FUTURO

Por Silvia Torres

El mensaje esencial que sustenta el gobierno macrista se centra en que hay que padecer el presente –en virtud de la “pesada herencia”- y poner los ojos en el futuro, que será maravilloso, cargado de bienestar y felicidad para los argentinos.

Con un presente en el que se derrumban todos los índices que evalúan la realidad económica y social, luego de quince meses del gobierno presidido por Mauricio Macri junto al “mejor equipo de los últimos 50 años”, se pretende instalar un mensaje que tiene sustento en concepciones de larga data: No importa el presente, porque el premio, el bienestar, los “brotes verdes” y la “lluvia de inversiones” y el derrame están en el futuro.

La caída a pique del mercado laboral, los escandalosos índices de la pobreza y la indigencia, la proliferación de comedores en barriadas de todas las ciudades del país, la pérdida de poder adquisitivo de las jubilaciones y los salarios, las permanentes medidas para controlar el consumo y centrarlo en las grandes cadenas multinacionales so pretexto de “bajar la inflación”, conforman un coctel explosivo y lapidario para la vida cotidiana de los argentinos. Presente aciago, si los hay.

Además, se está ante inminentes elecciones para renovar los poderes legislativos de todas las categorías, en medio de una crisis que afecta, en principio, a los sectores del trabajo formal e informal y que, en consecuencia, lesiona a la vasta clase media –comercio, profesionales, servicios, pymes, etc.-, que se sostiene con el poder adquisitivo de los de abajo y de los de arriba.

La situación es tan dramática que llevó a la vicepresidenta, Gabriela Michetti, a sugerir que debieran suspenderse las elecciones de medio término, en abierta violación de la Constitución Nacional, texto que pareciera ser obsoleto en manos de Cambiemos, que acumula en su devenir una innumerable lista de violaciones de su contenido.
Justamente, fue Michetti la autora de la famosa teoría del túnel, usado el año pasado para indicar que había que esperar el “segundo semestre”, como final del túnel donde estaba “la luz”, que nunca se encendió, tal vez por efecto de los tarifazos.

La argumentación podría ser razonable y digna de tenerse en cuenta si de verdad el gobierno tomara las medidas que debiera, esto es, defender a rajatabla la industria nacional, el trabajo nacional y el mercado interno, como la base del despegue que se coronaría en el futuro. Sin embargo, hace exactamente lo contrario, porque define al proceso mencionado como “populista”, como una “ficción creada por el gobierno anterior”, como la “pesada herencia”, simplemente porque el macrismo no cree que el bienestar, la justicia y la dignidad son bienes inalienables para todos los sectores del pueblo.

El Pro y sus aliados radicales y massistas consideran normal que haya ricos y pobres, porque siempre hubo ricos y pobres. Forma parte de su ADN la acumulación de la riqueza en pocas manos, la fuga de divisas, el lavado y la evasión. Por lo tanto, que descienda pavorosamente el consumo de lo elemental para la vida: energía eléctrica, agua, alimentos, educación, salud, bienes culturales, etc. es intrínseco al ideario político de la oligarquía, a la cual pertenecen, obedecen y sirven.

No es la primera vez que los argentinos deben, en el presente, comer “futuro”. Un futuro que tampoco será digerible para la mayoría del pueblo, cuando la deuda externa aumentó exponencialmente comprometiendo el futuro de un par de generaciones. Este año, el “eficiente” (sic) ministro de Hacienda ya colocó deuda por 4.500 millones de dólares, con lo que se supera un endeudamiento de más de 50 mil millones, batiendo el récord de los genocidas, que en siete años habían acumulado 48 mil millones.

No habrá futuro.
No habrá bienestar, por más que Macri se desagañite diciendo que está “sincerando”, que está “ordenando”, que está “creando confianza”, que está poniendo “fin a una ficción”, porque para él y para quienes lo acompañan, que el pueblo coma todos los días; que los jubilados tengan la tranquilidad de los servicios del PAMI; que la clase media, en todos sus matices, acceda a una vivienda; que los pobres tengan trabajo digno y puedan progresar; que ningún niño se muera de desnutrición; que la mayoría de los argentinos pueda viajar, conocer el país, hospedarse en un hotel; que puedan tener aire acondicionado o televisión o un celular o comprarse un auto, forman parte de una “ficción”, son “despilfarro”, son bienes que solo los países desarrollados del primer mundo, en donde los ricos fugan sus dineros, sí pueden brindar a su población.

Pero para el pueblo de la Argentina, en América del Sur, esas bonanzas son un delirio populista inadmisible para Macri y sus socios, fieles representantes de la oligarquía y fervientes defensores de la acumulación de la riqueza, solo en sus bolsillos. Para todos los demás, incluso para aquellos que mayoritariamente lo votaron, el futuro es el 2000/2001.

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