CARTA III A RICARDO FORSTER


Por Jorge Alemán

En esta nueva carta de Jorge Alemán a Ricardo Forster, Alemán propone continuar en el intento de descifrar a través de la correspondencia mutua, la experiencia kirchnerista en el contexto mundial en el que se desarrolló.



Querido Ricardo:

Tal como lo hemos establecido de entrada, en esta correspondencia no estamos debatiendo entre vos y yo, más bien entiendo que intentamos descifrar juntos la experiencia kirchnerista, el mundo en el que transcurrió dicha experiencia  y las distintas modalidades en que esa mundialización tiene lugar actualmente. Por ello, pienso que finalmente no somos otra cosa que meros emergentes de una trama colectiva de conversaciones, lecturas o escritos que durante estos años hemos tenido el privilegio de compartir. Así que el «matiz» que introduces a lo expuesto en mi carta anterior lo asumo enteramente, e incluso añado que en ciertas ocasiones he polemizado con la autodenominada izquierda desde la posición que expresas de un modo justo y contundente. Aquí van tus palabras:

Con los resultados a la vista –principalmente en Argentina y Brasil– se vuelve evidente que eso que algunos llamaron “proyectos postneoliberales” no pudieron romper el núcleo duro y estructural del Sistema. Eso es cierto pero, y acá señalaría un matiz respecto a tus objeciones, no creo que, en un sentido “político”, “jugamos siempre el partido en el interior del Neoliberalismo”. Digo esto porque, quizás, lo más radical en medio de un océano regresivo haya sido, precisamente, el desafío que se lanzó desde algunos países sudamericanos y haciendo pie en la lengua política como lengua del antagonismo. Haber hecho visibles algunas fisuras en el Sistema, esa, quizás, sea la riqueza del desafío populista. Desquiciarlo, incomodarlo, provocarlo… no ha sido poca cosa, por eso tampoco es legítima la depresión que nace de imaginar que nada podía sucedernos. Quienes no reconocen la fragilidad de lo que habita en el tiempo suelen desesperar ante el reconocimiento de las contramarchas, de las derrotas que, para ellos, se vuelven eternas e inconmovibles. Toda derrota es dolorosa, pero no por ello constituye el final. Historizar lo propio es proporcional a historizar el capitalismo desprendiéndolo de su aureola de inmortalidad. El tiempo que lástima también cura las heridas de la desesperación.


¿Se podía ir más lejos?
¿había sociedad dispuesta a hacerlo? ¿en los tiempos en los que “la revolución ha quedado a nuestras espaldas” es justo analizar, bajo la lógica del todo o nada, a aquellas experiencias que se atrevieron, con armas limitadas, a poner en cuestión el poderío globalizador del neoliberalismo? ¿no resulta ilusorio realizar el balance de esas experiencias sin tomar en cuenta la envergadura del adversario, su capacidad para absorber a sus críticos, incluso a los más radicales? Siguiendo el hilo de estas preguntas tiendo a valorizar esa intencionalidad, tal vez fallida, de lo “post” neoliberal como síntoma de lo vivido en nuestro continente a lo largo de años de una intensidad única.

El término síntoma, por motivos que entenderás perfectamente, me parece oportuno. El síntoma como lo que «no marcha» en el camino del Amo neoliberal. No se trata como lo señalas de un exterior al Capitalismo pero si de impulsar en la Historia aquello que lo revele en su contingencia histórica. Esa fue nuestra «intensidad única» que tuvimos la oportunidad de vivir y pensar: «el desquicio populista» cuando ontológicamente no es posible pensar aún una ontología exterior al Capitalismo o permanece innominado su exterior.

Esto implica mostrar una serie de diferencias teóricas, políticas y éticas con otras posiciones que enumero precipitadamente, y teniendo en cuenta que ésta no es una separación clara y distinta ya que en muchas ocasiones se establecen momentos «indecidibles» que en determinadas coyunturas producen vasos comunicantes entre las mismas:

1 – Diferenciarse de la posición marxista esencialista o si se quiere  más sofisticada en algunos casos, que solo ve en los «movimientos nacionales y populares» una nueva forma de dominación burguesa. En el caso argentino esto se resume en  la mentada continuidad entre el kirchnerismo y el macrismo.

