LA PROFUNDIDAD DE LA NOCHE: POR QUE GANA CAMBIEMOS

Por Patricio Hugo Viveros

El triunfo de Cambiemos en las elecciones legislativas abre paso a una situación inédita para la centroderecha en la Argentina. Por primera vez desde la reconquista democrática en 1983, un gobierno conservador compuesto por los principales cuadros empresarios del país es validado y re validado en las urnas. El asombro es aún mayor cuando observamos que la victoria se consume sin ocultar sus objetivos económicos y culturales.

Un anunciado y difundido aumento de los combustibles, un candidato cultor del silencio, una candidata experta en exabruptos antidemocráticos, la cual 72 horas antes de la compulsa no mostró ningún pudor en burlarse de la muerte del joven Santiago Maldonado. Todo esto, sumado a una economía que todo los días presenta pequeñas y medianas empresas manufactureras en quiebra, despidos, retracción lógica del consumo y una inflación liberada a la voracidad del mercado.

Entonces, ¿por qué gana cambiemos? Intentaremos a continuación esbozar respuestas a una realidad que, desde luego, no presenta una sola causa.

Los sindicatos

Desde 1983 los principales sindicatos del país no han presentado renovación de sus conducciones. Si bien la democracia de base existe y no se detuvo incluso durante la avanzada neoliberal de la década del 90, la renovación y emergencia de nuevos delegados en las empresas privadas así como también en los distintos estamentos del Estado, no se tradujo en una modificación de las cúpulas.

Por el contrario, las nuevas camadas de delegados y delegadas muchas veces terminaron convirtiéndose en tubos de oxígeno para dirigencias con más de treinta años en los cargos.

Jóvenes en la década de los noventa, esos dirigentes supieron adaptarse al achicamiento de la estructura estatal y la destrucción del aparato productivo del país. Durante el kirchnerismo, frente a la recuperación económica y luego ante el engrosamiento de la masa de afiliados y aportes de divisas a las obras sociales, los interminables dirigentes sindicales supieron en su mayoría hacerse defensores del llamado “modelo” y de ese modo proteger su poder de los vaivenes de la política partidaria.

Hoy, en un nuevo capítulo de la historia pendular de la Argentina, los gerontes jefes sindicales se encuentran en una nueva coyuntura de retracción del trabajo y avanzada del capital. Pero esta vez superan los 80 años de edad en muchos casos y su representatividad en la masa de afiliados es nula.

La fórmula “amigo de los gobiernos, anónimos para los afiliados” ya no funciona producto de un signo político que los desprecia por origen de clase (son empresarios) y por resultarle inútil para sus objetivos de avanzar en la última barrera para la consagración del cambio económico: los derechos laborales.

Por lo tanto, si aquellos que detentan la institucionalidad y el monopolio de la defensa de los trabajadores no son representativos de sus bases, es de esperar que esas bases no construyan una conciencia que los incline a encontrar representatividad política partidaria en aquellos candidatos cercanos u orgánicos de las organizaciones sindicales. Las gallinas votan al lobo para que mate a las gallinas traidoras aunque el precio signifique entregar su propia vida.

La determinación del macrismo en calificar de “mafias” a todo aquello vinculado al mundo laboral -abogados, sindicalistas, periodistas-, se basa en la convicción estudiada de que la población trabajadora está harta de una dirigencia millonaria, inescrupulosa y políticamente camaleónica; y que esos trabajadores y trabajadoras están dispuestas a sacrificar ingreso y condiciones laborales con tal de ver el cambio en los sindicatos que coartan sus posibilidades individuales de negociar con el patrón, en nombre de una mafia colectiva.

El macrismo retoma el viejo anhelo alfonsinista de depurar los sindicatos pero con treinta años de ventaja. Como un Gadafi en medio de la ruta, las vetustas dirigencias sindicales quedan ahora a merced de la turba del gobierno por un lado y la turba de trabajadores por el otro.

Las consecuencias electorales de este proceso están a la vista: trabajadoras y trabajadores votando empresarios con la satisfacción moral de pertenecer al grupo de los honestos que combaten aquellas mafias que durante décadas sumieron al país en el atraso y la pobreza.

