LEANDRO SANTORO: «EL ANTAGONISMO DE LA ÉPOCA ES INDIVIDUALISMO VERSUS COMUNIDAD»



por Gonzalo Llanes

En el neoliberalismo, el otro es siempre un competidor y por lo tanto una amenaza. En diálogo con Leandro Santoro, licenciado en Ciencias Políticas, docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y dirigente político de Los Irrompibles, opinó y analizó este fenómeno desde su perspectiva.

Como una marca de la hegemonía cultural de la época, el neoliberalismo ha logrado impregnarse en las instituciones y en la vida cotidiana de una gran parte de la población mundial. En los modos y modelos de crianza, en el Estado, la familia, la escuela, el trabajo, las relaciones interpersonales y en la política, entre otros ámbitos, este diablo contemporáneo mete la cola y sonríe, propiciando un estado de desconfianza y competencia brutal entre las personas, que promueve a su vez como un motor positivo para el progreso.

En el neoliberalismo, el otro es siempre un competidor y por lo tanto una amenaza. Conversamos sobre el tema con Leandro Santoro, licenciado en Ciencias Políticas, docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y dirigente político. Fue presidente de la juventud radical y es actual referente de la organización Los Irrompibles. Tuvo responsabilidades públicas como Subsecretario de Relaciones Institucionales y Fortalecimiento de la Democracia durante el último año de la gestión de gobierno nacional del Frente Para la Victoria.

– En las conversaciones que venimos teniendo sobre neoliberalismo con distintos intelectuales y referentes políticos, todos coinciden en que no se trata de un mero programa económico ¿Qué opinión tenés al respecto?

– El neoliberalismo es un programa económico en su segunda o tercera fase. En su primera fase es una apuesta esencialmente cultural, que propone la aceptación de la impronta competitiva y desigual del capitalismo como un hecho natural, e intenta armonizarla con la democracia liberal. Cuando quienes lo embanderan y practican sostienen que el incremento de la capacidad económica de un país se debe a la competencia, atizan la idea del egoísmo como motor de ese crecimiento, incluso de la innovación. Para ellos construir sociedades desiguales es una necesidad inherente a su propuesta porque entienden que de esa manera se estimula el egoísmo que es el principal motor del ser humano, a los efectos de poder aumentar la productividad, la competitividad y la rentabilidad.

La secuencia entonces funciona de lo cultural a lo político, de lo político a lo económico, de lo económico a lo social, no de manera lineal, sino cerrando un círculo que se retroalimenta. Comienza poniendo en cuestión los valores que cimentaron la idea del Estado de bienestar, de una sociedad democrática, de un Estado social de derecho, a partir de una crítica del conflicto político y social provocado por los populismos que sostienen estos Estados de bienestar. Su apuesta discursiva y cultural instala hegemonía alrededor de esta idea: se puede superar el conflicto social a partir de una nueva comprensión de lo político, que apunta a configurar una sociedad apolítica y desmovilizada. Así se construye el marco de una democracia delegativa, donde se vota para que un político te resuelva los problemas, en un contexto de darwinismo social donde el más fuerte gana, es exitoso y concentra recursos, y el más débil desaparece y se diluye.

La hegemonía neoliberal como paradigma cultural y económico ha sido desafiada en Latinoamérica por experiencias con liderazgos políticos muy fuertes que han generado dependencia de esas figuras. ¿Pensás que esto es una debilidad de estos procesos que aún vivimos?

Como gramsciano creo en la necesidad y el rol fundamental de los partidos políticos, y en que es imprescindible un ejército de capitanes y también intelectuales orgánicos capaces de articular los debates. Me parece que los liderazgos tan fuertes en América Latina responden a una tradición caudillista y una historia de democracias de baja intensidad. También con la forma en la que se fue conformando la población del país, las corrientes migratorias, la idiosincrasia que fuimos configurando, inclusive con el rol de la iglesia – yendo hacia atrás a la época de la conquista.

