por Pablo Russo
«Ningún recogimiento estético sobrevive entre tantas fotografías. El lugar se ha transformado en otra cosa, y el «aura» de la contemplación ha quedado totalmente dislocado ante la reproductibilidad técnica, no ya en el resultado de la misma, sino en el espacio concreto en el que se encuentra la obra».
Antoni Gaudí puede haberse pasado sus días pegando azulejitos en los bancos del Park Güell (aunque seguramente empleaba a otros para eso), al que ahora podemos acceder por una tarifa de ocho euros y sentarnos a contemplar la ciudad y el mar de fondo, pero eso ya no importa. Ningún recogimiento estético sobrevive entre tantas fotografías. El lugar se ha transformado en otra cosa, y el «aura» de la contemplación ha quedado totalmente dislocado ante la reproductibilidad técnica, no ya en el resultado de la misma, sino en el espacio concreto en el que se encuentra la obra. Algo inimaginable incluso hasta para un visionario como Walter Benjamin. Los turistas lo desnaturalizamos todo con nuestra presencia, a la que le sumamos el hábito del (auto)retrato.
La foto que uno se saca a sí mismo, que se denomina selfie en nuestro lenguaje moderno, existe desde los inicios técnicos de ese modo de representación de la realidad, si bien es desde principios de este siglo que consigue masividad. Esto, claro, debido a los avances técnicos que se potencian por la expansión de las redes sociales; aunque no puede dejar de tomarse en cuenta el quiebre histórico y político tan analizado por distintos autores que resaltan el resurgimiento del Yo y la perspectiva individualista que acompaña la crisis de los grandes discursos y teorías generales de la sociedad: a falta de sujeto colectivo, se refuerza el sujeto individual.
Ernesto Laclau remarcó, hace varios años, que la muerte del Sujeto (con mayúscula) es la principal condición del renovado interés en la cuestión de la subjetividad. Pero aquí la subjetividad no está dada en la elección de un encuadre ni en una presencia más o menos destacada en el resultado de ese marco; la subjetividad se transforma en un Yo absoluto y manifiesto, para que todos vean, inconfundiblemente, que «estoy acá». Cabría preguntarnos si esta forma declarada de intromisión del Yo en el texto fotográfico no se corresponde con búsquedas de nuevas formas de representación, teniendo en cuenta que una estética y un estilo siempre pertenecen a un momento histórico determinado, y que la subjetividad, entendida bajtinianamente, es también una creación social, colectiva, relacionada indisolublemente a las coordenadas de una época.
En palabras de John Berger: una imagen es una visión que ha sido recreada o reproducida, es una apariencia o conjunto de apariencias que ha sido separada del lugar y el instante en que apareció por primera vez y preservada por unos momentos o unos siglos. Toda imagen encarna un modo de ver. El modo de ver turístico contemporáneo es el de la selfie permanente. No estamos en ningún lugar sin que quede retratado, siendo el retrato más importante que el lugar mismo, en este presente de pantalla perpetua y primeros planos autosuficientes.
RELÁMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).
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