Los medios de comunicación
Cuando Juan Perón afirmó que había ganado contra los medios y perdido contra ellos, estaba hablando de otros medios. La irrupción de Internet provocó en las últimas dos décadas una transformación de lo visual, gráfico y radial hacia lo multimedial: se mira televisión en los teléfonos y se navega por internet en la TV.

El hiper-registro de la imagen posee ahora la posibilidad de la instantaneidad. Cualquier fotografía puede ser publicada y masificada en segundos. Los youtubers emergen como profesionales rentados que viven del entretenimiento planificado. Las redes sociales ofrecen un algoritmo a medida para provocar la ilusión de lo colectivo en medio de la soledad. Podemos ser cronistas improvisados capturando el video de la última granizada, o podemos saltar a la fama como estrellas de una red social publicando nuestra desnudez o nuestro ingenio para insultar en menos de 140 caracteres. Todo ello será retransmitido al infinito por los formatos tradicionales de la mass media: la TV, la radio y las publicaciones gráficas.

Muy lejos en el tiempo han quedado aquellos discursos que aseveraban la objetividad de la información o el compromiso con la verdad. Hoy se impone el “punto de vista”. Las audiencias se han entrenado como nunca en la opinión, pero no han acompañado ese proceso con la fundamentación de esa opinión.

Los medios no reniegan de esta nueva situación puesto que los objetivos comerciales de las empresas comunicacionales han mejorado. Venden más mercancías que antes y lo hacen sin las limitaciones que la seriedad o el compromiso con la supuesta realidad le exigían en otros tiempos. Todos podemos tener nuestra propia opinión de cualquier cosa y accedemos a la posibilidad de comunicarla no importa lo autoritaria, inhumana o infundada que sea.

Si en la época de Perón los medios eran el cuarto poder y el periodista era, antes que un operador político y un agente de inteligencia, un intelectual capaz de interpretar la realidad, hoy los comunicadores de los medios multiplataforma se esfuerzan por mimetizarse con la ignorancia generalizada para pertenecer a “la bandada de la gente”. Un elogio del sentido común recorre el mundo y propone que lo complejo y lo profundo es lejano a las mayorías que buscan en la simplicidad una forma de ser en el mundo.

El confort es el mensaje de todos los mensajes en los medios de comunicación. Con Internet los medios han dejado de ser productores de la subjetividad para convertirse en una subjetividad. Vivimos en el recorrido que nuestras vidas hacen a través de las redes sociales. Y el principal deseo, de por lo menos dos generaciones, es acceder al mundo de los medios como forma de trascender al absurdo de la vida cotidiana.

¿Pero cómo influye este estado de cosas en la hegemonía de Cambiemos?
Si los medios son una subjetividad, y además hegemónica, la política que pase por ellos no provocará antipatías ni simpatías sino identificación. Los políticos de Cambiemos son estrellas mediáticas, en cambio aquellos de otras fuerzas deambulan provisoriamente por la TV para narrar sus intenciones.

La centralidad comunicacional de Cambiemos está puesta desde las redes sociales hacia los medios de comunicación.
La misma centralidad y el mismo proyecto vital de los millones de cibernautas que recorren el mundo virtual sin más que estar. Una conclusión mecánica y equivocada sería afirmar que los políticos de Cambiemos se parecen a sus votantes. Esto sería una simplificación errónea. Otra simplificación es afirmar que gobiernan los medios. La cuestión profunda es que Cambiemos pertenece, como expresión política actual, a la constitución de la subjetividad dominante. Es por esta razón que a pesar de estar compuesto de figuras viejas y desgastadas, continua expresando lo nuevo.

Aquel apotegma que supo declamar el viejo militar no se cumple dado que no existe una exterioridad más allá de los medios en la construcción de la subjetividad. A esto debemos sumarle que la resistencia a la hegemonía de Cambiemos también sucede en gran medida en las redes sociales que alimentan a los medios tradicionales, con lo cual se refuerza el efecto de base. Tampoco el exiguo mapa de medios no alineados a la voluntad del gobierno ha podido generar modificaciones sustanciales, dado que también son parte de la constitución de la subjetividad mediática.

La identificación con el ser mediático sucede en la política y Cambiemos saca provecho de la ventaja que posee respecto de candidatos extraviados en el siglo XX. La política es un lenguaje muy tardío en la vida social y no puede competir con las pantallas que iluminan al animal humano desde antes de nacer.

