BICENTENARIOS

 


Por Guillermo Martín Caviasca

Guillermo Martín Caviasca, doctor del departamento de Historia de la Universidad Nacional de Buenos Aires, analiza en este artículo las diferencias simbólicas, culturales e ideológicas entre los festejos del Bicentenario de 1810 realizados durante el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, y los de la Independencia decalarada en 1816, desarrollados por el presidente Mauricio Macri.

Macri en la Casa de Tucuman

Argentina debe ser uno de los pocos países del mundo que tiene dos aniversarios de su independencia política. Uno el 25 de mayo de 1810, cuando se formó el primer gobierno criollo, y otro el 9 de julio de 1816, cuando se declaró la independencia de España y de toda dominación extranjera. Sin dudas es una coincidencia que los bicentenarios de ambas fechas hayan correspondido a dos gobiernos cuya relación con el pasado y cuyas representatividades sociales en el presente son muy diferentes.

El kirchnerismo, una fuerza surgida del Partido Justicialista pero que conformó un espacio político más amplio con una base social popular, con una política que mezcla elementos socialdemócratas y “populistas”, desplegó un gran esfuerzo en apropiarse de una identidad nacional y popular y mostrarse como heredero de las fuerzas populares. Instaló la idea de “relato”, que concibe que desde una fuerte posición enunciativa se constituye la realidad presente y también la relación con el pasado. Así el kircherismo puede leerse como un populismo posmoderno. Entendiendo “populismo” en sentido inclusivo, de masas y al posmodernismo kirchnerista como articulador de lo diverso más que en un anclaje de clase. Aunque, contrariamente a la ideología posmoderna, incorpora los grandes relatos nacionales. Quizás esto se pueda resumir en la frase de Cristina al inicio del gobierno de Néstor Kirchner: “Mucha política, poca economía”. A Cristina le tocó conmemorar el aniversario del 25 de Mayo de 1810.

La alianza Cambiemos es una fuerza promercado, partidaria de la integración al mundo globalizado sin medias tintas, que incluye en su base a todos los sectores de la población con prejuicios contra el “populismo”, clasistas y derechistas. Pero se articula en torno a los grandes negocios vinculados al capital transnacional. Carecen en absoluto de cualquier tipo de sentido nacional, y el pueblo es comprendido en la misma forma que un gerente de recursos humanos entiende a los trabajadores de una empresa. Expresa el nuevo lugar en el mundo que correspondería a Argentina en el capitalismo globalizado, es un posmodernismo empresarial. Mauricio Macri se encontró con el aniversario del 9 de Julio de 1816.

No es la intención de esta nota discutir los cambios y continuidades que implicó el acceso del kirchnerismo al gobierno, ni la llegada del PRO/Cambiemos. Hay diferentes valoraciones, algunas ponen más acento en las continuidades y otras en los cambios. Pero sin duda, por más que nos esforcemos en subrayar las continuidades de toda la etapa abierta en 1976 con el golpe de Estado neoliberal, el período de Néstor y Cristina tuvo de una serie de diferencias y rupturas con respecto al período anterior que no se pueden ignorar. Y el plano discursivo e identitario es uno de ellos.

Los festejos del Bicentenario durante el gobierno de Cristina fueron el corolario de una política cultural destinada a formar una idea específica del pasado y reactivar la identidad nacional en una clave popular y latinoamericana, integradora y armonizadora de conflictos: los más poderosos podían hacer negocios y a su vez el pueblo llano disfrutar de mejoras, una versión del peronismo con un mayor nivel de conciliación de clases, ampliación de la democracia y de los derechos ciudadanos; y con un acuerdo con los nuevos sectores clave del poder económico hasta que la coyuntura económica comenzó a deteriorar ese acuerdo hasta en progresivo distanciamiento y ruptura en varios casos, hacia la mitad del periodo.

Sin embargo la política cultural, contradictoriamente, en el plano de lo discursivo y simbólico fue polarizadora y conflictiva, ya que la idea de pueblo vs. antipueblo, nación vs. antipatria que se esbozaba en el relato cobró fuerza material en el segundo término de la contradicción: Si los sectores antipopulares carecieron de base material en la primera etapa del gobierno, en la segunda parte fueron articulando un bloque de poder cada vez mas fuerte.

