UN HACEDOR DE SUEÑOS

por Daniel YÉPEZ /-.

El comandante Hugo Chávez Frías, presidente de la hermana República Bolivariana de Venezuela, hace apenas unas horas, decidió levantar sus alforjas de dolor para iniciar su merecido descanso en el más allá.hugo-chavez-biografia

Aunque muchos no lo crean no se fue sólo. Partió acompañado por la dignidad de la tarea cumplida y sabiendo que -a su manera- fue un hacedor de sueños. Un constructor de aquellas utopías por las cuales luchamos tanto en los años rebeldes, ese tiempo en que creíamos que el ardor de la revolución estaba tan cerca que podíamos tocar el cielo con las manos, aunque nos chamuscásemos la nariz. Se fue diciéndole a Bolívar, con quien debe haberse reencontrado en un diálogo interminable, a San Martín, a quien guardaba eterna admiración, a Artigas, al que nunca olvidó y a Mariano Moreno, en quien se inspiró para la acción, que había cumplido su misión. Y es muy probable que le esté comentando a Bernardo de Monteagudo, a Manuel Ugarte, a Augusto César Sandino, a Ernesto Guevara, a Félix de Morazan y también -porque no- a Rubén Blanco Fombona, a Don Arturo Jauretche, a su amigo Néstor Kirchner y al mismísimo Abelardo Colorado Ramos, en quien se inspirara recientemente, que la sangre derramada, los suerños truncados y los dolores interminables no fueron en vano.
Y que ese sueño colosal y tormentoso y para muchos inalcanzable -y para algunos absurdo- de ver concretada una América Latina unida y en tránsito hacia su emancipación, como pueblos alfareros de su propia historia, al decir de Bolívar, no era una frase hueca. Que semejante proyecto era posible y no una consigna impulsada por grupos delirantes que a fines de los cincuenta -del pasado siglo- se encontraron de casualidad con un rústico opúsculo que preconizaba que América Latina era un país. Una nación históricamente inconclusa. Una nación cuya emancipación del dominio godo, trajo aparejada la cruel paradoja de su balcanización y que -a pesar de los liberales de ayer y de los neoliberales de hoy-, el imperativo catégorico era poner nuevamente en marcha la rueda de la historia. Era hacer rodar ese sueño de locos, con un rey Inca, si era necesario, como alguna vez lo pensó Belgrano, o con la impronta de la creación original, como lo expresó Simón Rodríguez, cuando afirmaba que los latinoamericanos si no inventábamos, errábamos. Dicho imperativo se trocaba en la única garantía y condición para proyectarnos hacia un futuro inmediato, en superiores condiciones y calidad de vida, que la vieja y desdentada Europa, colonialista y racista -derrumbándose a pedazos- y también que el prepotente gigante norteamericano, con pies de barro y manos teñida con sangre de pueblos débiles.
Pero además, en Chavéz se corporizó y sintetizó otro de los sueños que afanosamente buscamos, como utopía imposible, en los años de plomo y dolor interminable: la figura de un oficial patriota, expresión de un ejército plebeyo y popular que lejos de oprimir y masacrar a su propio pueblo, obedeciendo la doctrina de Seguridad Nacional,  pre-requisito fundamental para entregarlo al vampirismo de los imperios, encarnara la redención y la reconciliación de las fuerzas armadas con los procesos de liberación nacional que les dieron origen en las lejanas luchas emancipatorias del siglo XIX. En el perfil de oficial patriota y antimperialista de Chavez convivía la figura de Nasser, de Perón, de Velazco Alvarado y de Juan José Torres. En su sombra se proyectaban las huellas del general Savio, del Brigadier San Martín y del Almirante Oca Balda. Su nacionalismo militar adquiría mayor sentido en tanto se enraizaba con el nacionalismo popular que lo distinguió en el plano político, permiténdole gestar uno de los movimientos de masas más grandes de América Latina contemporánea, a tal punto que lo transformó en el presidente que más elecciones ganó en su corta vida política. Así como lo amaba su pueblo y el pobrerío de su Venezuela natal, así también lo amaban las masas olvidadas, esa mayoría silenciosa y desarrapada de ese mundo ancho y ajeno que -para los cipayos- es este continente de leones calvos, sin hérores y sin historia. Los odios que concitó su figura, por parte de los partidos colonizados, de la banal oposición entreguista y de los medios al servicio de las corporaciones foráneas fue proporcional al amor que su pueblo le sigue prodigando.
Cuando el oprobio neoliberal y neoconservador reinaba inobjetablemente, destruyendo los espacios públicos, privatizando el patrimonio social de los desposeídos, arremetíendo sin piedad contra los restos supervivientes de los Estados de Bienestar, erigidos durante el ciclo nacional burgués de la primera mitad del Siglo XX, condenando a la miseria más atroz a miles y miles de seres humanos, una voz disonante se alzó desde la profundidades del Maracaibo. Una voz que a contracorriente de ese discurso hegémonico, no sólo se levantó en armas para defender su patria de la entrega interminable, a la que la sometía la partidocracia, sino para rescatar, proyectar y poner en vigencia las experiencias políticas que dignificaron a las masas populares de este lado del mundo. A su modo y a su lado estuvo el peronismo, algo sacó del APRA, tomó nota de Paz Estenssoro, aprendió de Getulio y se dio cuenta que sin Salvador, Fidel, Raúl, Emiliano Zapata y Pancho Villa, su empresa política era inviable. Sin olvidar su devoción cristiana, no tuvo problemas en hablar y mencionar esa palabra prohibida, denominada socialismo. Sabía que la distribución de la riqueza necesariamente nos conduce, si profundizamos el modelo, a la conformación de sociedadés más igualitarias. El problema era que para llegar a esa meta primero se debía disponer de la riqueza generada por los enajenados recursos naturales de su país y del Estado. Nacionalizó y democratizó ambos y los puso al servicio de la revolución bolivariana. Y ahí comenzó un inédito proceso transformador en Venezuela que demostraba no sólo que las teorías neoliberales y neoconservadoras eran falaces, sino que este era el único camino posible para hacer ingresar a su pueblo a la bondades del siglo XX y de la civilización. El proceso está ahí, con todas su potencialidades y también con sus dudas, disponibles para seguir profundizando la brecha. No se puede negar que fue Chávez fue el que abrió la puerta de esta historia. Reconocerlo, sin llorarlo y sin doblegarse ante la adversidad, es el mejor homenaje que podemos hacerle en tributo a su memoria.-
Hasta la victoria siempre.

El Libertador en Línea

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