BULLRICH EN TEL AVIV O UN SALTO EN LA VIOLENCIA POLÍTICA


Por Mariano Dubin

Después de las PASO, hubo un salto en la violencia política. La desaparición de Santiago Maldonado, la represión, la agenda autoritaria, las relaciones con Washington y Tel Aviv. Mariano Dubin hace un análisis de coyuntura de este nuevo escenario político.


Las PASO fueron otro derrumbe estadístico. Cristina Kirchner no arrasó. Y el PRO, luego de un año y medio de políticas reaccionarias, logró un piso electoral nada despreciable de un tercio del voto nacional. Lejos, desde ya, de los “comienzos fundacionales” de Alfonsín, Menem y Kirchner con primeras elecciones contundentes pero lejos, también, del fantasma delarruista.

De un escrutinio mustio surgió un triunfo electoral escueto de Cristina Kirchner en Provincia de Buenos Aires. Ahora en una nueva elección que posibilita la polarización, tal vez, tengamos un número preciso de votantes que apoyan al gobierno: ¿cuántos electores de Randazzo, de Massa, de otras fuerzas, terminarán en Esteban Bullrich? En este “ballotage” se juega más que la pasión de pertenencia, la de rechazo: ¿qué es más masivo el antikirchnerismo o el antimacrismo? Podremos conocer pronto el aguante popular al macrismo que lograría una estructura de sentimiento anhelada por cualquier populismo: un voto que no se referencia en su inmediatez material sino en la adhesión de valores postreros. Hay otra hipótesis (más frágil): que el PRO haya alcanzado su techo y el votante de Massa que simpatiza con Macri ya haya migrado. Los números finales nos darán material de análisis pero siempre en proceso de ser otra cosa: todo puede transformarse en la creciente conflictividad social.

No obstante, hay datos a considerar. Cristina Kirchner está muy lejos de ser un cadáver político como le gustaría a Feinmann y a los periodistas que hacen de sus frustraciones e impotencias personales (y sobres que van y vienen) un programa ideológico. Está muy lejos, asimismo, de líderes de mayorías como Hugo Chávez o Juan Perón. No sólo por sus votos magros sino por la pasión que despierta en las clases populares: sí, hay voto pero no hay pasión mayoritaria. Hay un sector de amor desmedido (como todo verdadero amor, por otra parte) en pequeños sectores sociales.

Hay un sector de las clases trabajadoras que la votan con indiferencia o pragmatismo y otro importante sector que nunca la votaría. El kirchnerismo en su
derrota política de 2015 se replegó en grupos militantes de clase media que creen, a un destiempo histórico y contra toda prueba documentada, que la ilustración es el arma política por excelencia. Hicieron, en su momento, picnics militantes en las zonas más ricas de Capital Federal (donde Macri había sido votado por casi el 80% de los votantes). La calle, por el contrario, sigue siendo más prolífica y salvaje. Ahí aparece, nuevamente, el desmadre popular: trabajadores, desocupados, cartoneros, campesinos. Cortes de rutas, marchas multitudinarias, asambleas. Sin embargo, nadie logra hacer de esa acumulación social, una síntesis política.


¿Culpa de Cristina Kirchner?
No, esa es la fácil. Pensar que la política argentina depende de las posibilidades e imposibilidades de un actor. Miren a los costados de la rosca política y vean el mayor de los desiertos ideológicos. No se puede exigir a otro lo que no es y lo que uno no ha construido.

El Macrismo espera que el piso techo electoral de Cristina Kirchner no sea sólo un tapón para el propio kirchnerismo sino para toda la oposición. Los peronistas que no asumen su liderazgo aciertan que hay un límite en su forma de construcción pero no revisan sus formas mezquinas que replican en versiones cada vez más fragmentadas y reaccionarias. En ese esquema hay Macri ad aeternum. Aunque sabemos que en este mundo criollo la eternidad la venden cortada en cualquier esquina: lo que hoy aparece como estructura perfecta, mañana son sus escombros donde sobrevivimos.

De fondo, el peronismo vive en una confusión. Confunde unidad con rosqueo de dirigentes y liderazgo con narcisismo. Falta programa, movimiento de masas, unidad. Falta todo. Menos narcisismos y cacicazgos sin indios. Eso sobra.

