UNA PRUEBA INESPERADA

 

Por Eric Nepomuceno

Hay una especie de estupor –irritado estupor– en la cúpula de la FIFA, que controla el gran negocio del fútbol mundial. La Copa Confederaciones, que se desarrolla en Brasil, debería ser, además de una prueba para el Mundial que el país abrigará dentro de un año exacto, una gran vidriera para que la entidad haga lo que más sabe hacer: negocios millonarios, con toda su consecuente carga de corrupción.UNA PRUEBA INESPERADA

En un aspecto, el plan funcionó: los ojos de medio mundo están puestos en Brasil. Todo lo demás resultó en un desastre. No por coincidencia, la apertura del torneo concordó con el más espectacular brote de manifestaciones populares de los últimos 30 años en el país de Pelé, Garrincha, Rivelino, Sócrates, Zico y una vasta congregación de genios del fútbol.

La FIFA tiene un rol protagónico en las marchas populares, pero como blanco de las protestas. Patrocinadores tanto de la Copa como del Mundial del año que viene, como las automotrices Hyundai y KIA, se dan cuenta, asombradas, de cómo sus concesionarias son destrozadas por turbas enfurecidas. No se trata de destrozar en protesta por la calidad de sus coches, sino por el patrocinio de los torneos.

Joseph Blatter, el presidente de la FIFA que logró zafar de las acusaciones –y de las pruebas contundentes– de corrupción aguda, argumentando que los estatutos de la entidad no preveían castigo para los corruptos, no logró zafar de los abucheos cuando su nombre fue anunciado en el juego de apertura formal de la Copa Confederaciones. Y se dio cuenta de que la cosa iba en serio cuando manifestantes enfurecidos empezaron a intentar bloquear los estadios, exigiendo que la policía militar de diferentes estados brasileños hiciese gala de su capacidad de salvajismo. Blatter vio cómo los hoteles donde se alojan selecciones extranjeras fueron blanco de protestas y cómo varios buses y automóviles, por el simple hecho de ostentar la credencial de la FIFA, se transformaron en blanco de la furia.

No por casualidad el presidente de la institución que controla el fútbol –y la vasta, infinita gama de intereses millonarios que la rodean–abandonó súbitamente el país y voló hacia Turquía, con la frágil excusa de que iba a prestigiar la inauguración de un torneo menor promovido por su institución.

El regreso de Blatter se dio en un vuelo fletado de Turquía para Belo Horizonte, capital de Minas Gerais, el estado que tiene la tercera mayor economía del país y donde se disputó ayer por la tarde la semifinal entre Brasil y Uruguay. El capo di tutti capi del fútbol mundial exigió –y fue atendido– un esquema especial de seguridad, a cargo de las autoridades públicas.

Sobran razones para tanto cuidado: la FIFA y el Mundial del año que viene ocuparon un lugar destacado en las multitudinarias, y muchas veces violentas, manifestaciones que coparon las calles del país. El prepotente e impertinente “patrón FIFA” de exigencia para los estadios y servicios relacionados con el Mundial pasó a ser exigido, en las calles, para programas de salud, educación y transportes públicos. La FIFA logró alterar puntos de la legislación nacional, logró que el Estado brasileño se comprometiese con todas sus exigencias, y algo más. El problema es que ese algo más no estaba en sus planes.

Cuando decían exigir “patrón FIFA” para todo, los mandamases del deporte seguramente no esperaban que las manifestaciones populares pasasen a exigir, en las calles, el mismo “patrón FIFA” para hospitales, salud, transporte, seguridad pública. Y que la sigla de la institución se transformase, en las consignas populares, en sinónimo de denuncia de obras sobrefacturadas, corrupción, desvío de recursos públicos.

Ahora, cuando la Copa Confederaciones entra en su etapa final, el capo Blatter, reunido con sus asesores, esperaba hacer el balance de ese ensayo para lo que deberá ocurrir dentro de un año.

Seguro lo hará. Pero hay ingredientes inesperados a la hora de analizar el resultado de la receta.

Por ejemplo: no existía la perspectiva del humo de las bombas de gas lacrimógeno lanzadas por la policía en los alrededores de los estadios, porque nadie esperaba que por todo el país brotasen manifestaciones multitudinarias. Nadie podía esperar que los patrocinadores ocultasen sus marcas para preservarlas de la ira de los manifestantes. En Belo Horizonte, una concesionaria de la Hyundai muestra un cartel: “Estamos a favor del cambio, pero sin violencia”. Es que en la última manifestación, al ser identificada como patrocinadora de la FIFA, la tienda fue destrozada. Resultado: 500 mil dólares de pérdidas.

Hay más disgustos para Blatter y su grupo. Faltando un año para el Mundial, quedó en evidencia que falta mucho, muchísimo por hacer. Ahora mismo se constató que solamente seis de los doce estadios donde se disputará el Mundial están listos. La FIFA exige, creyendo que todavía puede exigir, que estén listos para el fin del año.

Además, está la calidad del césped de las canchas. Preocupadas por los agujeros que surgen a cada tanto –y que pueden causar lesiones graves a los jugadores– varias selecciones han protestado. El estadio de Brasilia, uno de los más caros del mundo, dedicó unos cinco millones de dólares solamente al césped, que no resistió siquiera al partido inaugural. En el legendario Maracaná, reformado a un precio de 600 millones de dólares (atención: reformado, no construido), el césped aguantó con más dignidad. Sólo se reveló desastroso al segundo partido.

Un dato curioso: en el intervalo de los partidos disputados en el Maracaná, diligentes funcionarios recorrían la cancha munidos de latas de spray verde para cubrir los vacíos y no dejar que la televisión enseñase la verdad.

Las comunicaciones de Internet y celulares de la nueva generación, la 4G, son frustrantes. Faltan locales de alimentación y, cuando los hay, falta comida. Las entradas vendidas por Internet se duplican, o sea, gana quien llega antes. Los hoteles multiplicaron sus precios por tres. El traslado hacia los estadios carece de organización y, cuando se organiza, tropieza con las manifestaciones callejeras. Hay al menos cinco casos en que buses de la misma FIFA no pudieron llegar a los estadios por el bloqueo de las brigadas de la policía militar destinadas a impedir el paso de manifestantes.

A esta altura, Blatter ya sabe de todo eso y más de uno en el gobierno brasileño estará arrepentido de haber abrazado el sueño de Lula da Silva, futbolero fanático, de hospedar un Mundial en Brasil.

Se esperaba que la Copa Confederaciones fuese una prueba para la estructura armada para recibir a un Mundial. Lo que se comprobó es que miles de millones están siendo destinados a algo que poco o nada dejará al país. A menos, claro, que Brasil logre el milagro de salir campeón en 2014.

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