«DIEGO ES UN PERSONAJE DE ÓPERA ITALIANA»

juan Villoro

 
Por Ricardo Gotta y Ezequiel Scher
 
 Fútbol y literatura: mano a mano con Juan Villoro. Imperdible charla con el escritor mexicano, tan futbolero y tan maradoniano. Como tal también admira a Messi: “Es como el cadáver del Cid: con su sola presencia, los rivales huyen despavoridos.” Cuenta por qué los escritores se obsesionan con los perdedores y por qué el boxeo es más literario que el fútbol.
 
 En tus cuentos, recurrentemente aparecen personajes que fracasaron en algo. ¿Por qué te gustan tanto los perdedores?
Las derrotas exigen una historia que las explique porque cuando hay una caída, hay algo que no se completa, algo que decepciona. Se trata de buscar un lazo que lo haga tolerable. Cuando estás con el médico, viendo una radiografía, y hay una manchita que llama la atención, empezás a pensar en algo que pueda justificar esa manchita. Buscas distintas posibilidades exotéricas antes de recibir el diagnóstico que, a lo mejor, es un tumor. Entonces, necesitamos historias que sirvan para sobrellevar las derrotas. En cambio, el triunfo no requiere de nada que lo justifique. Se parece más a una cosa absoluta. El triunfo siempre es redundante. Y en ese sentido, poco narrativo.
 
–Vivimos en una sociedad exitista que siempre admira a los que ganan, ¿Por qué nos detenemos a leer cosas de perdedores?
La literatura sirve justamente para compensar las pérdidas, las carencias, las cosas que no hemos vivido y los amores imposibles. Todas las historias de amor tienen que ver con historias que no pudimos resolver. Algún problema para que se realice. O la pérdida o el malentendido que llevó a ese amor. La felicidad construida no tiene sustancia narrativa. Nos da mucho gusto en la vida, pero carece de sentido literario. Tolstoi arranca Ana Karenina diciendo: “Las familias felices no tienen historias.” El sufrimiento te singulariza. La alegría te vuelve un tarado sonriendo parecido a cualquier otro. La felicidad tiene un contenido vacío: una vez que la logras, no hay que ponerse a explicarla. Necesitamos leer el sufrimiento ajeno. La gran paradoja del arte es que aprovecha el dolor para generar placer. 
 
La figura de Maradona te enloquece: ¿nos gusta más su carácter triunfalista o su capacidad de sobrepasar las derrotas?
En Diego, el triunfo ocurre frente a todos los pronósticos. Sobre todo, por haber nacido en Fiorito, uno de los lugares menos auspiciosos para nacer. La forma en que consiguió los triunfos es lo que sorprende. El haber jugado en equipos no muy poderosos, donde fue una especie de líder rebelde que los llevó a un lugar inesperado para la mayoría de los espectadores. Lo mismo ocurrió con Argentina del 86. Ví ese Mundial. Recuerdo una bandera en el Azteca: “Perdónanos Bilardo”, al que habían estado puteando durante toda la eliminatoria, pensando que no harían nada. Y los jugadores de ese equipo, salvo Diego, no eran grandes estrellas. Jorge Valdano siempre me dice que estoy hablando muy mal de ellos, pero es así. Su mérito es como ganar contra los pronósticos. Incluso, da la sensación de triunfar contra la vida cuando dice ‘me cortaron las piernas’. Es un jugador incómodo y eso le gusta a la gente: se opone a las cosas, a lo establecido. Incluso, su problema extrafutbolístico lo vincula con la gente. Porque tu puedes sentirlo cerca. Si fuera un monje que medita de lunes a sábado y el domingo juega, lo sentirías muy lejos de ti, entonces no sería lo mismo. Diego comete todos los errores que tú no te animas a cometer y luego los redime con ese pie izquierdo. Eso lo convirtió en alguien muy literario.
 
–¿Qué tan literario es Messi?
-No tiene condiciones de ídolo latinoamericano. Sí como ídolo deportivo. Desde el punto de vista atlético, probablemente, llegará a superar lo que hizo Diego en cuanto a goles y a partidos. Es más un ídolo estadístico y es impresionante lo que hace dentro del campo. Lo curioso es que tiene que ganar con Argentina. Tendrá dos oportunidades más para hacerlo.
 
