LA PROBLEMÁTICA DE LAS PROVINCIAS EN LA LÓGICA «MERCADISTA» DE MACRI

 
Por Horacio Rovelli

En el futuro más inmediato avizoramos una sociedad dual, con estados provinciales desfinanciados y obligados a endeudarse para cubrir sus gastos corrientes, con una clara concentración en los mercados que se explica por una cada vez mayor centralización y extranjerización de la economía Argentina, donde todo aquello que no se integre a bajo costo al mercado internacional será relegado a un rol cada vez más secundario.

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Históricamente los gobiernos conservadores han tomado a las provincias como mero apéndice del poder central y por ende del sistema de acumulación del capital, y de distribución de las riquezas bajo la estricta lógica del mercado mundial, que en su momento era liderado por Inglaterra y después por los EEUU. El mercado por definición es donde se unen oferentes y demandantes de un mismo bien o servicio, sin tener en cuenta la magnitud de uno y otro, por ende en una economía abierta como la nuestra, donde existen grandes operadores (tanto para la compra como para la venta) los precios de todos los bienes y servicios, incluidos los factores de producción (trabajo, máquinas y equipos, insumos, energía, etc.) quedan determinados por los capitales más importantes. La única lógica que conocen los capitales es la de generar la mayor tasa de ganancia y que la misma se obtenga en el menor tiempo posible, por ende, se supedita lo que vamos a producir, cómo, de qué modo, cómo juega en ello nuestra fuerza de trabajo, nuestra inserción en el mundo, nuestro presente y nuestro futuro (e incluso la lectura del pasado) en esa lógica primaria, donde la primacía la determinan esos grandes capitales que sólo ingresan al país si se les asegura (de allí la confianza de los mercados y la seguridad jurídica que propician) el cumplimiento estricto de la maximización de la ganancia y la minimización de los costos.

En esa lógica, la tasa de interés es decisiva y fundamental; solo se emprenden aquellos proyectos de inversión que superen la tasa de interés (con lo que se supedita la economía real a la financiera), tasa que se convierte y ajusta con el tipo de cambio, lo que se agrava porque paralelamente, la tasa de interés de la deuda es mayor que la tasa de crecimiento de la economía en dólares con lo que es inexorable el crecimiento del peso de la deuda sobre el PBI, entonces el “alegre” endeudamiento en que incurre el gobierno debe pagarse con un PIB que no crece, por un lado, y por el otro, nos preguntamos: Qué proyectos de balance comercial positivo hay detrás de cada esquema de financiamiento que “alegremente” se obtiene; de otro modo no se puede pagar la deuda y menos pagar las importaciones necesarias, con lo que el modelo es insustentable, dura mientras no se deba hacer frente a los servicios de una deuda cada vez mayor y asfixiante.

Este escenario se potenció por el cambio en las condiciones mundiales de producción. El crecimiento industrial asiático –con altísima explotación laboral–, el desarrollo tecnológico y las mayores escalas, bajaron los costos industriales en relación con los precios de los servicios o bienes que no se pueden comercializar internacionalmente, hace poco competitiva nuestra producción a nivel mundial, por lo que debe protegerse su destino nacional primero, y acuerdos comerciales de beneficio mutuo en primer lugar con los países de la región, y en segundo con aquellos que están en una situación socio económico parecida.

La lógica “mercadista” de los conservadores encierra falta de patriotismo e incapacidad de entender lo que significa defender el mercado interno; ellos se subordinan como socios menores y aceptan mansamente las decisiones de las grandes corporaciones, conformando un país dependiente donde una minoría tiene niveles de vida semejante a los países desarrollados, pero una inmensa parte de la población enfrenta serios problemas de supervivencia.

