HÉCTOR, EL TOBA DEL DICIEMBRE DE 2001


Entre el 19 y 20 de diciembre de 2001 se produjeron las jornadas más luctuosas de treinta años de democracia. Recordadas por aquello de que “se vayan todos” y que fue una divisoria de aguas en la historia del país.  


Por Domingo Riorda
Martin y el Toba

La lectura de artículos y suplementos especiales, producidos por los medios de comunicación (*), dan cuenta de todo aquello que se vio en esos días y lo que rondaba escondido y que hoy se pueden analizar como puntos de partida para lo que luego ocurrió en la transformación de Argentina.

Surgen numerosos testimonios de militancia y solidaridad. Uno de ellos es el que relata el matutino Tiempo Argentino, en su edición del lunes 19 de diciembre de 2011, firmado por  Rodolfo Gónzalez Arzac.

Se trata de Martín Galli y Héctor García. Héctor, El Toba,  que vivían en Haedo, impulsados por la rabia, se fueron al centro porteño. Era algo más de las 7 de la tarde del día 20. Cerca del obelisco, Martín y el Toba –que no se conocían- quedaron atrapados en la misma escena.

“Nueve hombres bajaron de tres autos. Dispararon para todos lados. Martín cayó al suelo. Una bala le entró por la zona trasera izquierda de la cabeza y se detuvo en la zona frontal derecha. Tenía los ojos cerrados. Un hilo de baba grueso y largo extendido entre la boca y el pecho».

El Toba se puso en cuclillas, le inclinó la cabeza, trató de reanimarlo. Un patrullero llegó y varios hombres bajaron y volvieron a disparar, esta vez con balas de goma. Los libros que el Toba llevaba en una mochila, amortiguaron el impacto.

El Toba le tomó a Martín el pulso. Le hizo respiración. Lo sacó de un infarto. Paró un auto. En el viaje al Hospital Argerich, lo salvó de otro paro cardíaco con una piña en el corazón. Los médicos lo terminaron de resucitar. La bala, sin embargo, por las dudas, desde entonces, se quedó dónde estaba”, narra Rodolfo Gónzalez Arzac.

“Cuando yo lo vi a este tipo en el piso, no sé cómo, porque no se parece en nada y yo no soy creyente, pero pensé que era Jesucristo: con las rastas, la barba, tirado. Era Jesucristo
–repite ahora, tanto tiempo después, el Toba, en su casa en Ezeiza, después de una abrazote con Martín, que lo mira y lo escucha: y revive porque, lógico, luego de aquel momento cultivaron una sentida amistad.

Carlos Galli padre le escribió una carta a su hijo Martín. La publica Tiempo Argentino en la página 13. Tres columnas. Un deleite. Uno de los ejes de la carta es que los represores no pudieron parar la lucha ni las conquistas. Hacia el final se dirige al policía que baleó a su hijo. Manifiesta que  “a él, quiero decirle que tampoco pudo”

Explica.  “No pudo porque el Flaco de Arriba le otorga el extraño privilegio de volver a ser parido, porque confió a uno de sus Angeles, el Toba,  el rescate y cuidado de un ser excepcional; no pudo porque otro Angel, al mando de una carroza amarilla y negra surge milagrosamente y transporta velozmente a Martín al encuentro de otro grupo de Habitantes Celestiales que, justamente, estaban camuflados como  cirujanos en la guardia del Hospital Argerich, los que se encargaron que la joven vida tuviera otra oportunidad.

“Y  Martín la aprovechó. Mejoró hora tras hora, mes tras mes, año tras año y es así que luego de una década puede demostrar – y demostrarse- que no es cierto que siempre triunfan los violentos, los perversos, los que en definitiva no merecen la honra de llamarse humanos

Teología desde militancia. No desde el museo eclesiástico. El triunfo de la vida. Bello. No plomo como ciertos predicadores de la muerte. Tiempos de asombros donde repica aquella frase de Jesús de que si los discípulos no hablan hablarán otros. Por si no lo entendían  sentenció que hasta las piedras vociferarían.

Ecupress  Agencia de Noticias Prensa Ecuménica

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