TODO

por Noé Jitrik

En los últimos tiempos mucha gente que se acerca a saludarme, en particular los jóvenes y hasta un límite de edad que podría fijar en los sesenta años, lo hacen con una pregunta: “¿Cómo está todo?”

La frase me paraliza y me impide dar una respuesta inmediata y convincente: el que hace la pregunta de inmediato mira para otro lado, se distrae y, por supuesto, no espera nada, ni siquiera un susurrado “bien” y mucho menos un “más o menos” puesto que nunca se puede decir que “TODO está bien”, hay que ser un optimista o un estúpido para decir que “TODO ESTÁ BIEN”, a lo sumo algo puede estarlo pero nunca “todo”. Es más, si uno esboza una contestación el que saludó de dicho modo se sorprende, lo que quiere decir que en realidad no esperaba nada de su frase si es que creía que estaba iniciando un diálogo. A veces, cuando estoy de humor, respondo con rapidez, “no puedo responder por todo, tal vez sólo por una parte” que, seguramente, es la que menos le interesa al que dirigió la pregunta, para qué uno va andar con cuentos, salud, dinero, trabajos, expectativas, frustraciones, amores, esperanzas.

La frase se ha generalizado, de eso no hay duda, pero no puedo afirmar que tenga el alcance del más tradicional “hola”, cuya universalidad parecía imbatible pero ahora en riesgo mortal de caer en el olvido precisamente a causa del “todo”. Lo curioso es el poder que ese “todo” adquirió considerando que no quiere decir nada, ni siquiera un esbozo de diálogo o de conversación. Un “todo” de tales dimensiones equivale perfectamente a un “nada” del mismo porte y tamaño.

Y algo más todavía: tropiezo, gracias a mi amiga Laura Klein, con una frase de Maurice Blanchot, un filósofo y escritor  que viene, providencialmente, a apoyar esta ocurrencia: “Comprenderlo todo sería desconocer la esencia del conocimiento porque la totalidad no coincide con la medida de lo que hay que comprender”.

¿Pero se trata de “conocimiento” en este caso, o sea de un  amenazante “todo”? Seguro que no, sino sólo de un recurso para salir del paso en el sistema de relaciones humanas aunque, me parece evidente, se alimenta sin saberlo de aquello que para Blanchot deja flotando y hasta el infinito “lo que hay que comprender”. Dicho de otro modo, hasta lo más trivial y mecánico, hasta el lugar común más elemental denuncian, si se los mira de cerca, un pensamiento que, como en el caso, tiene una réplica no muy interesante.

Según algunos, la fórmula viene del Brasil aunque también allí posee la misma cualidad, o sea impedir la conversación, favorecer la trivialidad, anular el interés. Se impuso en estos lares no sólo por la conocida sensibilidad argentina a lo importado -que ya no sería de un auto como el que le regalaron a Menem sino sólo de un mero lugar común-, también porque la disposición a la nada reside en cualquier lugar del mundo, por qué no se instalaría aquí donde se suele replicar lo que ocurre en otros lugares a veces servilmente, hay una tradición. No me atrevería, por otro lado, a afirmar que brota de la creatividad de la lengua que, como es sabido, ha producido muchos cambios, la lengua, por cierto, es como un mar en movimiento, ninguna ola es igual a la anterior ni a la siguiente y ésta es muy pobre, al menos para mí. Se ha impuesto, por ahora, no lo niego y casi no lucho contra ella pero su triunfo bien puede ser efímero, no faltarán otros lugares comunes para hacerla olvidar.

Este tema bien puede carecer de importancia, por qué ocuparse de él cuando hay tantas cuestiones dramáticas y urgentes que exigen mucho más. Digo puede parecer pero en realidad, bien mirado, es significativo; por de pronto, tiene que ver con la comunicación en un momento dado, en éste por ejemplo: va parejo con el triunfo del beso en todas las mejillas que se ofrecen, beso sin ganas, metálico, a veces perfumado, a veces no tanto; pero luego, en la medida en que tiene por función vaciar puede ser un indicio más de lo que está recorriendo la sociedad; por fin, puede indicar algo acerca de la indiferencia, como una pasión fría, con la que vastos sectores de la sociedad abordan lo político y lo moral inclusive, la indiferencia como la madre del desinterés.

¿Por qué se me ocurre este tema ahora? Pues porque esa palabra, “todo”, aparece, triunfante, en una de las cartas de triunfo del equipo instalado en la Casa Rosada: “se lo robaron todo” es una frase que generaron los genios que rodean al genio principal y que repiten, como un argumento incontrastable, desde profesores universitarios que han suspendido pensar, espero que temporariamente, hasta los choferes de los taxis pasando por incontables periodistas y, no podían faltar, señoras de lo más bien de los country así como, tampoco podían faltar, evasores impositivos de los más altos niveles, diputados macristas y radicales, vendedores de al por menor y asiduos de los vistosos centros comerciales. En suma, los votantes, en suma, gran parte de ese Todo que sería el pueblo.