 
–Messi pareciera ser muchas cosas: es rosarino, con la pasión que tienen ellos y a la vez, un jugador de laboratorio.
–Messi es como un rosarino secreto. Si no supieras que es de ahí, no te enterarías mucho. Ser rosarino es una forma muy exagerada de ser argentino. En Messi no se cumple tanto, al menos desde la cuestión retórica. Quizás por dentro sea distinto. Su vida íntima existe. Dice Guardiola que hay en entrenamientos en los que llega Busquets y le hace una entrada dura. Messi se mira la herida y dice: “Esta herida dice Busquets.” Y tres semanas después se venga, con una entrada dura: hay sangre caliente, hay sed de venganza, todo dentro de la fibra subjetiva.
 
¿Diego es un personaje más literario que Messi?
–Absolutamente. Diego es un personaje de ópera italiana. Su vida es tan desmesurada que da para todo. Vi un anuncio comercial de seguros de vida y médicos, en donde él dice: “Yo he hecho todo lo posible para destruir mi vida y no lo he logrado. Ahora hay alguien que me cuida.” Es tan increíble que las desgracias las convierte en narrativa al punto de ponerlas en una comercial de seguros. Si lo tiene Diego, yo, que me voy a exponer menos, debería tenerlo…
–También, a su vez, es más difícil volver a Diego ficción.
–Claro. Diego ya está narrado. Llega narrado y es parte de su virtud. Meter un gol con la mano es una picardía. Yo estaba en el estadio y me pareció que fue de cabeza. No tuve los binoculares ni la sagacidad de Víctor Hugo Morales que, de inmediato, dijo: “A los ingleses hasta con la mano”. Yo no me di cuenta. Pero convertir unos minutos después esa picardía, cuando te preguntan qué fue eso, y decir que fue la mano de Dios: es convertirla en una leyenda. Es su propio biógrafo. Diego se evangelizó a sí mismo. Es muy poco lo que hay que aportar. 
–¿Vos utilizás al deporte como excusa para contar a la sociedad o a la sociedad como excusa para el deporte?
Cuando escribo ficción, aparece el deporte. Simplemente es algo que agrega el escenario y marco. Lo importante es la condición humana. Los anhelos, las pérdidas, las frustraciones, las venganzas y las lealtades. Todo lo que cristaliza eso tiene que ver con un relato. La historia de la amistad de quien ayuda a un amigo sin darse cuenta que eso lo va a perjudicar. Aunque actúa lealmente, no como un manager de ganar a cuesta de todo. Lo hace para que tú te sientas bien. Y cuando te sientes bien, muchas veces, te quedas quieto y sin hacer nada más. Las musas y la inspiración muchas veces vienen de la incomodidad. Cuando estás mal, buscas soluciones para resolverlo. Hay futbolistas que están acorralados y hacen un regate para salir de dos defensas. O un escritor descubre una frase para zafar. Si a mí llegara una musa, si a mí me llegara Nicole Kidman, me paralizaría, yo sería un sujeto balbuceante, que no podría decir nada. Si me llegara una bruja impositiva, que me dice: “Te voy a cortar los huevos si no escribes algo”, voy a sacar algo para decir… Esa tensión es la que me interesa del deporte:acorralar personajes para que revelen una elocuencia. Para ver los valores o las fobias.
¿La sociedad argentina también vive en esa mezcla de épica y de fracaso en la que siempre está Diego?
–El Superclásico bien refleja el tipo de sociedad que tiene ahora Argentina. El esfuerzo es mucho más grande en las gradas y no en la cancha. Un partido donde no importaba el marcador y se jugaba por la humillación de la hinchada rival. Dos tribus enfrentadas: refleja la sociedad argentina. También pasa en España con la crisis: es mucho más fuerte la pelea por no descender que por triunfar. Eso dice algo de nuestro tiempo. 
–Hablás de musas inspiradoras, ¿qué pasa cuando aparece un equipo como el Barça? ¿Cómo se lo cuenta?
–Uno de los grandes casos del Barsa de Guardiola es la renovación de las expectativas. Cómo sigues adelante cuando ya estás estás en la meta. Cuando engordas de trofeos. Hubo un revulsivo muy grande para el Barcelona, involuntario: la llegada de Mourinho al Madrid. Mejoró al Real, pero también al Barça porque recibió a alguien que les dice que no han ganado nada, que ganaron con tretas, no son tan limpios como parece, tienen un juego bastante aburrido. Ahí encontraron un impulso para seguir adelante. Y eso es muy difícil. Mourinho es muy inteligente: al cabo de tres o cuatro años se va de un equipo y es justificado. Ahora el Barcelona tendrá que pasar por un purgatorio para renovarse, para sobrepasar el final de Guardiola.
 
