AVATARES DEL VIAJE NEOLIBERAL: LA IMPOTENCIA




Por Ricardo Rouvier

Ricardo Rouvier aborda en esta nota la histórica disputa entre el liberalismo conservador y el peronismo como identidad política, social y económica.

También expone los devaneos del peronismo que siempre tuvo la habilidad de situarse a ambos lados de la mesa.  El kirchnerismo en su etapa ofensiva, el rol de CFK, la CGT y los movimientos sociales, y la necesidad de un programa estratégico -no coyuntural- para ganar en el 2019 que comprenda los cambios regionales y mundiales, son aspectos centrales de este artículo. Macri y la caza de peronistas sueltos como aventura posible signada por la orfandad de conducción en el peronismo y por la necesidad pragmática ante el empeoramiento de la situación socioeconómica.

Mientras el gobierno navega está más pendiente de las condiciones de navegación que de sus destinos. Aunque, sus deseos profundos están signados por el neoliberalismo, en sus diversas vertientes filosóficas, económicas y sociales, desenvaina el pragmatismo porque no tiene remedio. El tránsito tiene la complejidad de los avatares del viaje: recesión, inflación, incremento de la pobreza, endeudamiento. O sea, el empeoramiento de la situación socioeconómica. En este escenario, es imposible que los ciudadanos puedan expresar su felicidad como una epifanía entre pueblo y gobierno ni en los próximos años. Para recordarle que camina por un desfiladero se alza la voz de los ortodoxos que señalan el aumento del déficit fiscal y acusan de inconsistencia a Macri, o de incomprensión como el llanto de Melconián en su despedida.

La gestión de Cambiemos encuentra la resistencia de la matriz política y cultural de la Argentina contemporánea. Se suma a eso, la experiencia de doce años de consolidación de derechos; y de una estabilidad económica cuyos síntomas negativos no habían aflorado en plenitud, y ocultaban que la economía había cambiado en el segundo gobierno de CFK.

El peronismo es uno de los constructores de ese núcleo estructural nacional desde la posguerra; y que determina el tablero de la política real desde hace 70 años. Hasta la recuperación democrática, la herramienta utilizada para asegurar el régimen fueron las dictaduras cívico-militares y la prohibición del peronismo. Pero, sería un error afirmar que ambas tradiciones (democracia popular vs. orden liberal) no siguen presentes como lucha en la sociedad argentina, a pesar del borroneo de la historia que quiere practicar el PRO.

Una tradición promovió la solución oligárquica que intentó construir una república baldía, y la otra, la revolución social del populismo. La medida de la revolución (con su más o sus menos) en nuestra tierra es, sin duda, el peronismo (dirigencia y participación popular).  Pero, ambas tradiciones opuestas, en conflicto, coinciden en que no han ganado su guerra.

Hay que señalar además, que el peronismo dirigencial, ha producido muy poco para caminar hacia su ideal en estos 33 años de democracia, y su protagonismo ha sido de contragolpe frente a los fracasos de gobernabilidad del no peronismo.

Mostró y demostró su potencialidad electoral, a veces, su capacidad de movilización, pero sin producir –hay excepciones – una intervención crítica en los mecanismos sistémicos. Por eso terminamos abordando, casi siempre, con una visión coyuntural de cuestiones como seguridad, matriz productiva, salud o educación, con recetas de corto plazo. Fue heroico contra las dictaduras (menos los que acordaron con la misma camiseta), y rebelde (una parte de él) ante el menemismo, pero no pudo vencerlos; su victoria era su resistencia no su capacidad ofensiva. Podía justificarlo Perón apelando al dilema: “la sangre o el tiempo”.


El menemismo intentó un neoperonismo moderno, vasallo del hegemonismo internacional.
Quiso vanamente superar al movimiento nacional originario, enviando al PJ a la congeladora, y cooptando a la burocracia peronista ganada por las luces del imperio y la fuerza de las chequeras. Avanzó más, intentó transmutar las identidades políticas y sociales. Inauguró el rol del sindicalista-empresario, que con el tiempo se convirtió en empresario-sindicalista, y vistió de tilinguería a funcionarios y funcionarias que aspiraban parecerse a María Julia (este patetismo fue olvidado). La capacidad invasiva del capitalismo horadó también la potencia sindical desde los bolsillos. Las privatizaciones no se hubieran realizado sin la asistencia interesada de la burocracia sindical (salvo honrosas excepciones de rebeldía). El mismo Menem  ofició de sumo sacerdote en el matrimonio Empresa privada-Estado, afirmando el capitalismo de amigos.