También es cierto que con la irrupción de los medios electrónicos en las últimas décadas, la tele-política ha construido una democracia de audiencias, donde la figura política individual y los liderazgos terminan siendo mucho más importantes que los partidos y los colectivos. El apoyo popular de tipo plebiscitario a las transformaciones contra hegemónicas que los líderes latinoamericanos progresistas llevaron adelante durante los últimos años a favor de las mayorías populares, las reviste de gran fuerza y legitimidad, pero simultáneamente le pone límites al proceso. Permitió avanzar con medidas en las áreas donde hemos sido históricamente derrotados en el campo popular por los poderes fácticos; pero al mismo tiempo pone un límite biológico a los procesos imposible de justificar.

Más allá de la capacidad de los grandes líderes de sintetizar ideas y lograr que sean asumidas por sectores despolitizados de la sociedad, deberíamos ser capaces de construir mayores niveles de conciencia política y de organización que nos permita ser menos dependientes del carisma personal de un dirigente en las grandes pujas. Visto de otra manera, uno de los desafíos actuales es lograr que esa confianza y ese afecto generado por el líder se transformen en conciencia política duradera.

– ¿Qué experiencias políticas seguís u observas como modelo?


– He seguido bastante la experiencia de Podemos en España, aunque en verdad, estoy más interesado en las ideas que animan a las organizaciones que en los métodos. Hay algo anterior a los métodos de construcción que tiene que ver con la producción del lenguaje, de los conceptos, la significación y re significación indispensables en la construcción de pensamiento crítico. Yo creo que la organización política es hija del pensamiento crítico. La transformación de las estructuras sociales y económicas necesita de ideas políticas que estén formuladas de manera tal que pongan en crisis la conceptualización política naturalizada y hasta inconsciente de nuestros compatriotas. Tenemos que lograr que la gente se ponga a pensar si sus marcos de referencias, si el sistema operativo que usan para interpretar la realidad y tomar decisiones puede ser cuestionado, enriquecido, transformado. Esto por supuesto, con mucha humildad y sin arrogarnos la posesión de una verdad única y cristalizada.
“Podemos” logró a través de nuevas conceptualizaciones y caracterizaciones polemizar de manera profunda con la estructura de la política española. Por ejemplo, cuando la gente en España entendió el concepto de puerta giratoria y el concepto de casta, y cómo en esta casta se mezclaban políticos y empresarios gracias a la puerta giratoria, pudo comprender mucho mejor las causas de la crisis que estaban viviendo allá por el 2011, acrecentar su nivel de conciencia política, y trabar la disputa política en términos que han sido novedosos y transformadores, a partir de la movilización y posterior organización que generó el fenómeno de los indignados, que derivó luego en lo que hoy es “Podemos”.

– En relación a estas ideas que animan la organización política, hacés un reiterado hincapié en la necesidad de enlazar la política con la amistad ¿Es posible la amistad en política?

– Si concebimos la política como algo más que la construcción de poder en el Estado, si la comprendemos como la construcción de relaciones humanas que permite que luego algunos compitan por los cargos públicos, si logramos entender que esta competencia por los cargos es la consecuencia de una construcción social que va de abajo hacia arriba, que tiene una idea, un programa y fundamentalmente una estructura de valores, es imprescindible que eso que llamamos amistad ocurra. Es la fraternidad de la revolución francesa. La solidaridad puede ser y debe ser el valor máximo en la construcción política.

Pero no parece que la solidaridad sea el valor más importante en la construcción política concreta… ¿Será porque caló hondo el mensaje neoliberal en el seno de los partidos y organizaciones?

La ética dominante es la neoliberal y su filosofía el cinismo. A ese estado de cosas nosotros tenemos que contraponerle una filosofía de la solidaridad y una ética militante. Ser solidario en un mundo egoísta es complicado, yo me considero un tipo solidario, un buen tipo, pero eso no quiere decir que no tenga mis agachadas, estamos impregnados por la ética dominante, yo me propongo todos los días resistir con otra ética.
A veces cuesta entender para quienes hacemos política que es un trabajo y un deber tratar de mirar el mundo desde la perspectiva del que más sufre, mientras más arriba en la escala social estemos, más obligados debiéramos sentirnos a esto. Es importantísimo además asumirnos como militantes, porque el concepto de militante sintetiza vocación de servicio y vocación de poder. En el militante conviven como en el ying y el yang, la solidaridad plena –que podríamos denominar de izquierda- y la búsqueda de poder –que podríamos denominar de derecha-, y en esa tensión debe caminar y construir política.