En lo que hace a la cuestión de la identidad nacional y el acento puesto por el kirchnerismo en instalar masivamente una serie de valores nacionales, es donde se encuentra uno de los cambios más claros del modelo respecto de sus precedentes y seguidores. En las contradicciones planteadas a través de lo simbólico (desarrolladas en la calle en los momentos en que el kirchnerismo fue confrontado por diferentes fracciones del poder) es que importantes sectores de población y de militancia asumieron una identidad.


Es quizás una de las cuestiones más disruptivas del relato, que sin llegar al fondo de la cuestión en los problemas nacionales (en consonancia con la carencia de un plan estratégico en lo estructural), reinstaló la cuestión nacional y latinoamericana en el centro
. Una cuestión planteada de forma de buscar consensos, mas bien “suave”; pero no podía ser de otra forma para una política que se propuso hacer un capitalismo serio, que desconfiaba de los trabajadores organizados como sujeto con incidencia política organizada y que concebía las relaciones internacionales como carentes de “hipótesis de conflicto”.

Pero queda claro que frente a la idea liberal del pasado y de la rendición ante los poderes internacionales planteada en la etapa anterior, el kirchnerismo revalorizó lo nacional en lo discursivo y se movió en lo práctico con un grado de autonomía, que generó rechazos en los centros de poder. Claramente el relato del Bicentenario instalaba una base de ideas frente a “otros” que buscan dominarnos, y de la potencialidad de lo propio en los más diversos y complejos ámbitos de la vida nacional.
Presidentes de la Patria Grande junto a Cristina y Nestor
Quizá sea el caso de “Zamba” el que merece ponerse como ejemplo. Zamba es un dibujito animado en el que un niño en edad escolar, alumno de una escuela pública de una provincia del norte argentino, recorre junto a héroes, artistas, pensadores y científicos argentinos diferentes pasajes y hechos de nuestra historia. Allí el chico pelea junto a San Martín, crea la bandera junto a Belgrano, conoce dinosaurios junto a Florentino Ameghino, combate en Malvinas junto a los pilotos de las FFAA, aprende folclore con Atahualpa, etc. Zamba es un chico del pueblo y el pueblo aparece a través de él en las historias. Las historias son sencillas, el principal conflicto es la independencia, el progreso inclusivo, y se incorporan todos los protagonistas de diferentes orígenes sociales a través de algunos personajes.


Rivadavia, enemigo de San Martín, es defenestrado; Mitre queda mal parado, Roca no aparece.
Y donde se nota la impronta progresista más que nacionalista o peronista es en el rol de Sarmiento (ideólogo del exterminio de la población nativa y de los caudillos populares), quien es reivindicado en clave de la izquierda tradicional como hombre del progreso. También es reivindicado Rosas, defensor de la soberanía y líder popular en capítulos de bastante fuerza. Más allá de algunas contradicciones que encierran las historias de Zamba, sin duda marcó a una generación de niños y niñas que se enamoraron del personaje. El show de Zamba en Tecnópolis (una mega exposición cultural y educativa en la que se realizan excursiones de chicos y chicas de todo el país) era impactante. Ahí nuevamente San Martín, Bolívar, Juana Azurduy combatían contra los españoles y liberaban América junto a Zamba, en un espectáculo musical compartido con una multitud.

Es posible que en el antagonismo ignorado que marcamos más arriba (Sarmiento vs. Rosas), esté inscripta la debilidad del kirchnerismo para saldar las contradicciones que traban el avance del país hacia un futuro mas independiente y justo, y que hoy dan bríos a la actual restauración reaccionaria. Hace 50 años, Arturo Jauretche, pensador icónico del nacionalismo popular, había advertido al historiador radical Félix Luna sobre reconciliaciones de este tipo. Decía Don Arturo que era imposible reconciliar a Sarmiento con el general y caudillo federal Chacho Peñaloza, ya que en el momento del abrazo el Chacho no iba a poder realizarlo porque debía con sus dos manos sostener la cabeza que Sarmiento le había cortado. Qué mensaje le daba Jauretche a Luna: la historia no se puede reconciliar hasta que no se resuelvan las contradicciones que dieron origen a los conflictos.