En lugar de  industrializar para generar trabajo, y mejorar la productividad, vamos a encontramos con una creciente extranjerización de la economía, grandes empresas que tienen una estrategia propia que no coincide (y no tiene por qué hacerlo) con los intereses de desarrollo y sustentabilidad del país; con fuertes empresas nacionales que tienen una mirada de muy corto plazo y esencialmente especulativa que posicionadas en divisas (que fugan o tienen en lugares secretos, como dijo el mismo Mauricio Macri, “tenemos que escondernos”), esperan siempre el derrape cambiario; y una estructura de pequeñas y medianas empresas, dependientes de uno u otro sector del gran capital,  que en conjunto muestran clara incapacidad para desarrollar las fuerzas productivas, integrar la producción creando los eslabones faltantes, y no tienen (y no pueden tener) una estrategia común de desarrollo y de transformación social.

En ese marco, y bajo esa lógica de hierro, es que los sectores dominantes se subordinan y acatan, y hacen que se imponga en todo el país.

Una forma esquemática pero explicativa de las distintas realidades que tiene la Argentina consiste en dividirla en tres tipos de economías: la de las grandes ciudades, los cordones de las grandes ciudades o conurbanos, y la economía rural.

Las grandes ciudades están basadas en la producción de servicios y de bienes industriales de mediana y alta complejidad, suelen tener buena infraestructura, y parte considerable de la población tiene niveles de vida relativamente altos con respecto al resto del país.

La economía del conurbano tiene dos componentes: la producción de bienes y la de servicios de bajo valor agregado. La primera requiere de apoyo estatal tanto en el uso de energía, garantía de mano de obra capacitada y disciplinada, como en la protección del mercado interno aplicando restricciones a las importaciones. Los servicios del conurbano, desde el comercio hasta la venta ambulante, presentan una gran heterogeneidad pero todos suelen tener un grado de informalidad importante.

El interior rural y de ciudades pequeñas es una economía basada en recursos naturales y capital humano. Incluye la producción de bienes primarios, pero también la elaboración de esos bienes: Más de la mitad de la industria argentina tiene base en recursos naturales. Y si a la producción primaria le sumamos su industrialización, representa el 65% de nuestras exportaciones. Posee eslabonamientos hacia atrás y hacia adelante, y en general se encuentra bien insertada en el mundo en cuanto a tecnologías y comercio. Sin embargo, el “campo” puede dividirse a su vez en dos grandes sectores: el de productos otrora tradicionalmente pampeanos, pero ahora extendidos a amplias áreas del interior del país, donde se realizaron fuertes inversiones para hacer posible el cultivo  de  los cereales, las oleaginosas, y la cría de animales; y el de productos tradicionalmente extrapampeanos, llamados comúnmente economías regionales (uva, maní, olivo, cítricos, tabaco, caña de azúcar, algodón, yerba, té, pera y manzanas, duraznos, ciruelas, frutilla, arándano, papa semilla, etc. etc.); para tener una idea de una y otra economía, actualmente de 32 millones de hectáreas cultivables que tiene la Argentina, casi 20 millones se cultiva soja.

El grado de concentración y extranjerización de las tierras es desproporcionada, con amplias extensiones por empresas y capitales internacionales, recordemos solamente al inglés Joe Lewis que en su estancia, donde se hospeda Mauricio Macri cuando va al Bolsón – Río Negro -, incluye el dominio de las costas del Lago Escondido;  o el caso de Luciano Benetton que es el mayor propietario foráneo de tierras argentinas, a través de su empresa Compañía de Tierras Sud Argentino S.A. y que posee  900.000 hectáreas de campo en Argentina; el empresario de medios estadounidense Ted Turner; el suizo Jacob Suchard, dueño de Nestlé; el inversionista de origen húngaro, George Soros; los magnates estadounidenses Douglas Tompkins, cofundador de la empresa de indumentaria The North Face, y Herman Warden Lay, creador de las papas fritas Lay’s, es el modelo implícito del macrismo, que mediante el decreto 820/2016 definió que se considera titular extranjero a quien sea titular de «más del 51% del capital social de una persona jurídica». Esto cambia la norma que estaba vigente en la que se definía como extranjero a quien era titular de «un porcentaje superior al veinticinco por ciento (25%)». Y en dicho Decreto el gobierno de Macri, además, le pide a las provincias que determinen hasta cuántas hectáreas pueden comprar una empresa extranjera, independientemente que la misma se dedique a actividades rurales o industriales.

