ES LA DISCRIMINACIÓN DE GÉNERO, ESTÚPIDO



Por Hugo Muleiro.

Justo en el Día Internacional de la Mujer, Clarín vuelve a dedicarse a la indumentaria y al maquillaje de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, a quien termina dándole la razón: al choque político se le agrega el ataque por el género.
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Los caudales extra de críticas y condenas que la Presidenta recibe por su condición de mujer, que se agregan a los motivados por temas políticos y económicos, es asunto ya visto y tratado en el país. Ella misma lo mencionó en más de una oportunidad.

Las minorías más conservadoras, que se expresan ampliamente a través de sus medios de difusión, ya condenaron reiteradamente la “estética” de la Presidenta.  Las acciones en pos de la retención del poder absoluto, que el kirchnerismo uso en discusión, no dejan flancos libres ni descuidados. Mucho menos en el plano de los contenidos y mensajes que podríamos ubicar, para ordenar las referencias, en el campo de lo cultural.

El significado y las consecuencias de la recuperación de los fondos para jubilaciones y pensiones, la Asignación Universal por Hijo, la recuperación de YPF o la construcción de viviendas y escuelas son lo que son por sí mismos, prescindiendo de que la Presidenta haga los anuncios con un vestido colorido u opaco. Sin embargo, esta derecha retrógrada que padecemos en el país dedica tiempo, espacios y energías a combatirla también en el plano estético.

Con su lucidez conocida, la periodista Sandra Russo ya nos hizo notar una vez que Cristina Fernández de Kirchner rompe con un modelo de mujer en el poder que el conservadurismo impone casi sin excepciones en el mundo: masculinizada, descolorida, opaca. La femineidad de la mujer que llega al poder debe quedar oculta y, dice Russo, eso se nota en las “fotos de familia” de las reuniones internacionales y cumbres.

El diario de Magnetto ya habló desde ultratumba cuando, en septiembre de 2013, la Presidenta usó calzas en un acto público. Una nota, para mayor perversidad firmada por una cronista mujer, le reclamó prudencia y la mandó a mirarse al espejo “recordando su investidura y pensándolo dos veces”.  Además de primitivismo, esta toma de posición denuncia que la minoría dominante necesita también preservar la desigualdad de género: si es mujer, que no se note “tanto”. Esto mismo explica la decisión de aferrarse fanáticamente a la norma gramatical para mentar presidente y negarse a presidenta.

Ahora es un varoncito el que, en el Día Internacional de la Mujer, escribió en esta misma línea de aberrante discriminación. Ricardo Roa hizo una contraposición entre el aspecto de Cristina Fernández de Kirchner y el de la flamante estrella de la muy bien bautizada “escudería Schiuso” –Horacio Verbitsky dixit-, Sandra Arroyo Salgado.

En un juego en el que tipea a gusto de Magnetto sobre una heroína nacional que quiere justicia contrapuesta con una desquiciada que solo quiere poder, Roa se toma tiempo para arremeter así, el 8 de marzo:

“Sandra aparece maquillada casi sin maquillaje. Discreto. Ojos y poco más. Un maquillaje para no llamar la atención. Cristina exhibe el maquillaje antes que la piel. Se enmascara. La jueza es muy abogada incluso en la vestimenta. Se presenta con economía de gestos y de tonos de voz. Lo opuesto a la cumbiamba de la presidenta”.

Difícil definir qué pudo pasar por la cabeza de Roa o de su capo, lo mismo da, al recurrir a ese término: cumbiamba. El Diccionario de la Real Academia remite a cumbia, que como bien sabemos -por encima de derivaciones que tiene en muchos países, entre ellos la Argentina- es la danza popular colombiana. Difícil definirlo, pero huele fétido.

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