DIGRESIONES A VUELO DE PÁJARO, BUSCANDO UN SUBMARINO EN EL MAR ARGENTINO



Por Juan José Salinas

Macri es un desalmado. En un sentido lato. No fue capaz de llamar a la familia de Santiago Maldonado excepto para darle el pésame Incapaz de la empatía con el otro, dijo que entendía su dolor… porque había visto sufrir a su madre cuando murió su hermana Sandra.

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Que es lo mismo que decir: yo no siento nada.

Más allá de alguna excepción, parecería que el corazón de los argentinos está poblado de estalactitas ante el insondable drama del submarino ARA San Juan.

Quizá solo sea impotencia.

Pienso en un niño cuyo padres está encerrado en ese sarcófago de acero como pesé en los mineros encerrados en un socavón y me aterra la inoperancia del Estado y la indiferencia de tantos.

Vuelvo al tema de la empatía. Me pregunto el porque de tan poco “feeling”. Si será cierto que se ha montado un dispositivo de comunicación permanente con los familiares de los marinos perdidos, si no serán más bien estos los que, más unidos que nunca en la desgracia, se han interconectado.

Fui coautor de un libro, Ultramar sur, en el que yendo tras el rastro de Adolf Hitler, dimos con los de unos U-Boote alemanes que al venir preciptadamente a la Argentina, sobre la línea del ecuador, estando sus oficiales borrachos por el tradicional festejo de su cruce, se toparon con el crucero brasileño Bahía y lo torpedearon.

La explosión mató a algo menos de cien marinos, los demás pudieron hacerse a la mar en botes antes de que el crucero se hundiera.

Pero la reacción del almirantazgo carioca fue extremadamente lenta, y recién encontraro

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un puñado de sobrevivientes ocho días más tarde.

El resto, unas doscientas almas, perecieron de sed, deshidratados e insolados bajo el terrible sol ecuatorial.

Lo cierto es que la Marina brasileña, en concordancia con el Almirantago británico –que le tendía a los fugitivos un puente de plata por si Churchill se salía con la suya y la guerra continuaba, ahora contra los soviéticos– proclamó que todo había sido producto de un desgraciado, imprevisible accidente.

Alegó que en el curso de un entrenamiento, un suboficial chambón a cargo de una ametralladora pesada había disparado contra el piso; que la bala había dado en la santabárbara y que una mina allí guardada había explotado.

Y funcionó.
Recién cuatro décadas después, al publicar el trabajo del capitán Roberto Gomes Cándido, la Marina de Brasil aceptó la hipótesis de que las cosas podrían haber ocurrido de otro modo. Y allí quedo todo.

Temo que algo así suceda con lo de Santiago Maldonado. Es obvio que la última vez que se lo vio con vida -y en esto coinciden mapuches y gendarmes- fue en una orilla del río a no menos de trescientos metros río abajo de donde apareció 78 días después. Santiago no sabía nadar y los cuerpos inertes (como el testigo Santana vio que se llevaban los gendarmes) no pueden remontar ríos, y menos de montaña, como si fueran enérgicos salmones.

Pero bueno, también fue obvio para mi, que me intereso

​unicamente en estos temas, que ni en la embajada de Israel ni en la AMIA hubo camionetas-bomba; que el helicóptero de Carlitos se llevó por delante unos cables; que Yabrán se suicidó y que Nisman también. Y sin embargo…

En fin, que temo que la muerte de Maldonado se convierta en nuevo tema de discusión eterna.

Son tiempos de posverdades y se cree que voluntariamente se cree en lo que se quiere creer, cuando en verdad se ha declinado, cedido la voluntad de pensar en quienes repiten una y otra vez los mismos clichés. Y muchos creen en lo que les dicen, repiten y reiteran tal como aconsejaba Goebbels.

Como sudedáneo del pensamiento se ejecutan simulacros de polémica en las redes, pogos, un combates de catch todos contra todos…

Mientras, nada sabemos del submarino y sus tripulantes. Y no parece que el tema importe demasiado. Excepto, claro, a sus familias.

Temo que el submarino nunca aparezca, y que aun si aparece pueda determinarse fehacientemente cuáles fueron las causas de su hundimiento.

Como no se sabe por qué aquellos dos aviones embistieron las torres gemelas, que es lo que pasó en su interior, ni que fue lo que se estrelló contra el Pentágono, pero se inventa.

La mejor manera de garantizar la impunidad de los criminales, ya lo decía Beccaria, es condenando inocentes.

Por ejemplo a supuestos terroristas islámicos en ajurídicos y anticonstitucionales “juicios en ausencia”, para más inri retroactivos.

Por ejemplo juzgando por “traicion a la patria” a la ex presidenta por -supuestamente- encubrir a aquellos. Aunque no haya habido ninguna guerra (si la condenar

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n, tendrían que juzgar a diputados y senadores por cómplices).

Por ejemplo, por “partícipe necesario” del nunca demostrado asesinato del fiscal putañero y coimero a sueldo del Mossad y de la CIA, al empleado que a su pedido le alcanzó una pistola.

Mientras, te distraen con un rosario de encarcelamientos que invierten la carga de la prueba. Mientras, como en el medioevo, te entretienen con el escarnio público de los atrapados, esposados, encorsetados y encasquetados; mientras te marean la perdiz con cualquier cosa, te quitan los derechos conquistados por tus abuelos y bisabuelos a fuerza de sangre sudor y lágrimas, vacian tus haberes jubiltorios, el PAMI, la salud pública.

E increíblemente, al son del clarín, legiones de bolsiqueados/as, aplauden como focas.

Tiene razón La Negra Vernacci.


Cosas veredes, Sancho.​


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