A los amigos periodistas: El 10 de febrero de 1756, se libró en los áridos campos de Caibaté, la última batalla de la guerra guaranítica. Fue el comienzo del fin de la Nación Ignaciana y Misionera. Principió después del acuerdo luso-español, por el cual trocaron los 7 pueblos misioneros al oriente del Río Uruguay, por Colonia del Sacramento. Pueblos que en 1819 tratara de recuperar Andrés Guacurarí y Artigas. En aquella oportunidad los misioneros no aceptaron el cambio y lanzaron su grito de guerra:
POEMA 20. CAIBATÉ: COMIENZO DEL OCASO
¡Insólito! dijo el Mburuvichá, a los Tuvichá presentes- El rey traidor pactó con el enemigo- En contubernio de escritorio- La devolución de aquellas tierras- Que recuperamos a sangre y fuego- Para gloria del hispano.
Y en la mesa diplomática- Decide sin nuestra anuencia-Trocar nuestros siete pueblos- Al oriente del Río Uruguay- Por Colonia del Sacramento.
¡Neike lo mitá! ¡Jamás permitiremos!- Y vayamos a la guerra- Contra los imperios unidos- De la España y Portugal.
Y culminando el suceso- La guarnición misionera- Se aprestaba a batallar- Antes de perecer- Como Nación Ignaciana- En los áridos y amarillos campos- Del bastión de Caibaté.
Y con voz quebrada por el llanto- Llena el alma de pena y compungido- El Benjamín de los Avá en la contienda- Vociferó funesta maldición- Que asemejó con profunda bronca- Un largo sapukai de rebeldía- Que trepidando a lo lejos resultaría- El último grito de plena autonomía- En la doliente Nación que fenecía.
Caibaté= Colina alta con arbusto. Tuvichá= Jefe. Neike lo mitá= Vamos muchachos. Sapukai= Grito del Aváa
Ya frente a frente los enemigos en pugna, el Benjamín de los avá en la contienda, envía funesta maldición a españoles y lusitanos que repercutirá en el devenir de los pueblos de América del sur; presagiando grietas de desentendimiento entre hermanos después de las guerras independentistas, de manera, que tal el maleficio, sin duda alguna, perdura hasta hoy día.
POEMA 21. LA MALDICIÓN DEL AVÁ
¡Escuchen malditos lusos y españoles!
Hasta ayer enemigos hostiles
hoy se acoplan con el fin de destruir
a seres humildes y sin maldad
ciudadanos que viven en libertad
por la sublime gracia de Dios.
Se unen casualmente por codicia
sin conformarse con lo que tienen
y cual avaros desean más y más
en la creencia que la felicidad final
reside en la riqueza material
por encima de la piedad cristiana.
Y sin importarles respetos humanos
pretenden echarnos de nuestro suelo
que supimos labrar con dignidad
en esta Nación erigida noblemente
organizada en sociedad comunitaria
la ilusión de otros pueblos del planeta.
Tengan presente en sus pobres vidas
que a ustedes también los echarán
en sangriento devenir no muy lejano
y no por trabajar la tierra dignamente
sino por absolutistas, por mezquinos
por crueles asesinos de inocentes.
Y la maldición de vuestros descendientes
que recibirán de herencia en este continente
será el enfrentamiento entre ellos mismos
sin que jamás encuentren el camino
que los lleve a lograr mínimamente
lo que ustedes se proponen destruir.
¡OH! Misiones República de iguales.
fundado en la moral y caridad cristiana
y en lo espiritual sobre el signo material
que ustedes asolarán sin miramientos.
Por todo esto soportarán en el futuro
falsos profetas y gobiernos hegemónicos
que embusteros prometerán uno tras otro
paz, justicia, igualdad y libertad;
Sueños nobles concretado por nosotros
y que ustedes en odio “amancebados”
arrasarán con tremendo genocidio.
¡Por tal razón, malditos los maldigo!
