SAN MARTÍN Y LA POLÍTICA

 

Por Felipe Pigna

En marzo de 1812 José de San Martín llegó a Buenos Aires. El Triunvirato pronto le encomendó la creación de un cuerpo de Granaderos a Caballo, reconociéndole el grado de teniente coronel. Tal designación tenía por finalidad dotar a la revolución de una fuerza de caballería eficiente, capaz de defender las costas del río Paraná, que sufrían los ataques realistas provenientes de Montevideo. Dedicado a formar esta nueva unidad en todos sus detalles (hasta en el diseño de sus uniformes e insignias), San Martín no dejaba de asistir a las reuniones clandestinas de la Logia (que por razones de seguridad se realizaban en distintas casas particulares) y de inquietarse ante el panorama político porteño.

En el Triunvirato, la voz cantante era llevada por Rivadavia, secretario de Gobierno y Guerra, en compañía de Juan Martín de Pueyrredón, sustituto provisorio de Manuel de Sarratea, quien había sido enviado a la Banda Oriental para “disciplinar” a José Artigas, y Feliciano Chiclana, el único integrante original del gobierno que seguía en funciones. La política centralista de Rivadavia, en provecho de los intereses porteños ligados al libre comercio y el manejo de la aduana, estaba perjudicando a las economías regionales del interior, donde se levantaban reclamos desoídos por el gobierno central. Pero lo que más inquietaba a los miembros de la Logia era la renuencia del Triunvirato a dar nuevo impulso a la lucha emancipadora. La “estrategia” oficial (si es que puede llamarse así) consistía en ceder terreno ante el embate de las fuerzas realistas.

En octubre de 1812, la Logia decidió participar en las elecciones que debían definir un reemplazante definitivo de Sarratea. El candidato de los “hermanos” no podía ser más irritativo para el gobierno: Monteagudo, que para colmo llevaba las de ganar. El Triunvirato, en un anticipo escandaloso de los tiempos fraudulentos, anuló la elección y pretendió poner “a dedo” a su propio candidato. Para completar el clima antigubernamental, por esos días llegó a Buenos Aires la noticia de que Belgrano, en contra de las órdenes recibidas, había decidido presentar batalla a los realistas en Tucumán y había logrado la mayor victoria militar obtenida por los patriotas hasta ese momento. Así las cosas, el 8 de octubre, San Martín llevó a sus granaderos hasta la Plaza de la Victoria (la parte de la actual Plaza de Mayo frente a la Casa Rosada), actuando de manera coordinada con otras unidades militares sumadas al movimiento. Su reclamo era claro: la renuncia de los triunviros. Es muy significativo el texto del manifiesto que dieron a conocer los líderes del movimiento, en cuya redacción tuvo activa participación San Martín. Su frase final convendría ponerla en lugar bien visible en todas las unidades militares argentinas. Decía que se habían movilizado para “proteger la voluntad del pueblo” y para que quedase en claro “que no siempre están las tropas, como regularmente se piensa, para sostener los gobiernos y autorizar la tiranía”.

El combate de San Lorenzo tuvo una importancia más política que militar, al mostrar la decisión de hacer frente a las incursiones realistas. Desde días antes, en Buenos Aires había comenzado a sesionar la Asamblea General Constituyente, que para hombres como San Martín y Belgrano anunciaba la próxima declaración de la independencia. Sin embargo, los intereses porteños, cuyo principal representante era Carlos de Alvear, pronto se encargarían de frustrar esa expectativa.

Alvear y sus partidarios se encargaban de concentrar el poder en un ejecutivo unipersonal, el Directorio. Para lograr sus planes, el joven nuevo “hombre fuerte” de la política porteña, envió a San Martín a relevar a Belgrano como jefe del Ejército del Norte. Así lo recordaría sin medias tintas el propio Alvear: “El coronel San Martín había sido enviado a relevar al general Belgrano y la salida de este jefe de la capital que habíase manifestado opuesto a la concentración del poder, me dejaba más expedito para intentar esta grande obra”.

Poco después será designado gobernador de Cuyo, donde se reveló como un político, y de los buenos, y no sólo el militar más capacitado que conocieron estas tierras. Como suele suceder, lo segundo tenía muchísimo que ver con lo primero.

Como gobernador, modificó el sistema impositivo para que pagaran más los más ricos e impulsó las mejoras en la  educación, el sistema penitenciario, la agricultura y la industria del vino. La metalurgia, indispensable para fabricar las armas del ejército, fue otra actividad que fomentó, con la ayuda de fray Luis Beltrán. La fragua y los talleres montados en El Plumerillo fueron, en su tiempo, el mayor establecimiento industrial con que contó el actual territorio argentino: unos 700 operarios trabajaban en ellos.

En el gobierno del Perú, San Martín aplicó los mismos principios que habían marcado su política en Cuyo y en Chile. Entre sus primeras medidas, decretó la libertad de los hijos de esclavos nacidos desde la proclamación de la independencia. Fomentó la lectura y la educación. Un dato significativo, es que la primera sede de la Biblioteca Nacional fue el mismo edificio donde había funcionado el Tribunal de la Inquisición en Lima, como forma de homenaje a los muchos mártires de la libertad que habían padecido tortura, muerte y silenciamiento entre esos muros.

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