EL ADIÓS A UN VETERANO AMIGO

De los Grandes Viejos siempre se puede aprender mucho, y se puede aprender mucho de ellos, mientras se tenga su presencia física, que a poco de analizar puede parecernos algo casi etéreo y a la vez regalo de Dios, en el milagro de la vida, milagro que parece mucho más visible cuando se materializa en la prolongación de una vida lúcida y dinámica, vivida a su modo intensamente hasta que casi en el último instante las fuerzas caducaron y el llamado del Espíritu se hizo perentorio.

De cada uno de esos Grandes Viejos que la vida me los obsequió como notables amigos desinteresados, nobles y muy valiosos espiritualmente; pude extraer algo de la Sabiduría Divina, esa misma que por ser tan intensa parecería que El Espíritu Santo la otorga en cuentagotas, en pequeñísimas partes que al simplificarse pueden ser asimiladas por nuestra muy pobre capacidad de comprensión, ante la vastedad inconmensurable de la Sabiduría Divina.

Seguramente la historia no lo registrará, como sucede con la mayoría de los mortales.
Su granito de arena lo aportó en varias pequeñas grandes cosas, como su dinamismo para crear asociaciones de jubilados, para colaborar con su Parroquia de Villa Cabello, para discutir lo que consideraba justo en el PAMI, y tantas otras causas que parecían luchas perdidas de antemano, pero que con tesón –más bien testarudez casi a toda prueba-, con dosis de ironías, y con notables muestras de afecto a los que veía doblegados o indefensos. Dijo, y seguramente es cierto, que tuvo parte activa en la fundación del hoy próspero pueblo –casi ciudad- de Andresito, allá en el extremo nordeste de Misiones, cerca de la desembocadura del San Antonio en el Iguazú.

Seguramente habrá tenido un carácter muy difícil de joven, con esa particular mezcla de inteligencia aguda, relativamente poca instrucción formal pero mucha “calle”, sagacidad, ironías a veces rayanas en lo hiriente, notable formalidad y gran dulzura en el trato (sobre todo a niños y otros ancianos), patriotismo “a su modo” pero bien argentino al fin, y fuerte convicción de católico practicante (y como tal respetuoso de otros credos).

Circunstancialmente lo conocí pocos años atrás, reunidos con un puñado de amigos en común, algunos de ellos prematuramente desaparecido. Su presencia física ya no está, sus fuertes convicciones y sus palabras de aliento permanecen.

Don Mauricio Malvasi, descanse en paz.

Carlos Andrés Ortiz
El Libertador en Línea

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