El contubernio del menemismo con el liberalismo en los 90, expresó una transformación conservadora, con su abdicación ante la estructura económica liderada por las multinacionales y la consabida corrupción empresarial. Que hoy el senador Carlos Menem mantenga su continuidad política, es por la incapacidad del peronismo y el kirchnerismo que juzgó ese período desde el discurso, otorgando un virtual salvoconducto a su mentor. Muchos de los ex funcionarios de los gobiernos kirchneristas provenían de esa cantera.  Hoy, lejos de la hacienda pública, algunos recuperan la memoria diciendo que son peronistas y no kirchneristas.

Al ponerse a la vanguardia del Consenso de Washington (salvo la ley de convertibilidad), el jefe del justicialismo sobreactuó. El binomio Menem/Alsogaray crearon el oxímoron “la economía popular de mercado”; y hoy, algunas voces del círculo rojo (herederos de la Unión del Centro Democrático (UCeDé) ven alguna mácula de peronismo en Macri cuando éste desvía su ruta, por temor al oleaje, hacia el distribucionismo. Esto confirma la sospecha de la existencia de un país dentro de otro país. Hay una argentina subterránea,  y una argentina superestructural. En ese país de las catacumbas, los pasadizos se intercomunican, mucho más de lo que la ciudadanía supone, y las ideologías adoptan su liquidez.

Allí se expresan disputas de gestión del oficialismo y la oposición, las luchas gremiales, sociales, mientras la primera permanece intocada, sea concentración del comercio exterior, distribución de la carga impositiva,  industrialización,  soja,  minería, el papel del Estado en la inseguridad pública, la cuestión energética, o la batalla cultural  etc. etc.

La matriz constitutiva más la coyuntura le cierra los caminos a la ortodoxia liberal para la aplicación plena, no contando ya con las FFAA. Justamente, la salida de Melconián es la consolidación de la heterodoxia, y la sustracción de una pieza menos del círculo rojo dentro del gobierno. Si hay alguna inteligencia en el gobierno es que conoce las condiciones del camino, y está dispuesto a probarse varias máscaras con tal de no perder el acotado poder que posee.

El kirchnerismo fue la contrarréplica a la crisis del 2001/2002 y la superación del menemismo. Durante esos años el PJ no generó un sólo proyecto político, económico y social, que con las banderas históricas asegurara un desarrollo del proyecto nacional y popular.  En la crisis del 2001/2002 la sociedad miró solamente a De la Rúa y la incapacidad de la UCR, perdiendo el foco de la causalidad sobre la administración precedente. Como en la serie del Coyote y el Correcaminos (dos figuras útiles para la identificación psicológica), Menem le dejó la bomba con la mecha encendida en las manos a De la Rúa e hizo mutis con toda naturalidad.

Una vez llegado el kirchnerismo, y luego de un primer momento de transitar por la transversalidad,  se redescubrió el filón electoral histórico. Previamente, los tres neolemas peronistas del  2003 pedían  ser reunidos otra vez, y la decisión estratégica fue que Néstor Kirchner liderara a todo el peronismo manteniendo el poder de las provincias, aceptando los liderazgos tradicionales existentes (hubo excepciones que superan esta nota como los casos del Chaco, Salta, Catamarca, en que Kirchner apoyó a dirigentes anteriores a Capitanich, Urtubey o Lucía Corpacci). El kirchnerismo fue una versión urbana y renovadora del peronismo; continuadora, en parte, por el legado de la Tendencia Revolucionaria de los ´70, y la izquierda;  pero articulada  con el conservadorismo popular que es el persistente perfil del peronismo de los territorios. Es indudable que en la topografía tradicional de la ideología el kirchnerismo es centro izquierda y eso, por definición, coincide con una parte del peronismo histórico pero con otra parte no.

El gobierno de Néstor y Cristina anduvieron a alta velocidad en sus gestiones, y era seguida por los PJ, tragándose las discrepancias. Es más, algunas realizaciones de la etapa 2003/15, son progresistas e irreversibles, y tocaron estructuras profundas de las relaciones sociales, o derechos individuales. Otras no, como aquellas que nacieron imperfectas o sin profundidad, y son presas fáciles para el macrismo. La reparadora idea de Fútbol para Todos, no podía conciliarse con la práctica mafiosa de Julio Grondona.  Tampoco se podría emprender seriamente, nada menos, que la batalla cultural priorizando los negocios de Szpolsky o Cristóbal López.  Pruebas al canto.

