EL SANTIAGUEÑAZO CON DEMORA INDOLENTE



por Javier Trímboli

La revuelta producida en Santiago del Estero, el 16 de diciembre de 1993, a causa del adeudamiento de salarios a los empleados públicos muchas veces es pasada por alto, cuando en realidad fue un punto de capitón que, en perspectiva, está unido a la crisis de 2001.
Santiagueñazo

Es cierto, en esa última entrevista Luca Prodan no dijo Santiago del Estero, sino Formosa. «¿Vos fuiste a Formosa? ¿Y vos?Nadie. No conozco una sola persona que me ha haya dicho ´fui a Formosa´.” Extraviado protagonista de la primavera democrática, a la que mira huyendo de Europa y de la heroína, Luca detecta uno de sus puntos ciegos. Porque esa ilusión fue tal gracias al bajo registro de las provincias, “crueles” agregaba Borges en célebre poema y resumía un sentimiento de larga duración. Menem, por supuesto, las torna visibles, pero su política económica las vuelve inviables. Desde ellas se dispararán las luchas más resonantes de la década.

Santiago del Estero, 1993.
 Desde que arranca el año, el tema que agita es el incumplimiento en el pago de salarios a los empleados públicos. La mitad de la población trabaja en la administración, la conmoción entonces es general. Cuando la desocupación ya se está convirtiendo en flagelo, Santiago de Estero ostenta los menores índices de desempleo. La reforma del Estado no lograba avanzar. Sólo hay cincuenta días de clase en el año, pero los maestros cosechan el apoyo de padres y alumnos. Son el nervio de la movilización.

Gobierna una fracción del Partido Justicialista, porque no hay en ese momento un liderazgo que se imponga. Por las traiciones varias que ha habido al interior del justicialismo, por las apetencias del  radicalismo que gobierna la capital. Escándalos de corrupción comprometen a los principales dirigentes. Las movilizaciones callejeras no descansan y sobrevuela el fantasma de la intervención federal. Hasta que Cavallo promete los fondos frescos para ponerse al día con los salarios y las cosas parecen ordenarse. La condición es que se apruebe la ley ómnibus que dé luz verde a la reforma del Estado. Se aprueba y no hay quien quiera perderse la foto de un final feliz. Pero desde Buenos Aires se desconfía de la disciplina santiagueña y la plata no llega. Temperatura en aumento.

El 10 de diciembre se festejan los 10 años de democracia con un acto en el Luna Park.  En la primera fila está Menem. Lo acompañan casi todos sus ministros y los gobernadores de Santa Fe y Tucumán, Reutemann y Palito Ortega. Después del discurso presidencial, el plato fuerte es la actuación de Gasalla encarnando a la maestra Noelia. Menem se ríe con ganas de los chistes, aunque también hagan referencia a la Ferrari Testarossa. Quien verdaderamente está siendo caricaturizada es la maestra. El día anterior, una “caldera violenta” –así dice La Nación- había sido La Rioja, donde 3000 manifestantes repudian el despido masivo de trabajadores del Estado. Tampoco esto ensombrece al presidente. El pacto de Olivos ya está en marcha y, reforma constitucional mediante, tiene garantizado un nuevo mandato. En sucinta redacción alusiva al día de la fecha, un alumno de Noelia escribe: “la democracia es esto que nos viene pasando en estos últimos diez años”. Suspendido con veinticinco amonestaciones. Estallan las risas.

En Santiago, el 16 de diciembre maestros y empleados públicos se amontonan frente a la Casa de Gobierno. La policía esta vez no está dispuesta a reprimir. Después de todo, a ellos también les adeudan salarios. La multitud se abalanza sobre la Casa de Gobierno y le prende fuego. Después le toca a los tribunales y a la legislatura. Todo, hay que decirlo, salpicado con motivos carnavalescos. Una foto registra a un hombre, camisa blanca y piel oscura, saludando cual caudillo desde el balcón de la Casa de Gobierno. Otra, a uno que se calzó un vestido de Nina Aragonés de Juárez y se pasea por las calles que hierven. Porque la multitud atacó también las casas de los políticos más relevantes, de uno y otro signo. En francés nombró lo tomado: “souvenirs”. El senado provincial clamó por la intervención federal y adujo que todo había sido obra de subversivos. En los días siguientes la Gendarmería se hizo sentir.

¿Qué pasó con el Santiagueñazo? Casi de inmediato se lo ninguneó hasta hacerlo desaparecer, cual si sólo fuera un acceso de cólera de una banda  de forajidos o asunto de una provincia en la que pasan cosas de locos. Aunque de magra cosecha, el triunfo de Juárez en las elecciones de 1995 también sirvió para enterrarlo.

Aunque en este diciembre apenas haya sido nombrado, en la genealogías del 2001 -también como expresión no fabulada de nuestra vida democrática-, el Santiagueñazo se destaca. El escritor Julio Carreras (h) señala que toda la historia de su provincia confluyó en esos días, como si los indómitos juríes hubieran vuelto. Nuestros republicanos se sienten a gusto hablando en nombre de víctimas enmudecidas, pero les agarra tirria cuando finalmente actúan y lo hacen muy lejos de la normativa ciudadana.

“Amo Formosa. Nunca fui y quiero ir”.
 Así remataba Luca, como si también explicara por qué vino a la Argentina.

 
Telam

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