Los doce años de gobierno de Néstor y Cristina fueron muy fuertes en lo discursivo, lo simbólico, lo democrático y lo político, más que en lo estructural y económico, lo que implicó que las numerosas políticas sociales no se sostuvieran en un cambio de la estructura social. Las políticas orientadas hacia la subjetividad de las masas se mostraron muy dinámicas desde el comienzo, con gestos de impacto y líneas de acción concretas, que en general fueron acompañadas por reformas democráticas (DDHH, de minorías, de género, etc.) que implicaron avances importantes en cada tema. El “modelo” le dio una importancia central a la construcción de una nueva idea nacional, cuyo momento de mayor potencia se vio en 2010 cuando se realizaron los festejos del Bicentenario del primer gobierno patrio. Allí millones de personas fueron convocadas por una serie de actividades de gran despliegue, que otorgaron a esos días una fuerza que es difícil de ignorar y que quedarán para el recuerdo y estudio de los que analicen el período kirchnerista, ya que superaron cualquier otra actividad de masas, y más aún si lo comparamos con cualquier otra fiesta nacional o actividad pública relacionada con iniciativas estatales.

En esos momentos de comunión colectiva, la fiesta central contó con un importante desfile de nuestras alicaídas fuerzas militares y con un imponente espectáculo en el centro porteño. Allí diferentes “carrozas”, como las de los carnavales populares más fastuosos, representaron temas paradigmáticos: el cruce de los Andes, La Vuelta de Obligado, el desarrollo de la industria nacional, etc., siempre intentando representar al pueblo además de los héroes y a todos los actores, indios, negros, gauchos, criollos, en un esfuerzo colectivo. También el peronismo aparecía con más fuerza: el 17 de octubre de 1945, los derechos de los trabajadores; cuestiones que se proyectan hacia la discusión política contemporánea.

Pensamos que ése fue el momento más alto del kirchnerismo, donde pudo pegar un salto, de una fuerza basada en acuerdos de grupos controlados desde un centro político fuerte, con recursos y con consenso electoral de masas, hacia un movimiento político capaz de realizar transformaciones profundas. ¿Fue una decisión no hacerlo o una imposibilidad desde su origen? Hay muchos más elementos de la política K en el ámbito de la cultura y la identidad nacional que se pueden plantear y discutir. Es innegable el intento de democratizar y nacionalizar una parte de los medios de comunicación. Pero fue ese “relato” nacional el que, aunque no haya tenido el correlato necesario (y fundamental) en lo estructural económico, operó y operará en la conciencia de las masas por un tiempo. Y creemos que, tal como sugiere Antonio Gramsci, el campo de la ideología, de las ideas, es un lugar muy importante en la lucha por la hegemonía y tiene un grado de autonomía respecto de la base material.


Por eso, la ofensiva macrista busca atacar las ideas nacionales desde múltiples frentes.
El ataque es contra la “economía” (un ataque forzado por demás) para revalorizar el libre comercio sin trabas aduaneras u otras, lo “global”. Y contra “la corrupción”, un epifenómeno del sistema, que aunque exista tiene como objetivo asociar a ello el modelo kirchnerista en general, y especialmente lo que tuvo de nacional y/o popular en lo económico y cultural. Así elimina y/o cambia de naturaleza el contenido de las obras culturales del kirchnerismo: en tecnópolis ya no esta Zamba, hay un show de youtubers. El Bicentenario es una anécdota de poco vuelo en el relato macrista.

Nada más lejano al esfuerzo puesto por el kirchnerismo en instalar un relato nacional que la perspectiva macrista. Decíamos al iniciar esta nota que el gobierno de los gerentes de las multinacionales “se encontró” con el bicentenario de 1816. Esto significa varias cosas. Primero, que para este grupo de gobierno la cuestión nacional, los símbolos patrios, no tienen significado más allá de la lectura conservadora, tradicional patrimonialista del pasado, solo como concesión a la ideología oligárquica y no como proyecto colectivo nacional popular. Incomodan, remiten al “populismo”, a ideas perimidas de la izquierda que nos atan a simbolismos que no cierran al mundo globalizado y transnacional. Segundo, que este gobierno aún no ha desplegado una política sistemática en el tema cultural a nivel nacional que no sea el desarrollo de nichos de mercado para hacer negocios, aunque tiene un equipo en el área comunicación, educación y cultura con cierto grado de capacidad. Se puede remitir a sus políticas de privatización neoconservadora en la CABA, muchos espectáculos masivos de artistas consagrados por el mercado, veladas de “alta cultura” en el Teatro Colón, Buenos Aires cultural para el turismo, etc.
Macri y el rey de España
Tercero, las movilizaciones de masas no son parte del abanico de ideas y representaciones del macrismo. El mundo Pro construye poder de otra forma, con mensajes fuertes destinados a la individuación y no a lo colectivo, a la pasividad y no a la participación. Es una derecha posmoderna. Es sorprendente que una encuesta reciente señala que el 40 por ciento de los argentinos abandonaría el país o se identifica con otros países (aunque el 55% no lo haría aunque le ofrecieran alguna oportunidad). No es sorprendente que la mayoría de ese porcentaje se pueda encontrar entre los votantes del PRO, que recientemente fue colocado en el gobierno por sus votos.

