EL IMPULSO DE LA UNIDAD




Por Edgardo Mocca

En los últimos días del año ha vuelto a cobrar impulso la demanda de unidad del peronismo. Trascendió una reunión en la que Agustín Rossi, Alberto Fernández, Felipe Solá y Daniel Arroyo coincidieron en una agenda política dirigida a ese objetivo.

Un texto del artista plástico Daniel Santoro, que circuló en las redes, afirma la urgencia temporal y la racionalidad de ese objetivo y abrió un importante debate. Claro que no se trata de un tópico totalmente novedoso: desde el triunfo de Macri en 2015, la unidad del movimiento quedó colocada en un lugar clave en la perspectiva temporal que concluye con la elección presidencial en 2019.

Sin esa unidad parece poco probable un cambio de signo en el gobierno nacional. Por otro lado, los vientos de este diciembre han sacudido la nave macrista y conmovido el agresivo triunfalismo con el que se interpretó en esas orillas el resultado electoral de octubre. El capítulo del manotazo contra los jubilados, los pensionados y los beneficiarios de asignaciones solidarias sacudió la modorra política y produjo un nuevo impulso a la movilización popular, una vez más enfrentada con violencia desde el Estado.

La novedad política principal fue la confluencia, en la calle y en el Congreso, de la oposición al gobierno macrista. Todo esto refuerza la demanda de unidad y sube el costo de quienes se resisten a avanzar hacia ella.

Claro que la unidad no es una alquimia aritmética. No es tan sencillo como la suma de los votos que tienen distintos espacios que se reconocen bajo el paraguas peronista, o en sus alrededores. La división actual no es el resultado de un malentendido, ni la consecuencia exclusiva de personalismos o mezquindades de tal o cual dirigente.

Asumir esa complejidad parece ser un requisito para la viabilidad del objetivo unificador. Los juicios morales sobre unos y otros tendrían que subordinarse a un enfoque político de las diferencias. Y en última instancia ese enfoque lleva a un examen del significado del peronismo en la época que vive el país.

Habría que discutir qué significa el gobierno de Macri. ¿Es una experiencia de alternancia regular en el gobierno nacional o es el proyecto de una contrarrevolución político-cultural cuyo sentido último es el de terminar con la Argentina creada por el primer peronismo? Es cierto que no es la primera experiencia neoliberal que triunfa en el país y que no es el primer intento de cerrar definitivamente la época de los sindicatos, el derecho laboral, la movilización popular, los intentos de industrialización y todos los elementos que miran al país desde adentro y desde abajo.

Hubo muchos intentos y ninguno logró consolidarse en el tiempo.
Pero este tiene una especificidad: asumió sobre la base del voto popular en una elección libre y sin proscripciones. Y como tal se siente en una condición de legitimidad y de fuerza suficiente para avanzar en la reconfiguración cultural del país. Su modo de lectura de los acontecimientos que rodearon el debate legislativo reciente muestra la radicalidad del objetivo. Lo que ocurrió, dicen, fue un manotazo de ahogado de los que quieren seguir viviendo en la “vieja Argentina”, los que quieren revivir el caos de diciembre de 2001 para defender sus prebendas, para sostener los nichos mafiosos que impiden que el país se modernice y se desarrollen sus fuerzas productivas.

Y de lo que están hablando es de una inmensa movilización popular, de sindicatos, organizaciones sociales, culturales y científicas que ganaron la calle en forma alegre y pacífica, con pequeñas excepciones que fueron provocadas y/o infiltradas y luego utilizadas para desvirtuar al conjunto. Están hablando de una tradición, de una diferencia argentina, que radica en la capacidad de resistir activamente las políticas antisociales y antinacionales; una tradición que no pudo ser destruida aún cuando se la sometió a una experiencia de terrorismo estatal con pocos antecedentes.

A la hora de pensar la unidad peronista, no puede dejar de decirse que el peronismo es, ante todo, el gran productor histórico de esta activación de la movilización popular. Su propio origen no es un congreso partidario ni una mesa de arena entre políticos de distintas capillas, dicho esto con el máximo respeto por los partidos, por las roscas y los cálculos. Pero el peronismo nació en las calles de la ciudad capital y del conurbano bonaerense cuando una multitud se reunió con su líder. No está mal volver a esa referencia histórica, porque en los orígenes suelen estar las claves del sentido de una identidad popular. Y el núcleo de la contrarrevolución cultural en marcha es el borramiento de esa huella profunda de la historia argentina.