Muchos de los que llegan a ocupar cargos públicos son personas que sólo tienen vocación de poder, y eso es lo que tenemos que desnaturalizar desde la ética militante. No es lo mismo si llegaste a un lugar porque te pusieron desde el comité de caciques territoriales encerrados en una pieza, buscando un equilibrio de fuerzas entre ellos para que nada cambie; que llegar a un cargo o candidatura a partir de una construcción que promueve la paridad entre los militantes y la fuerza de un colectivo otorgándole mayores responsabilidades a unos u otros en determinados momentos.

A mí Alfonsín me enseñó que para ser un buen dirigente primero tengo que ser un buen militante, y para ser un buen militante tengo que ser una buena persona. No soy siempre buena persona, ni buen militante, ni buen dirigente, pero trato de serlo, me pongo ese objetivo. Pero está claro que muchos de los que han dirigido y dirigen la Argentina no se sienten parte de un colectivo, no les interesa ser buenos militantes y mucho menos buenas personas. Muchos piensan inclusive, que para llegar a lo más alto de la pirámide tenés que ser inexorablemente un mal tipo.

– ¿Hay un funcionamiento corporativo en la dirigencia política que trasciende lo partidario?

– Observo un acuerdo tácito de auto justificación entre muchos de los actores de la dirigencia política con responsabilidades públicas, básicamente porque la mayoría de ellos no saben qué es lo que hay que hacer con el país.

La elite política en la Argentina no se quedó en los partidos, los intelectuales orgánicos de la derecha se dedicaron a otra cosa, a hacer plata o laburar en los medios. Es poca la dirigencia que se esfuerza por leer, por meditar la acción y el discurso; en general creo que la dirigencia actual tiene poca formación, tiene cada vez menos precisión teórica, usan sus palabras de manera ambigua, muchas veces vacía. Si ves un debate político en la tv española te encontrás con que un dirigente puede desarrollar un concepto alrededor de unas 50 palabras, en el debate político televisivo argentino promedio, los dirigentes dicen 500 palabras y probablemente no dijeron nada sustancial, lo que dijeron está lleno de lugares comunes y transita la superficialidad. Digo esto sin creerme dueño de ninguna verdad absoluta, pero es lo que veo.

A la política que actúa corporativamente, y no militantemente, no le interesa que se corran los velos de cuáles son las verdaderas causas de los problemas que tenemos, porque si nos diéramos cuenta significaría que muchos de los que la integran deberían buscarse otro laburo.

– ¿El poco interés y conocimiento de política por parte de la ciudadanía abona este estado de cosas?

Creo que desde hace varias décadas está en marcha un plan para lumpenizar al ciudadano. Y es una apuesta que no sólo tiene objetivos políticos sino principalmente económicos, mientras menos inteligente en términos políticos es el ciudadano, mientras menos use el pensamiento crítico, más fácil es venderle cosas que no necesita.

Un amigo que trabaja en los medios me contaba que Alejandro Romay, hace ya varios años, le decía que para trabajar en televisión y llegar al público, había que modelar un discurso para un niño de 12 años, hay quienes dicen que actualmente los contenidos y discursos promedio de la tv se trabajan simulando un público promedio de 9 años. Los chicos a su vez usan cada vez menos palabras. A eso le llamo lumpenización o estupidización del ciudadano desde los medios hegemónicos. Esto se entrelaza con el deterioro de la educación, y es transversal a varias generaciones.