–¿Ganar siempre, es casi peor que no ganar nunca?
-Sí, porque tus expectativas bajan. Todo equipo tiene que tener expectativas menores. Ganarle al rival odiado de tu ciudad. De pronto, una remontada. Hazañas menores como jugar bien. El Barcelona llegó a ese nivel de perfección que cada resultado ajeno al éxito es el fracaso. Lo mismo le pasará a Guardiola en Bayern: tendrá que inventarse nuevas expectativas.
¿Lo brillante de Messi puede agotar los modos de contarlo?
–Afortunadamente, siempre te da sorpresas en el plano deportivo. Por ejemplo, en el partido contra el Saint Germain, en el Camp Nou. Los franceses borraron tácticamente al Barsa, como le pasó con muchos buenos equipos de la Champions. Pero fue impresionante. Ellos van dominando y en el minuto 16 del segundo tiempo, entra Messi y todo cambia. Y es un poco como el cadáver del Cid cuando lo sacan contra los moros: la sola presencia del Cid hace que los moros huyan despavoridos, según la leyenda. Lo diferente es que esta leyenda ocurrió frente a nuestros ojos. Messi entró con una pata de palo, sin embargo creó lo que no había sucedido en el partido: la posibilidad del peligro. No definió el gol, ni siquiera dio el pase definitorio, pero generó la idea de que el peligro es posible. Así armó el gol que los clasificaba. El PSG se derrumba anímicamente y los jugadores del Barsa, que estaban dormidos, despertaron. Fue ver un partido donde un jugador escribió su propia posteridad. Algún día el equipo ganará con su leyenda. Decía Nelson Rodríguez, el cronista brasileño: “Los muertos juegan para su club”. Así que, de pronto, uno juega ante el Madrid y juega Di Stéfano. O en el River, juega Sívori. Los grandes jugadores llegan en alma y no en cuerpo. Vimos a Messi jugar ese partido sólo con el espíritu. Es otra paradoja de este jugador: es una sorpresa narrativa. 
¿Cómo ves al fútbol argentino?
No quisiera ser maleducado con mis anfitriones. De hecho, en Italia ’90 pedí seguir a Argentina porque era apasionante: estaba Diego y Diego jugaba en Nápoles y, de algún modo, les dijo que los verdaderos italianos eran los del sur. Apasionante. Tengo una pasión grande con Argentina, pero pasa un mal momento. Porque hay una tendencia distinta. Mira, Borocotó, en El Gráfico, propuso que se le hiciera un monumento al dribbling. Es algo muy argentino. Durante mucho tiempo, la cultura argentina consideraba que el que metía goles empujando la pelota, como Higuaín digamos, era del montón. Los jugadores que quedaban en la leyenda eran los que hacían jugadas extraordinarias. Eso gusta mucho al público argentino. Y eso no lo ves. Ya no hay gente que haga dribbling o regatas. En el Superclásico, los jugadores pateaban y lo mejor era que le pegara a algún rival para que no se viera lo mal que estaba pateado eso. Es un fútbol que en México llamamos llanero. Si tú has visto jugar a (Osvaldo) Ardiles, un jugador que prefigura la mediacancha del Barcelona. Prefigura claramente a Xavi y a Iniesta. Por físico, es el modelo y la matriz. 
 
