LA GRAN DUDA

Por Silvia TORRES //-.

La designación de Bergoglio para presidir la Iglesia católica romana es una demostración de la importancia que América Latina cobró en el contexto mundial. Conservador acérrimo, ¿avalará las posiciones culturales progresistas, la independencia del mundo financiero y los avances económicos con inclusión? Jorge-Mario-Bergoglio_

 

Que fue sorprendente, no se puede dudar. Que Jorge Mario Bergoglio -un jesuita de meteórica carrera dentro de la iglesia católica argentina-, fuera elegido como Papa con el nombre de Francisco impactó fuertemente en el mundo entero, muy especialmente en América Latina y, muy particularmente, en la Argentina, de donde es oriundo.

 

Mandatarios latinoamericanos saludaron la decisión, entre ellos, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien twiteó acerca de su esperanza de que el flamante pontífice logre persuadir a los poderosos del mundo para que dialoguen.

 

Durante su magistratura en la Argentina, donde alcanzó la máxima jerarquía dentro de la iglesia católica en años aciagos para el país durante la más violenta dictadura militar y, luego, con gobiernos de neto corte neoliberal que postraron al pueblo a estados de pobreza inéditos, Bergoglio construyó su meteórico ascenso, de la mano de sectores ultra conservadores y del peronismo de derecha. Con el arribo de los Kirchner a la primera magistratura, los medios de comunicación hegemónicos difundieron sistemáticamente los mensajes siempre críticos del obispo y se lo vio frecuentemente fotografiado en compañía de ex funcionarios menemistas y con los opositores de los más variados perfiles.

 

Se lo recuerda, además, por su compromiso en la lucha contra la trata pero oponiéndose con descarnada fiereza contra el matrimonio igualitario –al punto de convocar a una “guerra santa”- o la despenalización del aborto, al tiempo que las asociaciones de derechos humanos le endilgan connivencia con la dictadura genocida por lo que está involucrado en juicios de lesa humanidad, en Argentina y Francia, debido a testimonios de sobrevivientes.

 

El impacto en América Latina y en la Argentina, en particular, desató una verdadera catarata de opiniones en las redes sociales, algunas de las cuales reclaman valorar el hecho de la designación del cardenal como algo positivo para el continente y el país, mientras otros se ocupan de informar acerca de la larga lista de obispos, sacerdotes, seminaristas y laicos detenidos, desaparecidos, asesinados y unos pocos que fueron liberados y que justamente son la voz de quienes fueron muertos en los centros clandestinos de detención, en los aciagos días de la dictadura que asoló el país entre 1976 y 1982. Años en los que ya Bergoglio era un peso pesado dentro de la jerarquía eclesiástica y por ello se lo responsabiliza por complicidad en la detención, tortura y desaparición de sacerdotes jesuitas, la congregación de la cual era el superior.

 

Se le reconoce al nuevo Papa una gran austeridad, formada seguramente durante su infancia y juventud como hijo de un matrimonio italiano, cuyo padre era un ferroviario. Habrá que ver cómo se adapta a los oropeles y la fastuosidad vaticana. Que nadie se confunda, austeridad no es sinónimo de humildad y, mucho menos, que Francisco sea el representante de la Teoría de la Iglesia del Tercer Mundo.

 

Lo que no se puede dudar es que la elección de Bergoglio como Papa Francisco obedece a un pormenorizado análisis de la coyuntura internacional y que determinó que, en plena Guerra Fría, se elija al polaco Karol Wojtyla como Juan Pablo II, luego de la confusa muerte de Juan Pablo I, que incidió con todo el peso del Vaticano para la caída y el desmembramiento de la Unión Soviética, con las consecuencias económicas que hoy vive Europa; que en pleno auge de la “era” Bush se nombre a un hombre proveniente del riñón del neoliberalismo alemán, como el renunciado Joseph Ratzinger o sea Benedicto XVI y, ahora, con una América Latina orgullosamente desobediente a las imposiciones de los poderes fácticos del mundo, con una iglesia católica que pierde centenares de adeptos por día y, por lo tanto, su incuestionable hegemonía de siglos, la designación del argentino puede leerse dentro de ese marco de análisis.

 

¿Viene Francisco a contribuir a la paz y la dignidad de los pueblos de este lado del mundo o viene a recuperar el terreno perdido –sea con la Cruz y la espada- y a incidir para la domesticación y el alineamiento de gobiernos díscolos?

 

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