El poco interés del ciudadano medio por la política es el fruto de la hegemonía cultural de este momento histórico, y de un fuego cruzado entre la educación, la dirigencia y los medios de comunicación. Hay algo del orden de lo educativo y del apego a las normas del lenguaje que en la Argentina debemos recuperar, y desde el progresismo volver a poner en valor. Algo de nuestra idiosincrasia nos ha jugado en contra a la hora de creer que da lo mismo hablar bien que hablar mal, nombrar esto por aquello y que se entienda más o menos, una suerte de apología acrítica de la transgresión que termina siendo funcional a la derecha. Estoy convencido que la izquierda tiene que disputarle a la derecha el significado político de las instituciones, en un momento los progresistas dejamos de creer en las instituciones porque pensábamos que reproducían el orden establecido, pero no fuimos capaces de crear otras instituciones o formas de organización social que nos permitieran mantener una expectativa de cambio de manera estable y posible.

– ¿Desde qué lugar y con qué tipo de construcciones políticas se da la pelea a la hegemonía cultural neoliberal?

– Para definir eso es crucial entender cuál es el antagonismo fundamental de la época, yo creo que es individualismo versus comunidad, inclusive por sobre libertad versus igualdad. Es por eso que la resistencia cultural a la ética neoliberal del individualismo debemos darla recreando ámbitos de comunidad. Si a ellos los define el verbo competir, a nosotros debe definirnos el verbo compartir.
Uno de los males de la época es la depresión, el tipo que no sólo no tiene trabajo, sino que perdió incluso el deseo y la voluntad de buscarlo, depresivos por el sistema como elementos disruptivos –como lo fue el loco algunas décadas atrás-. Es un emergente de la era de la individualidad y la soledad que estamos viviendo, una de las facetas más duras de la ética neoliberal, la gente que está sola y no puede encontrar compañía, la que está acompañada y se siente sola porque tiene dificultades para construir vínculos, el problema para conectar con el otro real que tenemos los de la clase media porque vivimos de conexiones virtuales, ni hablar de los pibes que no quieren salir de su habitación.

Hay algo ahí que tiene que ver con el escepticismo, con la resignación, que nos llama a cuestionarnos si esta forma de civilización, esta forma de vida que irrumpe como dominante es realmente humana en el más profundo sentido del término. A la ética del individualismo se resiste construyendo comunidad, reconociendo al otro, identificándonos con el otro como un igual, apostando a la solidaridad. Desde ahí podemos construir el cambio cultural que urge. Los movimientos históricos, culturales y políticos que lograron grandes transformaciones son los que lograron poner en crisis y cambiar la sensibilidad de su época. Los Beatles hicieron eso, entre muchos otros. Nuestro desafío es encontrar y crear nuevas sensibilidades que faciliten sentidos nuevos para la vida tal como se está dando en nuestra época, que vayan más allá del consumo, y a mi entender eso podemos hacerlo alrededor de la construcción de comunidad.

– ¿Cómo ves el presente y el futuro en el marco de estos procesos?


– Avizoro que vamos mal. El escenario es complejo y es difícil darle batalla al brutal individualismo imperante. En algún momento de mi vida creí que la historia tenía una finalidad, un lugar donde llegaríamos, hoy la entiendo más como un círculo, mejor dicho un espiral, donde probablemente no haya paradas definitivas. Por eso mismo, tenemos que ser capaces de construir condiciones políticas que nos permitan aportar cambios en la construcción de estas nuevas sensibilidades para la época en el día a día, pequeños cambios que justifiquen cada vez lo que hacemos y nos den cada vez más fuerza. Claro que eso no significa renunciar a trabajar para los grandes objetivos, sino que representa un cambio de perspectiva en la construcción.

Seguimos trabajando para las grandes utopías, buscamos que en los libros de historia se escriba que a partir de la aparición del grupo de gente con el que estamos o el movimiento político en el que militamos, la sociedad toda comenzó a tomar como inaceptable el hambre o el trabajo infantil, buscamos que eso suceda. Entre tanto y con ese horizonte, llevamos adelante nuestro trabajo en la vida cotidiana, en la militancia, en la docencia, con los amigos, con la familia, en el trabajo, en el barrio, que son los territorios de batalla centrales y fundantes de la resistencia cultural.

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