DE VILLA CRESPO A LA PAMPA

A cincuenta años de su muerte, Alberto Bartolomé Angel Venancio Vaccarezza (o mejor, Vacarezza, con una sola «c», como él mismo elegía escribirlo) ha conquistado definitivamente un lugar de consagración en el teatro argentino. Nacido en Buenos Aires un 1° de abril de 1886, muerto el 6 de agosto de 1959, Vacarezza es conocido sobre todo por sus sainetes clásicos (Los escrushantes, 1911; Tu cuna fue un conventillo, 1920; Juancito de la Ribera, 1927; El conventillo de la Paloma, 1929), pero actualmente se relee y valora el conjunto de su obra: comedias y comedias asainetadas, dramas, melodramas, «romances» y tragedias, así como sus textos no teatrales –poesía, letras de tango, guiones de cine–.
Como parte de esta corriente de revaloración de la producción vacarezziana, Colihue acaba de editar el primer tomo de sus obras escogidas, que reúne tres sainetes –el mencionado Juancito de la Ribera, Cuando un pobre se divierte (1921) y La comparsa se despide (1932)– y dos de los «dramones» rurales: Los cardales (1913) y La casa de los Batallán (1917), estrenados por Pablo Podestá. Pronto Ediciones del Sol reeditará su poemario narrativo La Biblia Gaucha.
Vacarezza constituye un mito genuino del teatro argentino. Escribió 110 obras; consiguió récords de público (mil representaciones consecutivas de El conventillo de la Paloma en un año, treinta mil funciones de El último gaucho entre 1916-1930); logró un impacto inédito en la cultura popular y escribió algunas de las mejores obras de la escena nacional. Se agrega a esto su intensa actividad gremial en instituciones de organización de dramaturgos y actores: fue presidente de Argentores y dirigió el Teatro Nacional Cervantes (1952).
Pero además, Vacarezza fue un hombre de la «noche porteña», amado por las mujeres y apasionado, bohemio y seductor, ligado al mundo del espectáculo y del tango. También sostuvo una intensa vida política. Identificado desde siempre con el movimiento de ascenso y protagonismo de las clases populares (a cuyo servicio puso el teatro), Vacarezza adhirió al peronismo. Recibió de manos del presidente Perón, en 1950, la Medalla de la Lealtad, en el marco de los festejos del aniversario del 17 de octubre, en Plaza de Mayo. Bajo la presidencia de Vacarezza, Argentores apoyó incondicionalmente al gobierno peronista, como consta en los Boletines de la institución. En 1953, como parte de las actividades del teatro oficial, su sainete El conventillo de la Paloma se representó en el Teatro Colón, dirigido por Román Vignoly Barreto, con la intervención de la orquesta de Troilo y los Hermanos Ábalos.
La adhesión al peronismo significó para Vacarezza (como también para Leopoldo Marechal) un fuerte rechazo y persecución de los sectores de la cultura, ya durante los años del peronismo y especialmente tras la «Revolución Libertadora». Más allá de sus méritos, la valoración de su obra fue afectada por ese rechazo; muchos lo definieron como «el más discutido y discutible de los saineteros», y se lo tildó de «espíritu conservador», difusor de una «filosofía reaccionaria». Sin embargo, las primeras antologías de teatro argentino que comienzan a aparecer en los años cincuenta y sesenta, no pueden ignorarlo y lo valoran como un autor esencial en la historia de nuestra escena.
Entre su producción no teatral se destacan La Biblia Gaucha: Refranes y consejos del Viejo Irala y El romance de Ciriaco Ponce (poemario, 1936), el guión de la película Viento Norte (1937, en colaboración con Mario Soffici), y el libro de poemas Cantos de la vida y de la tierra (1944), que incluye el hermoso «Pregones de Buenos Aires». Es autor, además, de famosísimas letras de tango (muchas de ellas cantó Gardel). «La copa del olvido», «Adiós que te vaya bien», «Araca, corazón», «Atorrante», «Botines viejos», «Calle Corrientes (Donde nací)», «Francesita», «Julián Navarro», «Muchachita porteña», «Padre Nuestro», «Pobre gringo», «Talán, talán», «No me tires con la tapa de la olla», son algunas de las letras que escribió para los músicos Enrique Delfino, Francisco Canaro, Mariano Mores, Antonio Scatasso y otros.
