PILATOS Y LA INCOMODIDAD DEL PODER

Por Norberto Colominas

Cuando Poncio Pilatos se lavó las manos, en realidad se las estaba ensuciando. Así ocurre con el poder: da y quita, promete y nunca cumple, despierta expectativas y acto seguido las frustra; hoy se lo tiene, mañana no.
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Algo así debió sentir Poncio Pilatos cuando debió decidir la suerte del joven Jesucristo. La duda era: hacerle caso a la multitud, que pedía su crucifixión, o liberarlo por falta de mérito, que es lo que él quería hacer. Jesús terminó en la cruz, la plebe contenta y Pilatos amargado.

Sin ánimo de filosofar, esta vieja historia, que ya tiene más de 2000 años, debe hacernos reflexionar sobre los límites de eso que llamamos el poder, o mejor dicho, sobre el ejercicio del poder. Es algo que, en primer lugar, modifica al que lo ejerce, influye en todo el mundo, crea amigos y enemigos, trae la guerra o la paz, sostiene la vida y provoca la muerte.

La historia del hombre en la tierra es también la historia del poder, cuyo ejercicio  conoció infinitos modos, formas, resultados. Desde los faraones hasta  Menem, desde Moisés a Hitler, desde Atila a Gandhi, de Nefertiti a Dilma. Cinco mil años de hombres y mujeres poderosos/as, de engaños y fantasías, de promesas y sangre y revancha. Capuletos y Montescos, cristianos y árabes, blancos y negros. Todos revueltos y escurridos por las cañerías del tiempo.

Se dice que la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno, de poder. Durante miles de años gobernaron reyes y dictadores diversos; hace pocos siglos gobiernan presidentes, con un poder parlamentario y otro judicial separados, aunque no siempre independientes.

A veces la mejora parece sustancial; a veces no. Hitler llegó al gobierno mediante elecciones, pero gobernó como un tirano feroz. A Lenin lo llevó al poder una revolución, e hizo mucho por Rusia. Stalin, a quien nadie había elegido, ni siquiera Lenin, se encargó de borrarlo.

El poder nunca es unívoco; está rodeado se sospechas, de malos entendidos, de trampas y traiciones. Es una de las peores cosas que inventó el hombre, pero lamentablemente nada hace pensar que podamos vivir sin su paraguas.

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