Hay una actitud democratizante, parlamentaria, menchevique que asusta. El peronismo nunca fue liberal. O lo fue de manera póstuma. Hasta la izquierda parece un actor cortés. El PRO, en cambio, es mucho más inteligente y salvaje. Claro: el manejo del Estado, representar a las clases dominantes, controlar todas las fuerzas represivas, la justicia, el periodismo y otras instituciones basadas en el proxenetismo de los apellidos ilustres es clave. Nuestro devenir ontológico electoral y republicano es débil frente al pragmatismo conservador. El PRO, como siempre fueron los liberales argentinos, no cree en las reglas republicanas sino para sodomizar a los otros.

No sólo en el truquito del conteo son hábiles sino en reconstruir una agenda represiva. Acá, también, hay un doble movimiento: no es sólo el Estado imponiendo su supremacía sino, como sucedió en todo proceso autoritario perdurable, sectores sociales amplios (aunque no necesariamente mayoritarios) que van instaurando la tópica fascista. Hay un electorado macrista (y tal vez no siempre macrista) que está imponiendo la necesidad de la violencia estatal. Hay ganas de un muerto. O varios. El PRO tiene que jugar en ese equilibrio. También tiene al progrechetismo de los Piter Robledo. El Macri más capaz es el que logra contener a todos.


Lo evidente es el salto en la violencia política.
Un salto cualitativo en la lucha de clases. La historia demuestra que no hay vuelta atrás. Un cambio propiciado, en gran parte, por las clases altas y su violencia clasista (un clasismo más perdurable que el de las clases trabajadoras, por cierto). Pero cuando la lucha de clases se tensa no hay paz social sin refundación política. Eso significa muertos y represión. Significa audacia política. Todo a verse.

Sin duda esta violencia política nos exige un análisis no parlamentario (¡hay que dejar de ver el canal de Boudou!). La represión es, sin duda, una apelación política de mediano plazo. Uno pensaría sino que la violencia de Lewis, de Benetton, de Braun, de Rocca, de Blaquier da cuenta de un momento pre revolucionario o de una restauración conservadora post revolucionaria: ¿dónde están los soviets de fábrica, los territorios liberados? En ningún lado. Lo que no niega una estructura social y de derechos extendidos por el kirchnerismo que se busca desmantelar. Vivimos una (fantasmagórica) fiesta prolongada de las clases medias que gozan su llegada a Miami (con o sin tornado) luego de una temporada en los gulags kirchneristas.


No hay otra lectura posible a una decisión
(donde juegan, también, Tel Aviv y Washington) de un reordenamiento político y económico y donde lo militar y, en particular, los servicios de inteligencia juegan un papel novedoso. Bullrich en Tel Aviv sería el título de la nueva obra. Cambien mapuches por palestinos y tendrán toda una hoja de ruta de la derecha sionista de los últimos (casi) setenta años.

La represión no es, necesariamente, pura dominación. El macrismo lo sabe: ahí están los 30 muertos del fracaso De la Rúa. La Alianza no logró dominación, ni hegemonía. Macri va por la hegemonía y espera replicar un modelo de apoyo popular a la represión. Para eso necesita un Estado atomizado, una población confundida y luchas sectoriales asfixiadas en su inmediatez. Chile y Colombia, con diferencias sustanciales, son modelos posibles. A diferencia de las colonias y neocolonias pretéritas, donde el Estado apostaba a una infraestructura centralizada y compleja, la tierra arrasada es el plan óptimo del imperialismo. La distopía presente nunca sería la del mundo controlado y homogéneo a lo 1984 o Un mundo feliz. El modelo es el caos. El refrán popular ya lo define: a río revuelto, ganancia de pescador. El modelo es Blade Runner. El modelo es hoy.


*Mariano Dubin Lic. en Letras. Docente e investigador de la Universidad Nacional de La Plata. Publicó los poemarios La razón de mi lima (2009) y Bardo (2011) y el libro de ensayos Parte de guerra. Indios, gauchos y villeros: ficciones del origen (2016).

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