Es previsible que el  enfoque de esta nota choque con la visión binaria (muy habitual) que toma al neoliberalismo y al populismo como categorías puras. El populismo ha utilizado a veces, como lo hizo Dilma Roussef en 2015, la aplicación de las recetas neoliberales en forma completa o parcial, en razón de las contradicciones ideológicas y las relaciones de fuerza. Celestino Rodrigo y Alfredo Gómez Morales fueron Ministros de Economía de Isabel Martínez y ambos eran liberales. Y no hay que olvidar que el populismo puede ser de derecha como el de Fujimori, y ahora el de Trump.

Es imposible avanzar sobre un enfoque objetivo situacional si no tomamos la caracterización de la etapa en la hegemonía mundial y de allí observar las variaciones locales y nacionales con sus formaciones económicas y sociales. Seguir apostando al enfoque binario (propio de la guerra o de las etapas pre-revolucionarias) genera errores que afectarán las  estrategias para construir mayorías.

El dilema de la política consiste en cuál de los dos niveles debe ocuparse; o de lo estructural o de lo coyuntural (considerando que éste es una manifestación de lo otro). Queda claro que el peronismo, luego de hundir su experiencia como un cofre en el corazón de la tierra, se convirtió, varias veces, en un socio del régimen. Siempre tuvo la habilidad de la variabilidad que lo puso en ambos lados de la mesa.

Se desplegaron en el peronismo y en el kirchnerismo los valores de la lucha por la equidad y la igualdad sin el sustento de una construcción orgánica fuera del gobierno (porque no es suficiente contar con el gobierno); y formular una matriz productiva basada en la tríada Estado, Capital y Trabajo, con el compromiso de los actores que requiere una real política de producción, y de distribución en la actualidad. Creer que todo esto se reúne y se resuelve desde un liderazgo, es un error.


El régimen en estos años ha avanzado también, y esto se observa en el estilo de vida de funcionarios nacionales y populares que son dueños de mineras, bodegas, grandes extensiones de tierra, fábricas, negocios de exportación, medios de comunicación, etc
. Seguramente lo han logrado “combatiendo al capital”.

Hoy tenemos una versión más perfeccionada, como es la integración de los intereses corporativos a un gabinete de gobierno nacional. Trump hace lo mismo asegurando el funcionamiento en espejo de Macri.

Pero, en esos senderos ocultos los socios son impensados desde las ideologías, pero fieles a un Dios común.  Si en el caso Báez/ López se hiciera una auditoría a fondo, la Cámara de la Construcción, parte del gobierno de Macri, gobiernos de muchas provincias, compartirían solidariamente  el naufragio. Sería muy ingenuo creer  que con este esquema concupiscente puede construirse el ideal del liberalismo o un capitalismo sano o bueno, o un capitalismo social.

La estructura de dominación capitalista capturó la subjetividad de muchos dirigentes populares, y neutralizó la energía de la lucha transformadora. La visión conspirativa que involucra agencias extranjeras, embajadas y servicios secretos, omite muchas veces lo más próximo a la observación: la existencia de sujetos sujetados por el encandilamiento del lujo y la banalización consumista. Eso hace perder visión estratégica y queda como compensación, el relato, los trapos y la mística histórica, vacía de futuro.  

Esa es la impotencia dirigencial que encontramos en muchos referentes que se han aburguesado. Porque una cosa es la evolución, el cambio por la evolución, y otra es el abandono de los principios que han hecho del peronismo una concepción del poder, una concepción del Estado y una concepción de la sociedad. Alguien dirá que no son todos: es verdad, no son todos.

El kirchnerismo ha establecido una diferencia renovadora del escenario político crítico del 2003 que presentó tres alternativas del peronismo a las elecciones de entonces. Si bien traccionó a gran parte del peronismo durante doce años, no quiso, luego, transformarlo, otorgarle nuevas fuerzas, estimular el trasvasamiento desde adentro del PJ. Lo rescató Néstor Kirchner, y Cristina lo desechó. Hoy, el peronismo es una federación de partidos provinciales que deambula, con sus rituales, sin un conductor o conductora. CFK considera que su capital electoral es suficiente para tener al peronismo, por lo menos, el bonaerense. Es indudable que la contraofensiva kirchnerista con la meta del regreso en el ´19, empezaría en tierras de la Provincia de Buenos Aires. CFK, como líder sectorial, tiene una oportunidad de avanzar sobre la conducción, pero depende de su decisión.

El kirchnerismo y el menemismo ubicados en costados opuestos de la línea ideológica, fueron dos innovaciones para el peronismo que vivía de las batallas ganadas en el pasado.

