La venganza de la selva y del agua.

En la lectura de un libro sobre el éxodo guaraní de 1630, con el Padre Antonio Ruiz de Montoya a la cabeza, se puede leer el siguiente párrafo: “La balsa trayendo los veinte sobrevivientes bajaba lentamente por el gran río Paraná. Sus ocupantes no hablaban; permanecían silenciosos y meditando con desagradable tristeza los sucesos acaecidos, probablemente entremezclados con las imágenes de  la familia. No sería nada fácil retener en la mente si se amontonaban de golpe, y todos juntos, los seres queridos y las jornadas vividas con tanta angustia y ferocidad desde el inicio de los preparativos a la trágica fuga. Porque desgraciadamente, en el debe infeliz del éxodo, deben contabilizarse los muertos en el río y los muertos en la selva. Selva bellamente verde y engalanada de flores silvestres en todo el trayecto terrestre, y que jamás se separó milagrosamente como el mar Rojo facilitando el paso de los hebreos. Y el verde, al contrario, verde siguió y voluminosamente enmarañado, dificultando el camino del hombre convertido en invasor involuntario al destruir obligadamente la vegetación a su paso. Es el momento en que la selva insensible a los conflictos humanos reacciona como ser viviente y activa con saña feroz sus mecanismos defensivos. Se vuelven agresivos las ramas, las espinas y el matorral. Las alimañas atacan, las víboras reptan belicosas, los mosquitos se abalanzan impiadosos, las miasis se multiplican, las fieras enloquecen oliendo carne humana y aparecen misteriosamente esa rara enfermedad que cambia de color a la piel, producen hemorragias, vómitos y diarreas. Eso y más pestes debieron soportar los dolientes fugitivos”.

El Chamán siempre repetía: La selva protege a todo ser vivo cuando la busca como refugio. Si se la ataca se vuelve terriblemente cruel y vengará la ofensa cobrándose de la peor manera.

 

¿Y el agua? El agua también se venga cuando en las sábanas les invaden su lecho. ¿No leyeron al brillante ecologista Antonio Brailovski? Decía en uno de sus libros que el río y los arroyos no solo son cursos de agua, es un sistema complejo que incluye sus desbordes y a los valles de inundación que ocupa cada vez que se sale de madre. Con el correr de los años las ciudades fueron creciendo sobre los valles de inundación. Zonas fáciles de ocupar en tierras públicas o en tierras baratas loteadas por empresas inescrupulosas toleradas por el poder público. Una ciudad en extensión sin prevenciones tumba árboles protectores y provoca la impermeabilización de grandes superficies. El cubrimiento continuo del suelo por miles de toneladas de cemento significa que el agua ya no puede penetrar en la tierra ni ser absorbidas por las raíces de los árboles. Por ende, escurre en superficie y cada vez va más agua sobre el río y si no elaboran estructuras que prevengan desbordes calamitosos, sucede el caos con víctimas y daños materiales. Y prudente se preguntaba si cuando todo esto sucede ¿Podemos calificarlo de desastre natural? ¿Cuánto de natural tiene esta práctica de construir una ciudad en lecho de un río? Al mismo tiempo repreguntaba contundente: ¿Hablar de desastre natural no es una forma de desviar la atención de que ese desastre tiene responsables concretos? Pongo de ejemplo ¿Desboscar a mansalva en pro de la sojización o para lo que fuera, no es acaso un crimen de lesa naturaleza?

Digo: A los funcionarios dejémosles que hagan su tarea y exigirles que realicen bien, pero nosotros simples ciudadanos podemos colaborar. ¿Cómo? Plantando árboles en las veredas de nuestras casas y negocios, y no tirando desperdicios en las calles.

Dr. Rubén Emilio García

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