Transversalmente las consecuencias de la alta inflación, la suba de las tarifas, la falta de capitales y las altas tasas de interés, sumados a la desprotección irresponsable de no frenar las importaciones de bienes finales que compiten deslealmente con nuestra producción, en un marco de fuerte concentración del acopio y de la comercialización, ahogan a los pequeños y medianos productores y comerciantes, limitan la inversión en capital físico (maquinarias y tecnología) y en capital humano (horas y condiciones de trabajo, capacitación, etc.), con lo que el espacio que se había logrado crear en base a la defensa del mercado interno del gobierno anterior, se diluye en forma severa ante las reglas del mercado que el gobierno de Macri impulsa.

Esa es la razón que explica y fundamenta las consecuencias de una cada vez mayor centralización, concentración y extranjerización de la economía Argentina, donde todo aquello que no se integre a bajo costo al mercado internacional será relegado a un rol cada vez más secundario, profundizando la verdadera brecha entre una minoría que aprovechando las ventajas naturales de la posesión de la tierra más fértil del mundo, puede vender (y comprar), y la economía crecientemente vegetativa de las regiones y del resto de  la población.

Si a eso le sumamos la caída de la recaudación en un marco recesivo que se profundiza y extiende, y la reducción de los derechos de exportación de la soja (cuando el 30% de la recaudación iba para obras en las provincias), se explica y prevé la caída en la coparticipación, que no logra ser compensada con la reinterpretación que hace el macrismo del Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) 2.635 del 1 de diciembre de 2015 que le devolvió a las provincias el 15% de la precoparticipación de impuestos (esto es del total de los impuestos que se coparticipan entre la Nación y las provincias, por ejemplo el IVA, Ganancias, Internos, Transferencias de inmuebles de personas físicas y sucesiones, Ganancia Mínima Presunta, y el Impuesto a los Débitos y Créditos bancarios), con lo que las arcas provinciales dependen y van a depender más del gobierno central, y son incapaces de apuntalar a sus economías regionales. Es más, en un contexto de retracción económica, los desequilibrios fiscales provinciales se acrecentarán y los obliga a tomar deuda para financiarse.


La dependencia y debilidad de los gobiernos provinciales es doble, por un lado supeditados al gobierno nacional, y por otra parte, incapaces de cobrar impuestos a los sectores más ricos
, como queda en evidencia que el total del Impuesto Inmobiliario cobrado en todo el país (y la Argentina cuenta con la tierra más fértil del mundo, donde más rinde por hectáreas de soja, maíz, trigo, cebada, girasol, etc.), representa menos del 0,5% del PIB.

En este marco, avizoramos en el futuro más inmediato, una sociedad más dual,  con estados provinciales desfinanciados y obligados a endeudarse para cubrir sus gastos corrientes, con una clara concentración en los mercados, con un sector que se capacitará e invertirá en tecnología pero tanto la actividad como ese sector será determinado por grandes empresarios, esencialmente extranjeros. Vemos también otra economía que subsistirá en base al mercado interno, que ya no va a ser el centro del modelo (como le fue durante el kirchnerismo).

En síntesis, la economía que se viene en los próximos años permite a las empresas trasnacionales y grandes nacionales obtener una tasa de ganancia y una valorización de sus activos en moneda dura superior a la que venían teniendo en el país, y a la que impera en el mundo, con condiciones de producción y extracción impuestos por ellos. En ese marco, no son muchos los sectores que se van a beneficiar con la inversión, y sí en cambio una parte importante del país y de la población llevará adelante una economía de subsistencia, que nunca es digna.

*Horacio Rovelli – Economista especializado en temas fiscales y monetarios. Profesor de Política Económica en la Universidad de Buenos Aires. Ex Director de Políticas Macroeconómicas del Ministerio de Economía. Miembro de EPA (Economía Política para la Argentina).

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