–El fútbol argentino, al menos mantiene el apasionamiento. Bueno, justo estuviste con Eduardo Sacheri en la Feria…
–En eso todos estamos hechos de lo mismo. No debemos resignar al niño que se enamoró del fútbol. El fútbol es la infancia y podemos cambiarlo todo, pero no la infancia. Hay un cuento fantástico de Fontanarrosa, que se llama “El Viejo y el árbol”, donde hay un intelectual viendo un partido y se le acerca un chico que lo admira: ¿A usted le gusta el fútbol profesional por el arte? Y él le dice que sí, porque las gambetas son el arte, es pintura por los colores del campo, es poesía por los cánticos de la hinchada, es magia por lo que sucede en cada escena y es relato porque hay un principio, un nudo y un desenlace. De pronto, está contando eso y ve una jugada y se enoja con el árbitro, le grita: “Hijo de tu reconcha madre, no fue penal”. El muchacho se le queda viendo al viejo y le pregunta: ¿Y maestro, eso qué es? Y él le responde: “Eso, eso es fútbol.” Esa pasión que va más allá de todo del arte, de lo que sea.
–En Dios es redondo, pintás a un dios sudamericano. ¿Ahora el fútbol más vistoso está trasladado a Europa, a España, sería un Dios europeo?
El Barcelona generó un fenómeno cultural en los tiempos de Guardiola por una cuestión identitaria. Un tipo que ha sido recoge-bolas se vuelve figura. La forma en que jugó ese Barça asociando la estética con el triunfo. Somos muchos los que consideramos que la belleza es el éxito del juego y Pep lo llevó a cabo. Ahí se focalizó un sueño mío o de mi papá, que lo primero que me regaló cuando nací fue un llavero del Barcelona. Guardiola nos indicó que íbamos a disfrutar el doble y sufrir el doble porque todo lo que estaba ahí nos representaba. Pero ese equipo está en un ocaso y la Liga va cambiando… El fútbol está tan globalizado que las pasiones se desplazan muy rápido.
 
Visita
El autor de Dios es Redondo, participó de varias charlas en la Feria del Libro. Una de ellas, muy futbolera con Eduardo Sacheri.
Paladar negro
Sufre por el Necaxa, goza con el Barcelona. Añora al fútbol argentino del pasado. Compara a Ardiles con Iniesta y Xavi
Los puños
En La casa pierde aparecen unos guantes de boxeo. Si tomáramos a los deportes como elementos literarios, ¿El boxeo es más literario que el fútbol?
Sí. El boxeo dio mejores películas. Es un deporte solitario, individual y, ya  eso es bastante. Es mucho más difícil hacer una trama de un juego de varios. Casi siempre seleccionas a uno de los personajes del juego en conjunto. Luego, también, el fútbol llega narrado por futbolistas o por las hinchadas. El fútbol construye narraciones colectivas que han ayudado que eso que llega a ti esté absolutamente narrado y justificado. En cambio, los boxeadores, rara vez, tienen tanta mitología. Por ejemplo, en el libro en Un Campeón Ligero, me interesó mucho el tema de recibir castigos. Podemos entender con mayor facilidad que alguien quiera propinar golpes a que quiera recibirlos. Pero en México existe el boxeador fajador, el que asimila, resiste los golpes. El que no busca el nocaut rápido, el que espera tener distancia. Qué tipo es capaz de subirse a un lugar a esperar que lo golpeen… A mí me pareció que podía ser el protagonista de una buena trama: un sujeto que se siente culpable de haber cometido un posible asesinato y purgarlo a la hora de recibir castigos. Tiene un periodista amigo que puede buscar su historia, investiga y encuentra que no fue el que mató: para ayudarlo, le da la noticia de que no fue. Eso, increíblemente, lo destruye. Toda su vida estaba estructurada para recibir castigos, y purgarlos en el ring. Es interesante cuando en la literatura se desplazan estas nociones de lo bueno y lo malo. En el boxeo como hay más violencia y más cosas, se vuelve más expuesto.
La historia marginal de muchos boxeadores debe ayudar.
–El origen del boxeador se parece bastante más al de Diego que al de la mayoría de los futbolistas.

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