Tiene algo de patético esa declaración, semejante a la que entonaba, hace algunos años la “Mona” Jiménez cuando decía, secundado por el rítmico cuarteto cordobés, “Se tomaron todo el vino”, acusación grave, irrefutable, que podía ser evocada en todos los asados nacionales porque siempre hay alguien que toma más vino que los demás. En boca de la “Mona” la expresión podía decir más que la otra, la que intenta condenar al gobierno anterior, a ese mundo K que, según la frase, se lo había robado TODO.

Si no fuera completamente vacío y estúpido emplearla como juicio contra doce años de una historia que cambió muchas cosas en un país desconcertado y descuareguingado uno podría imaginar cómo pudo haber sido ejecutado ese robo tan enorme como para que no quede nada
: ¿en dónde? ¿en las arcas del Estado? ¿en sus bienes? La imaginación vuela, poderosa: vemos a Cristina F.K. entrar sigilosa y encapuchadamente de noche al Ministerio de Economía, que está frente a la Casa Rosada; la llave la facilita Kiciloff, su frente ocupada por un antifaz y juntos llegan hasta el enorme cajón en el que está todo el dinero de los impuestos que pagamos los argentinos, no todos desde luego. Ávidos, sacan billetes a paladas y los van depositando en bolsas como la que usó, con poca suerte, López que, hay que decirlo, debe haber robado “todo” en otro lugar que, discretamente, no explicita. Pero como todavía quedaba algo, no en ese cajón, pues ahí no quedaba nada, sino en los de las provincias, se seguía robando, quién puede medir hasta dónde, hasta vaciar las cajas y dejar un hueco como (pesada) herencia.

La imaginación sigue haciendo prodigios: el método de las contrataciones. Donde no había ni un miserable camino porque no había ninguna parte a la que se pudiera ir, se pretextaba una necesidad y se decidía que era urgente construirlo y, de inmediato, se contrataba a un don nadie llamado Lázaro Báez, asociado a un tal Calcaterra –que, fiel a la tradición familiar, ignoraba los negocios de su socio-, se arreglaba con él el monto a cobrar, la parte que les tocaba a los Kirchner y otros detalles menores, siempre pagando con la plata de los argentinos, gran parte de la cual iba a parar a las cuentas que Cristina tenía, qué duda cabe, en las Islas Seychelles, Panamá, Las Bahamas, Delaware, Andorra y hasta seguramente en El Calafate donde, con el pretexto de tener un hotel, guardaba en sus habitaciones las enormes sumas que le entregara Báez para retribuir los favores de que ha sido objeto.

¡Qué danza de millones! Ni Bill Gatas habrá robado tanto. Era evidente que las declaraciones de Cristina al dejar la Presidencia en el sentido de que dejaba mucho dinero en todas partes eran falsas puesto que, según autorizadas opiniones, “se habían robado todo”; eso le creó un gran problema al nuevo gobierno que, admirablemente, puesto que no tenían nada, pudo pagar muchísimas cosas: los dólares a futuro, los viajes del Presidente y sus comitivas, los generosos sueldos a los nombrados en lugar de los despedidos que habían usufructuado tan panchos del dispendio, los innumerables balas de cañón que puso en las calles el diligente Rodríguez Larreta para ordenar el tránsito, el pago a los fondos mal llamados “buitres”, innumerables subsidios a servicios públicos, jubilaciones, sueldos. ¿Cómo lo hicieron si no tenían nada en las arcas y, por añadidura, en una serie de actos históricos aliviaron de impuestos a los sojeros, mineros y los ricos en general? Se habrán ganado la lotería o habrán puesto sus ahorros personales para que el robo ejecutado concienzudamente por el anterior gobierno no fuera dañino para los negocios del país. La historia valorará adecuadamente el genio de quienes de la nada pudieron hacer tantas y positivas cosas cuando los predecesores se “habían robado todo”.

La palabra “todo” es abrumadora, en particular cuando no describe ni define nada y, por lo mismo, es difícil de refutar, salvo porque los que la emplean ponen cara de idiota y si la idiotez no es refutable al menos es desechable. Habrá que tener paciencia y esperar a que los vientos cambien de dirección: en ese futuro, previsible y que no puede tardar demasiado en tomar forma, los devotos del “se lo robaron todo” declararán, impávidos, “yo no los voté”, no será la primera vez que eso sucede. Y se quejarán de la ”pesada” herencia que los integrantes del clan instalado en la Rosada dejarán –ya lo están preparando-, como si nunca hubieran gritado “se lo robaron todo”.

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