Pero, la composición ideológica, la confección de un proyecto preocupa a algunos, pero no preocupa a la mayoría de los dirigentes del justicialismo, cuya ideología es el poder por sí mismo. El menemismo era explicado por la modernización y el estar en el mundo (tal vez ese compromiso activó los atentados de la Embajada de Israel y la AMIA ). El kirchnerismo, en cambio, rompió la inercia política con el planteo por la equidad, la igualdad y los derechos humanos, y produjo una ampliación de derechos poniendo sobre la mesa la cuestión social.

 


La burocracia del PJ está dispersa pero blindada, y constituye un actor disponible. Néstor Kirchner sabía que había que acordar con los feos, sucios y malos para disciplinarlos y conducirlos; pero Cristina aplica una dinámica de expulsión simbólica. El problema es cómo construir política desde afuera del gobierno con un estilo contrario a la amplitud, la inclusión, la negociación, el diálogo.


Por supuesto, que en  el escenario también está como tema principal la judicialización de la política que tiene a CFK como el centro del blanco al que apunta el gobierno de Macri y una parte del Poder Judicial.
De este modo se conforma, según quiere Cambiemos, la principal prueba de la diferencia entre el antes y el después. El kirchnerismo ha tomado esto como una declaración de guerra, lo que significa que no tiene que explicar nada de lo que ocurra en sus filas, sólo el aprestamiento para librar la batalla, o las batallas de cada indagatoria.


Macri será una confirmación más de que la utopía liberal no pueda alcanzar su consagración definitiva en el país peronista.
Va a ser un poco de cada cosa dentro del rango dominante que comprende desde la economía liberal hasta Keynes. El deseo profundo (hegemonía neoliberal/individualismo/sociedad de consumo) seguirá flotando en el discurso, como otro plano de la realidad. No parece que Trump resulte promisorio para la administración vigente en la nación dependiente.

En nuestras luchas nacionales del siglo XX, ninguno se alzó con el triunfo definitivo. La guerra por la igualdad y la soberanía en el siglo XXI no ha terminado, pero sí cambió de fase, de etapa. Inclusive, el kirchnerismo debe admitir que la política internacional, y sobre todo regional que la comprendía como actor, ha cambiado. Todavía pululan diversos anacronismos, sobre todo por las redes sociales, como si América Latina fuera igual que tres años atrás.

Ambos adversarios no se pueden negar uno a otro; la estructura productiva, social y cultural dominada primero por la oligarquía y Gran Bretaña, y luego por la burguesía internacional (sobre todo de los EEUU) y nacional; y el peronismo por el otro.  Hegemonía y contrahegemonía, con la complicación que la primera se ha filtrado en nuestras filas, cuenta con agentes inconscientes o conscientes bien remunerados. En la contrahegemonía histórica hay que contar con sus contradicciones, sus fortalezas y debilidades: los gobiernos de Perón, la Resistencia, la vuelta de Perón, y los doce años kichneristas. Ninguno es demostración de pureza, del mismo modo que todos son pruebas de luchas por la justicia y la emancipación.

El núcleo nacional contiene el sistema político liberal (democracia indirecta), economía  de mercado con intervención parcial del Estado, y fuerte presencia social del Estado (20 millones de habitantes tienen algún vínculo económico con él: seguridad social más empleo público.) Economía concentrada capitalista, exportación de productos primarios, y fuerte componente importado de una industria que no ha completado sus fases de desarrollo. Alta productividad en el campo pero no en la industria. Extensa clase media con 13 millones de no propietarios de su vivienda. Treinta por ciento de pobres, que demuestra un ciclo de retracción que comenzó hace unos años atrás, y que se acelera.

En definitiva, una matriz que es un mezcla económica y social, y que muestra partes sin terminar. “Por un lado, la Argentina sigue debatiéndose entre dos modelos económicos que, desde la década de 1940, parecen estar en pugna sin que ninguno pueda imponerse definitivamente. O bien se piensa que el desarrollo nacional debe basarse en las ventajas naturales que ofrece la Pampa húmeda –y ahora también la cordillera y su riqueza minera– y así exportar materias primas, o bien se sostiene que es imperioso industrializar para lograr una mayor igualdad ante las potencias mundiales.”  Matías Rohmer  – Página 12 – Cash – 31 de diciembre del 2016.