El padre Sebastián Gamarra, era uno de los cuatro adláteres del General del ejército de la Compañía de Jesús en Roma; a la sazón Aloysius Centurione. Intelectual, estaba a cargo de los estudios hermenéuticos de textos sagrados. Abandonó la ciudad eterna subrepticiamente, se vino a Misiones y estuvo al frente de la batalla con el ejército indiano.
POEMA 23. CAIBATÉ. 10 de febrero de 1756
Montado en su ruano el Padre Sebastián,
con el torso desnudo y la cabellera al viento
apenas si escuchaba del avá la maldición
que lanzaba aullando a los cuatro puntos.
Su mente sometida a la sensación visual
contenía únicamente el contorno natural
del verano más cruel castigado por el sol
donde el amarillo sobresalía sobre el verde
que pronto marchitaría si seguía la sequía.
Nada conmovía al Padre Sebastián
ensimismado totalmente en su yo interior,
como si el ambiente exterior girara en paz
y lo alejaba de la realidad terrena.
Tal vez respondía a una orden superior
que lo instaba a permanecer calmado
y lo hiciera percibir difusamente
el grito de “a la carga” del Mburuvichá
los bramidos y sapukai de los lanceros
y los cascos retumbando en polvareda
De repente iridiscentes refucilos
salieron de arcabuces y cañones
provocando alaridos de dolor
y cadáveres dispersos por doquier.
¿Y si el silencio letal siguió a la muerte?
¡Entonces por fin! la guerra halló su fin
Pero, ¡Oh milagro! ¿Dónde estoy?
Se preguntó el cura sorprendido,
al ver el escenario ajado y bronco
reanimar en revival colores glaucos.
La armonía viva de matices verdes
revestía pleno bucólico ambiente
y hasta la pálida y maltrecha fronda
nuevas flores mostraba en sus gajos.
Y el cerro Caibaté opaco y rocoso
redimiendo esplendores pasados
se cubría de musgo esmeralda
en contraste con el cielo azul
que acogía ecos de aves canoras
entre querubines rubios y morenos.
La paz serena invadía el ambiente
y el Padre Sebastián contemplativo
ya sin absorber el caluroso viento,
dejó de sudar y perdió todo escozor
que pudiera lastimarle el cuerpo.
Y los heroicos y nobles misioneros
defensores hasta morir de la Nación
se mecían sonrientes a su lado
morando en una nueva dimensión
Mítico lugar donde la paz hallaron
que los hacía felizmente guarecidos
de acechanzas y males terrenales
mientras sutil en sus almas se instalaba
la sublime calma del amor supremo
que los guiaba hacia la etérea cumbre
de la Tierra sin Mal tan anhelada.
Demiurgo infinito que los hizo musitar:
Mi Señor, sea eterno este sumo bien.
POEMA 24. DESPUÉS DE LA BATALLA
Los cadáveres de hombres de torsos desnudos
Esparcidos sobre el campo de espartillos secos
Reflejaba el acto inmoral de la sin par contienda.
Tuvo su fin a la hora en que el sol manda sus rayos
Con la fiereza infernal de los veranos más calientes
Y vuelven locas las víboras y alimañas de la siesta.
Ningún pájaro vuela en desolado tramo,
Salvo carroñas de pico curvo y mirada torva
Que volando oscuros en tétrico pneuma
Sopesan lúgubres el tiempo de posar
En deshojadas ramas de espinillos mustios
O en pedregoso páramo de brutal tristeza.
¿Qué atrae más a estos comensales del aire?
Que llegan al festín sin ser invitados
¿Los muertos desparramados por doquier?
O los pocos prisioneros amontonados
Que enlazados a otros tantos lacerados
Estoicos se desangran sin gemir dolor.
¿Dolor? Si desde el principio de los tiempos,
El guaraní fuerte y valiente en su donaire
Al caer herido en la batalla o riña solitaria
Jamás de los jamases revelará su tormento
Puesto que el dolor lo acerca a Ñande Yara
Sempiterno habitante de la Tierra sin Mal
Reino anhelado del mísero mortal.
Tierra Sin Mal= cielo