AGRESIONES PÚBLICAS (Los gritos de la derecha)

por Hernán BRIENZA  /-

Los exabruptos públicos marcaron el pulso de la semana. La agresión a Axel Kicillof, las declaraciones de Alfredo Astiz y los cánticos xenófobos del ejército chileno están unidos por una misma voz que amplifica su volumen: la de un sector dominante que se resiste a perder privilegios.

LOS GRITOS DE LA DERECHA
La semana política ha estado marcada por los gritos. Y como casi de costumbre, ningún alarido lo ha lanzado el gobierno nacional. Tampoco lo realizó la oposición, para ser exactos. En realidad, los chillidos no han provenido del marco político sino de aquello que está por afuera del mapa democrático. Pero esos exabruptos están anunciando algo, están dejando entrever que hay algo que no pueden vehiculizar, elaborar, a través de los carriles normales de la expresión. Y la sociedad debe estar atenta porque los síntomas de hartazgo o impotencia incuban varios males.

Los alaridos histéricos de los turistas “desdolarizados” en el Buquebús contra el Viceministro de Economía, que viajaba en la misma clase económica que la mayoría de ellos, no resisten ningún análisis posible. Más allá de la oportunidad elegida para ir al Uruguay de vacaciones por el funcionario público, lo curioso es que los energúmenos le gritaban “corrupto” a un tipo que viajaba en la más baja de las categorías con su familia y le lanzaban acusaciones de “cagón” en patota a un hombre que estaba solo con su hijo en brazos. ¿Pero por qué grita ese hombre o esa mujer? Porque no puede reflexionar ni dialogar. ¿Por qué reclama que “le devuelvan los dólares” como si alguien le hubiera arrebatado lo que le corresponde por derecho natural o divino?¿Qué le arrebataron en realidad

El poder es impunidad,
decía Alfredo Yabrán. Y durante muchísimos años los sectores dominantes, de los que la clase media alta se considera parte, se desacostumbraron a que el Estado le marcara pautas, intentara disciplinarlos en beneficio de las mayorías, o que asumiera una soberanía mayor que la del individuo poderoso o del “outsider”, es decir, el que actúa social y económicamente por la banquina. Quien pierde privilegios identifica rápidamente a su enemigo. Y necesita estigmatizarlo rápidamente, cosificarlo, deshumanizarlo, para poder recuperar a cualquier precio lo que considera suyo. Gritan como anuncio de que “están hartos”, gritan para avisar que quieren pasar a la acción.

Un pequeño párrafo se merecen los gritos de los reclutas del Ejército chileno, quienes canturreaban consignas de guerra en contra de argentinos, bolivianos y paraguayos para darse ánimo mientras corrían. Más allá de lo grotesco que resultan las imágenes, hay allí una demostración del atraso en el cual están sumidos algunos sectores de las Fuerzas Armadas del país trasandino. Da un poco de escozor palpar que la derecha chilena todavía maneja hipótesis de conflictos del siglo pasado.

El tercer grito de la semana lo pronunció el ex marino Alfredo Astiz, actualmente condenado por delitos de lesa humanidad, en la audiencia por la causa Esma. Frente al tribunal, exclamó que era un perseguido judicial, que vivía en una tiranía, arremetió contra la Ley de Medios, contra el Poder Judicial y reivindicó lo actuado durante la dictadura militar en los centros clandestinos de detención. En más de una oportunidad, Astiz le gritó al juez, desafiándolo.

La pregunta que, me parece, habría que hacerse es la siguiente: ¿Habría gritado Astiz sin los alaridos de repudio de los turistas del Buquebús? ¿Se animarán los sectores dominantes a pasar del grito a algún tipo de acción?

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