De forma elemental, podemos decir que el gobierno siempre juega de local no solo por la anuencia con la que es tratado en las pantallas sino porque pertenece a la subjetividad dominante.

Por último, y no menos importante debemos señalar que las empresas periodísticas son empresas y como tales confluyen en los mismos intereses económicos que representa el gobierno.

¿Y la economía?
Hasta el momento, y al parecer sin perspectiva de cambios, las decisiones en terreno económico no parecen tener mayor incidencia en la voluntad del electorado. Desde que Cambiemos asumió el gobierno en diciembre de 2015, devaluó la moneda 40%, aumentó las tarifas de los servicios entre un 200 y un 700%, elevó 4 veces el precio de las naftas antes de liberarlo al mercado internacional, con el efecto multiplicante en la cadena de valor que esta decisión supone.

Todas estas medidas, sumadas a la eliminación de la mayoría de las políticas sociales implementadas por la administración kirchnerista, parecen suficientes motivos para provocar una crisis política y social, o por lo menos suficiente para encender el mal humor social y esperar una catástrofe electoral.

Sin embargo, nada de eso sucedió. Por el contrario, la capacidad electoral del gobierno aumentó y del exiguo 24% a nivel nacional en 2015, el macrismo se consolidó como partido de gobierno en todo el país y sentó las bases para ambiciones reeleccionistas en 2019.
La “gente” ya no parece votar con el bolsillo, y lo que se esgrimía como una ley fundamental de politólogos y encuestadores hoy se desvanece en las urnas. El gobierno ayuda a comprobarlo cuando ejecuta un aumento de las naftas al día siguiente del acto eleccionario.

La misma noche del domingo de elecciones se podía ver en CABA y PBA largas filas de automovilistas en la estaciones de servicio para cargar los tanques antes de aumento. En una entrevista televisiva en la cadena Todo Noticias, un ciudadano manifestó estar decepcionado por el aumento de precios: apoya al gobierno con su voto, al mismo tiempo en que declama su deseo de que “el cambio” sea en serio y no afecte a los trabajadores rasos como él.

¿Cómo interpretar semejante disociación del voto, sus consecuencias en el sistema político y las decisiones de gobierno en la economía real, sin caer en psiquiatrismos simplificadores o el más llano de los desasosiegos?
Lo cierto es que el deterioro en el poder adquisitivo de las clases medias y trabajadoras no generó esta vez un voto bronca. Por el contrario, la cultura del sacrificio en pos del país cava profundo en la percepción de buena parte de la población que liquida poco a poco lo acumulado en la etapa kirchnerista con la CULPA y la resignación que se pagan las cuotas del 15 de la niña o el casamiento soñado.

Aquello que se disfrutó mucho, duró poco y ahora hay que pagarlo.

La profundidad la noche: conclusiones provisorias

Si los sectores del trabajo no tienen representación en las estructuras sindicales y los medios son la subjetividad hegemónica no debe asombrar que la economía ya no defina el voto. Pero, ¿siempre será así o la degradación de las condiciones de vida provocará en algún momento la chispa del descontento?

Hoy la única certeza es que la defensa de los derechos conquistados durante la década postmenemista no se traducen en una conciencia que los defienda. Las mayorías no votan en defensa propia.

El giro discursivo de Mauricio Macri luego de la primera vuelta, donde prometía no privatizar y provocaba el chiflido de la audiencia ha quedado sepultado en el olvido después de una mentira tras otra. La corrupción que desespera a los militantes del “honestismo” es selectiva y no corroe de ninguna forma la fidelidad del voto a Cambiemos.

La confusión es extensa y si arrojamos nuestros temores en ella terminaremos en la desesperación y la soledad. Sin embargo, el “no se aguanta más” aplicado a la etapa kirchnerista incuba en las mismas razones que provocan el éxito de Cambiemos. Con una diferencia inédita: esta vez los medios de comunicación han mostrado la piel como nunca y quizá por primera vez sean alcanzados por el cambio cuando llegue.

Mientras tanto el repliegue y la reflexión se vuelven urgentes, ante la profundidad de la noche.

 

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