Claro que el peronismo no es solamente esa referencia histórica de origen. Hoy es un partido político sujeto a las reglas de la democracia liberal. Actúa en la legalidad y en la institucionalidad. Tiene un régimen interno como partido y una fluida vinculación con la sociedad, particularmente con los trabajadores y los sectores más vulnerables. Y lógicamente en el peronismo hay muchos hombres y mujeres que desarrollan lo que se llama una “carrera política”.

Como supo decir Angelo Panebianco, no sólo tiene incentivos colectivos (la ideología, los mitos de origen) sino también incentivos selectivos (los cargos, los recursos, todo lo que se reparte de manera no igualitaria entre sus miembros).

La vida política no es solamente los grandes momentos fundacionales; necesita rutinas, reglas y rituales más o menos permanentes. Es natural que un proceso que busca la unidad sepa recorrer los caminos del regateo, el cálculo, la toma en consideración de intereses particulares generalmente difíciles de articular. Si no, la unidad es imposible, vence la desunión y lo que queda es una mutua asignación del daño, un intento de cada uno por hacerle pagar al otro los costos de esa desunión.

Pero al mismo tiempo la discusión de la unidad no termina en las cuatro paredes de un local partidario. Está obligada a conectarse con el estado de ánimo popular, tal como se mostró en los últimos días del año y se insinúa para los meses que vienen. La agenda preelectoral tiene que recorrerse en común con otras agendas que incluyen la lucha por frenar el desquicio de una economía que gira en torno de los dólares que entran bajo la forma del endeudamiento o de la especulación financiera. Y que incluye también la lucha por la plena recuperación del Estado de Derecho, el freno de la persecución política desatada y la inmediata libertad de los presos políticos, casi todos los cuales -dicho sea de paso- son militantes peronistas.

Si se asume la experiencia del macrismo en toda su gravedad histórica como un intento de reestructuración social y económica, pero sobre todo intelectual y moral de la Argentina, la unidad opositora y en su interior la unidad del peronismo aparece más necesaria que nunca. Estamos ante una derecha refundacional y utópica. No quiere avanzar por el camino de la negociación y el regateo político sino por el de la derrota drástica y definitiva de sus enemigos.

Después de obtener la anuencia de gobernadores opositores por el camino de la lisa y llana extorsión política no se dirige a contemporizar con ellos ni a ayudarlos para mantener la gobernabilidad en sus provincias. Va a por ellos y por las provincias que gobiernan. Y otro tanto ocurre con la estructura sindical: después de presionarlos y arrancarles concesiones de modo igualmente extorsivo no quieren fortalecerlos como aliados necesarios, sino debilitarlos progresivamente para terminar con el peso histórico del sindicalismo, acaso la principal diferencia social argentina en el concierto regional.

Para el macrismo, los pilares materiales y simbólicos de la identidad peronista constituyen los obstáculos más graves para su proyecto de contrarrevolución cultural; los sindicatos son mafias, los gobernadores son señores feudales que lucran con el atraso del país; no hay lugar para esas y otras lacras en la época de la modernidad meritocrática que han venido a inaugurar.

En el mundo asistimos al surgimiento de nuevos movimientos políticos surgidos de la lucha contra el neoliberalismo. En muchos países aparecen nuevas fuerzas y nuevos liderazgos nacidos por fuera de la herencia histórica de los partidos populares característicos del siglo XX. En España, Francia, Italia, Grecia, entre otros países, se debilitan los partidos socialistas y socialdemócratas que unieron su destino a la política neoliberal. En Gran Bretaña se asiste a un renacimiento del viejo laborismo con una afluencia juvenil masiva en su interior, como producto de un liderazgo, el de Jeremy Corbin, que recupera lo mejor de su tradición popular. El peronismo está en el trance de decidir su camino ante la alternativa entre la resignación frente a las formas más mezquinas y violentas del capitalismo contemporáneo y la afirmación de una identidad popular para enfrentarlo y derrotarlo.

La cuestión de la unidad del peronismo no puede separarse de la alternativa de época que el movimiento creado por Perón tiene frente a sí. Si el sentido de la unidad es la plena recuperación de su potencia histórica como herramienta de las clases populares en la defensa de sus derechos y de su dignidad, entonces se convertirá en un hecho fundamental.

Porque será un recurso central para enfrentar la arquitectura en marcha de un país para pocos y para abrirle paso a un nuevo ciclo popular. No son, una vez más, las apelaciones morales ni las denuncias de traición las herramientas para transitar la discusión de la unidad. Lo mejor será concentrarse en la elaboración de un compromiso político y programático claro y creíble para la recuperación social y nacional. La cuestión de los nombres y de las formas pasaría a ser, entonces, una cuestión de coherencia y de credibilidad popular para asegurar el triunfo.


 

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