendo esta línea, la imposición de dicho orden se genera a partir de la amplificación mediática hegemónica -amalgamada con el ideario neoliberal-; al tiempo que la preservación de datos que relevan comportamientos de la ciudadanía y la proliferación de discursos políticos se ligan con una idea publicitaria del sentido común.

En este escenario, el término razzia incluye una lógica de ataque constante -que opera en diferentes niveles- para imponer una lógica neoliberal o contener, a partir de las represiones diversas, cualquier punto de fuga generado por el ordenamiento del neoliberalismo.

De ese modo, los mensajes disruptivos propiciados como el develamiento de conductas o pensamientos inmorales en las imágenes, videos y audios de producción privada adoctrinan y laceran la legitimidad de esas voces. En el mismo sentido son vilipendiadas las formas de organización colectiva acusadas de turbiedad o de intereses ocultos. Así, el extremo de la proscripción política y los procesos judiciales juegan a la razzia se sostiene para alcanzar una cierta pureza o limpieza del sistema democrático.

Tal como lo planteábamos más atrás, la noción de razia corre a los márgenes -o deja que se ahogue en los ríos del olvido- aquello que es considerado disruptivo. Es decir, el fascismo se lanza sin contención como parte del sentido común que ignora, excluye, niega y mata. Continuando este recorrido, el hecho de pensar en una derecha democrática sin cuestionar la construcción neoliberal sobre las instituciones es relativizar su lógica de exclusión y explotación de los últimos lazos comunitarios. Cabe reflexionar sobre este aspecto y evitar repetir una idea que profundiza aún más una idea de simulacro y postura “democrática”.

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