Las masas molestan, más si aparecen como actores políticos o sociales colectivos que se plantean como intervinientes en la cuestión nacional. Mejor que se reduzcan a su calidad de consumidores y productores (si el mercado les asigna alguno de esos lugares), asistentes a shows de artistas consagrados por el marketing. El discurso macrista apela al éxito individual, a un Estado que oficie de “facilitador”; un Estado de “responsabilidad social empresaria” en el marco de libertades de mercado, de empresa, de negocios, plenamente separado de las masas. Apela al oenegeismo, “pata social” de un mundo de instituciones globales donde los grandes relatos nacionales pertenecen al pasado. Las masas no son concebidas como sujetos (pueblo-nación) de una comunidad que se funde como una unidad, sino como individuos que delegan en un personal especializado la gestión de asuntos que faciliten los negocios. Estado por un lado, sociedad por el otro.

En este sentido muy poco podía surgir espontáneamente de un personal político de estas características en relación con las fiestas del Bicentenario PRO. Si con el kirchnerismo fue pensado como un ritual colectivo comunitario que puso en escena el pueblo nación y un “relato” de su pasado colectivo; ahora con los gerentes, los rituales se escolarizaron, quedaron reducidos a lo mínimo necesario protocolar y al automatismo de un Estado nación que como tal homenajea periódicamente sus fechas patrias. Más claro como ejemplo de todo esto es la mención de la escarapela nacional como un “logo”, por parte del gerente… perdón, presidente de la República.

Los festejos del Bicentenario contaron entonces con formales desfiles militares, pero que cobraron relevancia por la ausencia de multitudes y porque fueron usados por pequeños pero llamativos grupos de partidarios de la última dictadura militar para hacerse ver en público. Mucha vigilancia policial, enormes vallados para impedir el acceso de posibles manifestaciones de protesta, habla del principal temor de los gerentes: el pueblo. Tras una serie de discursos patéticos, en los que el presidente se puso a defender el tarifazo y el ajuste, y a insistir con su idea de que la patria se creó para el progreso individual, y que los patriotas ¡tenían angustia de luchar contra España por la independencia!, esta actitud habla a las claras de cómo Macri se relaciona con la idea simbólica de nación y los rituales que la recrean periódicamente.

Por último, cuando se realizó la principal actividad pública de las jornadas en Buenos Aires, un desfile de bandas militares de diversos países en el campo de polo, el presidente abandonó a poco de iniciado el evento para retirarse a descansar. Sorprendente, jamás los oligarcas del siglo XIX hubieran menospreciado así una fiesta patria. No está demás señalar que en 2010 José Mujica, Fernando Lugo, Evo Morales, Sebastián Piñera, Lula da Silva, Hugo Chávez y Rafael Correa estuvieron  presentes en los festejos y fueron recibidos en los salones de la Casa Rosada rodeados de los retratos de Juan Domingo Perón, Evita, Ernesto “Che” Guevara, Salvador Allende, Hipólito Yrigoyen y José Martí. Este 2016 ningún mandatario se hizo presente, ni siquiera los de los países vecinos que fueron parte del proceso de luchas comunes que nos llevaron a la independencia, ni posibles socios neoliberales, nadie… En cambio el ex Rey de España, lobbysta de negocios corporativos y que debió abdicar por corrupción, fue el único personaje al que el presidente le pidió perdón por el “maltrato” que, supuestamente, el anterior gobierno le propinó. Todo un símbolo.


*Guillermo Martín Caviasca
Dr. de la UBA- Docente UBA UNLP

http://www.lateclaene.com/guillermo-caviasca-

 

Enlace permanente a este artículo: http://ellibertadorenlinea.com.ar/2016/07/30/bicentenarios/