La estructura socioeconómica se externaliza en las fuertes organizaciones sindicales para discutir no sólo salarios, sino afirmar su posicionamiento como actor que tiene desde que Perón decidió el rol de “columna vertebral del movimiento”. El sindicalismo ha sido bautizado en el primer peronismo como actor político, que tensa, acumula, ejerce y actúa en función del poder existente. Hoy, alejado del kirchnerismo desde que falleció Néstor Kirchner, carece de una conducción política y eso no va a ocurrir mientras el peronismo político siga siendo un archipiélago. La seducción que proviene del Frente Renovador o del Movimiento Evita son intentos parciales que no han cobrado, todavía, significación. No obstante, la unidad que se produjo entre los movimientos sociales y la conducción cegetista testimonia un serio intento de organización del espacio y acumulación de poder.

Por supuesto que la afición liberal quisiera que los sindicatos no existieran o que haya un cambio en el modelo sindical; y que la libertad para contratar permitiera romper la equiparación que establecen las demandas institucionalizadas de la tradición sindical.  El PRO abjura de lo colectivo y de la historia; y desearía que el sindicalismo pierda poder relativo, blanqueara su memoria y transite domesticado solamente por el espacio gremial.

Es su práctica pragmática y la conciencia sobre la relación de fuerzas que hizo que el gobierno de Macri, en agosto del 2016, le pagara $ 2.700 millones a cuenta de la deuda con las obras sociales, que Cristina retaceaba. El PRO reconoce a la CGT como un mal necesario con el cual hay que sentarse a negociar y a ordenar la puja distributiva. Peor sería, piensan, que no hubiera institucionalidad entre los trabajadores. Fue el mismo Perón que le advirtió al empresariado nacional de entonces, pero desde el interés de los trabajadores (“….porque por no dar un 30 por ciento van a perder dentro de varios años o de varios meses todo lo que tienen, y además las orejas”) . Discurso del 25 de agosto de 1944 en la Bolsa de Comercio de Bs As.

Daniel Scioli, con la diferencia del marco contextual narrativo que lo cubre, apuntaba también a la confirmación y ampliación del capitalismo. Hubiera mantenido un discurso distribucionista, igualitario, emancipador. Pero, sin duda, la economía real le iba a mostrar los dientes al ex gobernador, por eso eligió para su campaña a asesores económicos que apuntaban más a lo correctivo que a lo afirmativo de la línea que venía siguiéndose con la titularidad de Axel Kicillof (que ya había usado una receta liberal en enero del 2014 con la devaluación del 37,87%.)

Macri no hace todo lo que desea y lo enmascara en palabras  generales con poca precisión (pobreza 0; segundo semestre; felicidad), y apuesta al tiempo. El tiempo para el oficialismo es obtener un consenso mayor a la elección general (34%). En cambio, el  tiempo para la oposición es la posibilidad de unificar una propuesta electoral para ganar en la Provincia de Bs.As., y en varias provincias más.

Al oficialismo y la oposición les falta poder como para asegurar en forma anticipada el triunfo. Sacando las cuentas, todavía el peronismo, a pesar de sus jirones, sigue siendo la principal fuerza política. La base popular, por memoria, por experiencia, sigue encontrando en el peronismo un puente para su esperanza; no en el PJ, sino en el peronismo como identidad social  y cultural. Al contrario el peronismo debería decidir qué hacer con el PJ nacional.

En el laberinto en que se mueve Cambiemos, la opción de ir a la caza de peronistas sueltos, es una aventura posible. Esto está facilitado por la orfandad de conducción del peronismo.

Antes de concluir esta nota, se hace necesario relevar que el peronismo ingresa en varias playas de la política, y sus huellas están tanto en el kirchnerismo como en los partidos provinciales, por supuesto en el desvaído PJ, en el Frente Renovador de Sergio Massa, y en varias organizaciones políticas menores. Obviamente en la gran mayoría de los sindicatos, y en pequeña parte del empresariado nacional. El peronismo sigue siendo la principal afiliación política y cultural de los argentinos, pero se observa un debilitamiento del encuadramiento institucional que ostenta el PJ nacional, y de varios partidos menores que mantienen los símbolos y el relato fundacional, y que pretenden contar con la identificación popular.


La utopía liberal está irresuelta, y su alternativa  también.
En el campo nacional y popular falta caracterizar  el edificio que se quiere construir. Eso exige mucho más que señalar los defectos del gobierno de Macri. Si no, volverá a ocurrir que en el ´19 se vote contra el oficialismo, y no a favor de un proyecto que haya estimulado a la mayoría de los argentinos, que permanecen bastante desafectados sobre los movimientos de la oposición y sobre el oficialismo.

A pesar que la política no genera entusiasmo ni confianza en la mayoría de la población, sigue siendo el único camino.


* Ricardo Rouvier

Licenciado en Sociología, doctor en Psicología. Analista político y docente universitario.

 

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