2 – Las distintas derivaciones de los pensadores autonomistas europeos  considerados generalmente «radicales». Más allá de las distintas tradiciones intelectuales de las que proceden siempre se observa el mismo procedimiento: descartar cualquier antagonismo político donde el Estado forme parte de la disputa. En estos pensadores, dado que el neoliberalismo se ha apropiado de todos los confines de la realidad, lo cual es cierto, surge a continuación la idea de lugares no «contaminados», «potencias de lo Común”, hipótesis comunista”, «parte de lo que no tiene parte», etc.

De este modo, los espacios que solo son poseedores de una virtualidad emancipatoria siempre remiten a fábricas abandonadas y recuperadas, hospitales reapropiados, espacios de trueques, comunas asamblearias, inmigrantes sin papeles, etc. Todas experiencias importantísimas pero desconectadas de una lógica política que las articule en un proyecto transformador. Se trata en definitiva de una «municipalización de la política» donde el capital-parlamentarismo o el Estado están impugnados de entrada por ser obstáculos insuperables  al pertenecer a la dinámica interna del Capital.

3 – Estas posiciones están siempre a la espera de un acontecimiento por venir y suelen juzgar nuestras experiencias latinoamericanas como formas fallidas, sin tener en cuenta, tal como lo señalas en tu carta, lo que enfrentábamos en nuestra particular «contraexperiencia» política al neoliberalismo.

Insisto en que en cada una de estas posiciones mencionadas hay siempre elementos a tener en cuenta y otorgarles su importancia mayor, especialmente  en el plano teórico, sin renunciar a su complejidad en nombre de una supuesta sencillez de análisis que,  curiosamente, en general suele ser reclamada por los propios intelectuales.

La mayor complejidad para un proyecto con vocación emancipatoria, a grandes rasgos surgiría del siguiente problema: por un lado como ya lo hemos afirmado en nuestras cartas anteriores, el capitalismo en su mutación neoliberal  aparece como un mundo hiperconectado que impide pensar en los distintos modos de ruptura o corte. Además, esto no necesita ser pensado por ningún grupo de políticos astutos con asesores sagaces. Aunque mientan, balbuceen, se contradigan a cada rato, o se encubran todo el tiempo, el dispositivo en su automatismo permanente funciona ilimitadamente. Mientras que la izquierda o los movimientos nacionales y populares o las nuevas izquierdas que intentaron, por ahora de un modo fallido, construir una mayoría popular en Europa, necesitan de tres tiempos que no guardan entre sí una relación automática:

a) Caracterizar el sistema de dominación vigente en sus verdaderos alcances.

b) Constituir una fuerza instituyente que quiebre el bipartidismo alternante y conservador.

c) Caracterizar la articulación que le dé forma política a dicha fuerza.

Ninguno de estos tres pasos están garantizados, y desde esta perspectiva podemos volver al kirchnerismo para, como lo propones en tu carta, reconocerle su singularidad  excepcional.

Por todas estas razones y prosiguiendo la lógica de tu carta anterior, tal vez habría que generar, y es lo que me parece que intentamos, una reflexión sobre los autores de la tradición denominada en Europa como radical, desde los movimientos nacionales y populares y no al revés. Pero no se trata de denunciarlos como «eurocéntricos» o que detentan un «universalismo» que no nos comprende. No sirve de nada tomar una posición defensiva en nombre de un pensamiento «nacional”, donde solo nosotros nos comprendemos a nosotros mismos, como suele ocurrir con el peronismo esencialista.

Más bien se trata de aceptar, y digo aceptar porque esto conlleva también un esfuerzo por nuestra parte, y pensar a los europeos como intelectuales  que después de la Shoá y el desastre stalinista hace mucho que no participan en un verdadero proceso político transformador y viven en la inercia histórica de pensar el “mayo del 68” como núcleo de sentido último de la experiencia de lo político. Entramos en un tiempo donde ya nos podemos reapropiar de las distintas tradiciones intelectuales y, sin rechazarlas, puntualizarlas, traducirlas y leerlas desde nuestro devenir latinoamericano. Sin folklore, en una relación exterior e íntima a la vez, con todas aquellas lecturas que se encarnaron en nuestras vidas y se actualizan de otro modo en el violento y crucial drama histórico que nos atraviesa.

Un abrazo fraterno

Jorge

Madrid, 18 de diciembre de 2017

 

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