Dos líneas fundamentales vertebran la mayor parte del teatro vacarezziano: la urbana (sainetera) y la rural (nativista). Lily Franco –autora de un libro sobre el dramaturgo– recuerda que Vacarezza afirmó en relación a esa doble vertiente: «Yo no soy hombre político porque antes que la política me encantó el arte y más que el arte, la vida. Mas no por ello ha de creerse que los problemas sociales dejan de preocuparme. Desde el fondo de la vida vengo abriéndome paso a golpes de voluntad». Y Franco concluye: «Allí radicaría sin duda ese conocimiento, aceptado o no, de que hacía gala en cada una de sus obras para el teatro. Con tal identificación, tan realmente consustanciado, que hasta en su figura, en su hablar, había una dualidad, más bien una simbiosis de hombre eminentemente porteño –de Villa Crespo– y mucho de criollo, configurando así un prototipo nacional«.
En cualquier escritor, una forma reconocible del talento radica en la capacidad de trazar límites a la propia producción. Vacarezza fue consciente del diseño de un campo de creación, sobre el que decidió insistir y en el que según sus declaraciones cifró una identidad propia. En ocasión del estreno de El conventillo de la Paloma, el 29 de mayo de 1929, afirmó: «Al escribir El conventillo de la Paloma no me infló la triste pedantería de renovar el teatro ni en su forma ni en su esencia, puesto que mis inquietudes no derivan de las inquietudes de los otros. Soy y quiero ser el mismo autor de siempre con todos mis defectos, pero con la innegable virtud de ser yo mismo. El día que intente variar mi estilo para adaptarme a las corrientes que se dicen nuevas, estoy seguro que el público me desconocerá y yo mismo habré dejado de ser quien soy».
Los tres sainetes incluidos en el volumen de Colihue ofrecen diferencias sustanciales. Cuando un pobre se divierte es un sainete tragicómico, en el que sobresale el personaje de Mentaberry, al que se describe como «un desgraciado pero bueno». Mentaberry se ha ido de su casa hace tres años, desde entonces busca a su hijo, al que ama profundamente. No ha podido dar con la casa donde el niño se ha mudado con su abuela. Es emotiva la imagen de ese padre torpe pero cariñoso, al que no le gusta trabajar y prefiere las apuestas de caballos, que lleva consigo, a donde va, un juguete, por si finalmente reencuentra a su pequeño. Sobre el final sabrá que su hijo tan buscado ha muerto hace tiempo. Vacarezza regresa sobre un personaje que reaparece una y otra vez en su obra: el hombre «calavera», el pícaro vicioso atraído por la vida nocturna y la farra, que tiene esposa e hijo pero los abandona por el cabaret, las mujeres, el juego, el tango y la bohemia.
Como su nombre lo indica, Juancito de la Ribera retoma el mito de Don Juan. Están del mito las principales invariantes: el protagonista seductor inagotable (Juan Rafetto); su fiel ayudante, el criado o, en este caso, el secretario (Barbagelata); la cadena de mujeres seducidas en Argentina, Uruguay, Brasil y Chile; a su manera, el «Convidado de Piedra» (el suegro de Juancito) y la amenaza de castigo («ya verás lo que te espera»). Pero todo se resuelve a lo Vacarezza: Juancito se convertirá, por el milagro del amor y vencido por su propia mujer, en el «calavera encarrilado», gracias además a la acción de un rival, Luiyín de la Batería, por quien Juancito será derrotado.
La comparsa se despide es un «sainete farandulero» o sainete de artistas, que habla de arte y oficio teatral y tematiza las poéticas del espectáculo vigentes hacia 1930. Vacarezza representa la diversidad cultural a través de la diversidad de poéticas. Del patio del conventillo pasa a la «pensión de artistas», donde cada personaje encarna no sólo un tipo social-cultural codificado como en otros sainetes (el español, el italiano, el compadre…), sino además una determinada poética: la ópera, la opereta, el tango, el sainete, la comedia, el drama, la tragedia, la zarzuela, el cine… El teatro de Vacarezza demuestra su vigencia en su capacidad, a través de las décadas, para seguir emocionando y haciendo reír.

Jorge Dubatti
Revista Ñ

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